jueves, 27 de mayo de 2010

InVasión


Diana y Lidia, ¿Podrían ser una solución para el problema del ratón de la casita? Yo creo que sí. ¿Quién no recuerda a las malas de V -Invasión extraterrestre- comiéndose un blanco ratoncito? Ok. Reformulo, ¿quién con al menos 25 años y que no haya vivido parte de su infancia en un tupper no se acuerda? En la serie nueva de V (Sí, las remakes excedieron a Hollywood y la tele también adoptó la idea de imitarse a si misma, aunque cada vez esperan menos... y si faltan ideas, que no se note. ¿Cuánto van a tardar en hacer una remake de Lost?) todavía nadie se comió un ratón. Bueno, todavía se refiere al episodio en el que estamos en la casita, que vendría a ser el 6. Sí, no es mucho, lo sé. Pero bueno, aún no vi nada al respecto.

Y volviendo al roedor, ¿cuántas batallas perdidas son la guerra? Ya no las cuento en relación con el ratón-gate porque no tendría sentido pero, les pido, si alguien tiene a mano un alienígena come-roedores, por favor, mándenlo.

En otro orden de cosas, con bastante timidez pero con copo firme ayer nevó. Nevar, nevar como en una tormenta no, pero nevó. Y algo es algo. Obviamente esta mañana Videla estaba toda blanca. No fue una gran nevada, ni mucho menos una memorable, pero bien puede ser un principio de temporada. El alerta termina hoy a la tarde/noche. Ya veremos que nos depara el fin de semana.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Terapia de grupo


Hace tres semanas terminamos de hacer un curso en la escuela; "Gramática en la clase de Español como Lengua Extranjera". Estuvo muy bueno, pero no sólo por el contenido. No sólo por la posibilidad de juntarse con gente que trabaja conmigo y que no, que hace el mismo laburo o parecido, que la tiene clara, que encara las cosas en forma similar o no tanto.

También estuvo bueno por la terapia que esto implica. Siempre que nos juntamos terminamos en la misma; terapia. Al parecer las clases de español son una fábrica de anécdotas que están en ese delgado límite que separa lo hilarante de lo (casi) irreal. Y más allá de ese compartir experiencias había otro compartir; compartir el "qué se supone que hacemos acá"...

"¿Qué es ser profe de español?"... ¿Soy un monigote que gesticula cada palabra que dice abriendo la boca más allá de lo que me dejan mis mandíbulas para pronunciar H-O-L-A a 2km por hora mientras con los brazos trato de simular la forma de las letras cual paso de baile de YMCA? A veces pienso que sí. H-O-L-A, ¿ C-Ó-M-O E-S-T-Á-S? Y-O E-S-T-O-Y B-I-E-N...

Otras veces pienso, ¿soy un guía turístico? Bueno, yo me meto solito a recomendar cosas, y claro, cada vez que alguien empieza a decir la palabra "refug..." ya me lo mandan non-stop para que le explique el ABC del Club Andino.

Pero otros días me concentro en lograr que mi estudiante no se bajonee. Que la imposibilidad de hacer nuestra RR vibrante no le arruine su alicaido ego y que no piense "ni esto puedo hacer bien". Tengo una puntería terrible para hacer preguntas incorrectas. Preguntas del tipo: "Y tu familia, ¿dónde vide?", para recibir una historia terrible de desunión familiar y tragedias que implican separaciones continentales. Incluso, la supuestamente inocua pregunta "¿cómo es el clima en tu ciudad?" puede generar respuestas del tipo; "es un problema, el clima está cambiando, hace dos meses hubo una tormenta, nos quedamos sin luz y cuando volvió la electricidad hubo un cortocirtcuito y se me incendió la casa". Cómo se llega a eso, no sé... pero sí sé que tuve estudiantes llorando en clase por un cúmulo de frustraciones arrastradas por kilómetros y kilómetros y que deben remontarse hasta su más tierna infancia.

Y también tuve alguna estudiante que me confesó con lágrimas en los ojos que estaba embarazada, que se lo había dicho a su familia y amigos, pero que yo era la primera persona real con quien hablaba. Y para que mi impulso automático fuera ir a abrazarla, imagínense...

Pero no sólo es una profesión payasesca con tendencia al drama y lo emotivo. También implica acompañar a los/as estudiantes a algún que otro lugar, ayudarlos a comprar esto o aquello, explicarles como ir a un negocio a cambiar algo o escribirles quejas para qe las lean con cara de "sé que no entiendo lo que digo, pero seguro que vos sí, así que hacé algo".

¿Y donde quedan quienes salen con la típica "eso no es lógico, este idioma no tiene sentido"? Porque la respuesta a esto no es gramatical. Sí, tiene sentido, pasa que no coincide con el sentido de TU idioma, que dicho sea de paso, no es EL ejemplo de la lógica aplicada a la construcción lingüística, ¿o te pensás que hablás esperanto? Porque si pensás eso, te anticipo que no.

Claro, como en todo, a veces uno pega buena onda con la gente, sale, va a un lugar, va a otros, se engacha, se divierte, y cuando después se va el grupo uno siente cierto vacío por lo que se promete no volver a engancharse, hasta que, finalmente se termina bajando la guardia, aparece otro grupito con buena onda y uno vuelve a recaer en aquello que se había prometido que no iba a hacer.

También están quienes vienen y se quedan por un largo tiempo, se convierten en amigos (Shhh, en voz baja, puede que incluso en terminen encontrando pareja y todo) y se suman a este omelette de cosas que ya bastante mezcladito estaba. Y todo esto sin meterse en las historias de estudiantes con y contra estudiantes ni en la dinámica de clases, ni las charlas de recreo donde hacemos, nosotros/as nuestro descargo emocional...
Y entonces, ¿en qué se supone que consiste lo que hago? ¿Qué hacemos acá en la escuela? Digo, además de luchar contra el ratón diabólico que amenaza con dejar mi vida en ruinas. Hay preguntas que no tienen respuesta. Hay otras que mejor ni plantearlas. Lo peor (o lo mejor) es que con todo (y pese en más de un caso) me sigo divirtiendo...

domingo, 23 de mayo de 2010

Juira bicho

A lo mejor el nuestro no es ni coli largo ni peli largo... ¡Parece que es un ratón imperialista! (Si, ya sé, si fuera imperialista realmente no se lo llevaría la pólicía sino que lo protegerían... Es que quería ver un ratón capturado, y esto es lo único que pude encontrar para tener mi venganza simbólica)

sábado, 22 de mayo de 2010

"Los Otros"

Me lavé los dientes, salí del baño, cerré la puerta, abrí la del estudio, la cerré, subí las escaleras, abrí la puerta de la habitación, entré, la cerré. Me acosté y me puse a leer un poquito. Estaba muerto porque no había dormido mucho en el viaje. Bueno, sí, había dormido, pero entrecortado, gracias al niño que viajaba en un asiento cercano al mío y cuyos padres no querían explicarle que las 3, 4 o 5 de la mañana no son horarios ni para cantar, gritar o tener berrinches. Leí un poco y me dieron ganas de ir al baño. Maldije al mate… Me levanté, abrí la puerta, cerré la puerta, bajé las escaleras, fui hacía el baño, abrí la puerta, cerré la puerta. El procedimiento habría de repetirse al día siguiente, Mientras abría y cerraba sistemáticamente todas las puertas que encontraba a mi paso tuve la impresión de que iba a encontrar a Nicole Kidman, vestida de época y cuidando que ningún rayo de sol entrara en la habitación y lastimara a su niño fotosensible. Angie habría de hacer alguna broma en sintonía, revelando la misma sensación.

A la mañana siguiente, y después de abrir y cerrar puertas llegué a la cocina, campo de la batalla de la noche anterior. El mueble verdulero, la heladera y el lavarropas oficiaban de pared interna, una isla en el medio de la cocina. Dominaba el ambiente una mezcla de olor a Gancia con lavandina, así que en cuanto pude abrí la ventana. Acto seguido, vi que el queso seguía tal y como lo habíamos dejado… Suspiré fuerte y me dispuse al que había de ser mi operativo para desayunar por los días siguientes: vacié la pava, la lavé, me hice el mate… saqué el cacharro para calentar la leche, lo lavé, tomé una cuchara del cajón, la lavé, me hice una leche chocolatada, pero me cuidé de lavar la taza antes de verter mi desayuno.

Acto seguido tomé la cuchara que había usado, la lavé, abrí la heladera que había re-enchufado al final de la noche anterior. Escarbé en una pared de hielo para sacar una mermelada. Maldije por lo bajo mientras untaba unas galletitas mientras escuchaba la temperatura y algunas noticias. Cuatro grados bajo cero. Como si nada hubiera pasado exclamé para mí mismo: “se acabó la fiesta” y me fui a trabajar.

jueves, 20 de mayo de 2010

Comienza la batalla

Para cuando comprendí lo que estaba sucediendo, cual era el lugar en donde Angie había visto al ratón y todo, el bicho ya debía estar en San Martín de los Andes o en cualquier lugar de la casa. Mi primer impulso fue correr hacia donde se había escabullido el ratón. Obviamente fue en vano porque entre la mesita para el jabón en polvo, las botellas vacías, el lavarropas y la heladera, el roedor en cuestión tenía lugar más que suficiente para esconderse y no ser jamás encontrado. Para cuando miré a mis espaldas no pude encontrar a Angie en el lugar en el había estado hasta hacía unos segundos... Al instante la vi subida a una de las sillas del comedor, armada con un escobillón y con cara de “esto no puede estar pasando”. La insté a que bajara de aquella fortaleza que ella parecía considerar inexpugnable pero que seguramente sería de fácil acceso para nuestro intruso. Para que no me acusen de malo, no se lo dije… Sin embargo, lo que sí le di a entender era que si corría los muebles necesitaría de su ayuda para atontar al ratón. Yo mismo me armé con el seca pisos, listo para golpear a cualquier cosa que se moviera por el suelo. Pero la hora de la acción seguramente ya había pasado hacía mucho tiempo. Angie me sugirió que si yo quería matarlo, el secador seguramente no fuera suficiente. Abrí el cajón de la cocina y empuñé el cuchillo como si fuera a protagonizar la escena de la ducha de “Psicosis”.

Fue entonces cuando empezó el comienzo del fin. Corrimos la heladera, el lavarropas, el mueble con los cajones de mimbre y empezamos a desalojar la mesita y todas las botellas. En la movida tiré una botella que apenas tenía un poco de Gancia. No importó lo poco que fuera lo derramado ya que fue suficiente como para inundar la cocina con su olor dulzón y generar una ola que amenazaba con cubrir todo. Automáticamente desenchufé la heladera y todos los electrodomésticos cercanos para proseguircon la evacuación de la zona. Mientras sacaba la mesa rompí una botella de chirimoya colada. Me puse de mal humor porque no era el mejor momento para ponerme catrasca y arrasar con todas las botellas que tenemos. Me aseguré de sacar ilesa la botella de Baileys que nos había regalado un chico que estuvo en casa y empecé a limpiar la inundación en ciernes mientras que Angie trataba de detener la mezcla de Gancia y Chirimoya que amenazaba con extenderse hacia el living. Ella corría en busca de los trapos de piso para hacer una barrera - eso sí, sin siquiera atreverse a solar el escobillón, defensa natural ante la aparición del ratón- mientras yo me apresuraba a ir absorbiendo con otros trapos la mezcla alcohólica que empezaba a emborracharnos.

Después de despejar el líquido empecé a limpiar con lavandina. El olor que emanaba del piso era fuertísimo y pensé que si la rata no moriría producto de un coma alcohólico, la lavandina la haría llorar hasta morir deshidratada. Finalmente estuvo casi todo seco, pero la cocina aún era un campo minado. Tratando de sacar algunas cosas más me di vuelta y rompí otra botella con un poco de cerveza. Con las botellas que rompí esa noche cubrí mi cuota anual. A esa altura, podrán imaginar… yo ya estaba de muy mal humor. Mi primera noche de vuelta en Bariloche se limitaba a una seguidilla de hechos bochornosos que incluían a un ratón, un montón de alcohol desparramado en el piso, un olor intolerable a lavandina y vaya a saber uno cuantos pedazos de vidrios rotos danzando por el suelo.

Me contuve, bueno, no tanto, estuve un buen rato puteando mientras secaba la cerveza del suelo. Angie debe haberse asustado con mi reacción ya que ni siquiera esbozó una broma en relación a mi innegable habilidad para romper las botellas. El punto positivo - si es que podía ser llamado de esa forma - era que no había ningún estudiante en casa. A esa altura hubiera sido lo único que faltaba.

Manos a la obra, otra vez; continuaba el plan “evacuación” de la cocina. Recogidas las botellas “caídas en acción”, secado el piso, y medianamente desinfectado el campo de batalla… volvíamos a las acciones bélicas. Armado con una linterna, el escobillón y el cuchillo introduje un palo por debajo de la heladera. Angie cuidaba mi retaguardia. Nada, ni un ruido ni una sombra que se moviera allí abajo. Mismo procedimiento abajo del lavarropas. En vista de la tregua que intuimos decidimos que lo mejor sería comer y después veríamos que pasaba…

Cenamos rápido. Nadie habló mucho. Nadie, se sobre entiende, se limita a nosotros dos… Volvimos al campo de batalla para lavar los platos. Dejamos un pedazo de queso embebido en lavandina. No sé cómo se nos ocurrió que el bicho había de comerlo… Hablábamos en voz alta: “como el ratón seguro que ya se fue, vamos a dejar este pedazo de queso acá … mmm … que rico el queso”. Acordamos que Angie compraría el veneno al día siguiente, que tendríamos que lavar todo y que habríamos de procurar mantener todas las puertas cerradas. Obviamente, el ombú fue trasladado a otra habitación. Habíamos perdido la primera batalla…

domingo, 16 de mayo de 2010

El misterio de la maceta

Día sábado; día en el que debía iniciar mi regreso a Bariloche. Entre el caos de cosas que se desparramaban por la pieza recibo un mensajito de Angie. Misterio... mi concubina se había levantado y había encontrado un pozo cavado en la maceta del ombú-bonsái. Ninguna otra planta había sufrido un ataque similar. Total ausencia de ideas acerca de lo podría haber pasado. No me preocupé mucho y seguí con mis preparativos de viaje; aún me quedaba una mochila por armar, una caja por ordenar y ganas de dedicarme a la investigación a la distancia escaseaban.

El domingo recibo otro mensajito. El pozo misterioso se había repetido; nuevamente el ombú era la única planta atacada... Un halo de misterio descendía sobre la casita.

Mi micro se acercaba a Bariloche y Angie me informaba que ella había decidido estar fuera de la casa hasta que yo volviera. Le informé que ya no estaba lejos, mientras miraba en dirección al río Limay por la ventana y me sorprendía por lo despejado que estaba el cielo. Después de la bifurcación a Villa La Angostura el micro subió esa pequeña colina que tapa la visual y se dejaron ver el Nahuel Huapi, de azul intenso, la ciudad y algunos cerros circundantes, incluso un par con las cimas aún blancas por las nevadas recientes.

Algunos minutos después ya estaba bajando del taxi. Me sorprendí por la velocidad con la que el otoño había avanzado en mi ausencia. Las hojas secas se amontonaban en la escalera y bajo donde se suponía que debían estar las copas de los árboles. Afortunadamente mi llegada no me deparó sorpresas; ni monstruos que me esperaran al abrir la puerta ni gritos apenas audibles que perturbaran mi entrada. Aunque sí, debo admitir, me esperaba el consabido pozo en el bonsái. Mientras el agua para el mate se calentaba y Angie se demoraba su regreso a fin de encontrarme cuando llegara, revisé las plantas. Encontré, no sin sorpresa, que el del ombú no era el único pozo. En una de las macetas que están junto a la ventana de la cocina había otro pequeño, que apuntaba directo a las raíces de un brote de guinda.

Sin embargo, no me demoré mucho en el tema; seguí verificando las macetas sólo para encontrar que ninguna otra tenía pozos ni nada que se le pareciera. Ahora lo sé, debería haber buscado algún rastro de algo en los cajones. Sin embargo no lo hice y empecé tranquilo a tomar mate. Mientras desplegaba mi sin fin de cachivaches, llegó Angie, que me explicó lo terrible de la situación. Pese a que para mí el pozo era obra de un roedor, insistió en el hecho de que parecía cavado con una cuchara. Explico su hipótesis; alguien -que tenía acceso a la casa- había entrado para cavar en la maceta del bonsái con el objeto de asustarla. Sí ése era el objetivo del pozo, bien logrado estaba ya que “Corazón Valiente” salió disparada en cuánto vio el segundo pozo y no volvió hasta estar segura de que yo habría regresado.

No sé que cara debo haber puesto pero me explicó “Sí, ya sé, Miguel me dijo que se ve que miro demasiadas películas de terror”. Respiré aliviado. Acto seguido me contó la hipótesis de Miguel; seguramente un gusano habría estado viviendo bajo tierra y cuando le llegó la hora de convertirse en mariposa hizo su túnel de salida y plaf, se transformó y ahora habría de andar, aleteando por ahí.

Como dos hipótesis parecieran no ser suficientes. Catherine, una ex-estudiante de ECELA y ahora asistente de la directora de la nueva escuela en Mendoza había adelantado también la suya; el pozo era igual a los que los armadillos realizaban en la zona de Texas donde ella vivía. Evidentemente no podía tratarse de un mini armadillo (creo que Angie se refirió a él como “peque-armadillo”), esto era obvio, pero el animal que cavaba no parecía una idea tan desatinada.

Mi primer plan fue brutalmente rechazado: subir el ombú-bonsái a la habitación y que durmiera con nosotros. No hizo falta armar otros planes porque la trama misteriosa habría de revelarse un poco más tarde. En efecto, algunos minutos después, mientras Angie cocinaba y yo revolvía un puré que no quería espesarse siento que me toman del brazo con fuerza… Inmediatamente un grito de Angie, que estaba a mi lado y que hasta pocos segundos antes había estado hablándome. “Aaaaaaaahhhhhhh”. No puedo negar que me asusté… Siento que entre sus gritos Angie se esconde atrás mío. “¿Qué?”, grité, entre nervioso y alterado. Por respuesta sólo hube de obtener más gritos. En ese segundo que pareció larguísimo me vino a la mente un recuerdo fugaz de Pablo y Gus gritando “El vudú, el vudú” hace ya muchos años. Mientras me deshacía del recuerdo inoportuno volví a gritar; “¿qué?, sin saber aún hacia donde mirar. Mientras Angie articulaba algo para mí incomprensible me alivié al constatar que ningún humo negro estaba en la cocina y que los muebles persistían en su lugar. Finalmente obtuve respuesta; “una rata, una rata”, mientras su dedo índice señalaba hacia la esquina donde están la pileta y el lavarropas. La batalla por la cocina apenas comenzaba a librarse.

lunes, 3 de mayo de 2010

A veces ni yo sé cómo...

Día Martes

Me levanto media hora antes de lo usual. Bueno, el despertador sonó a las 7.00, pero hasta las 7.15 no me digno a salir de la cama. Me visto rápido y desayuno más rápido todavía. Junto fuerzas -pero no tantas como para ponerme los lentes de contacto- y salgo satisfactoriamente temprano. Como siempre que llego al banco con bastante tiempo no había nada de cola. Es un éxito y a las 8.20 estoy llegando a la escuela con ganas de tomar mate. Error. A los 10 minutos entra una holandesa. "¿Graciela está?" ... Mientras la miro con mi cara de dormido pienso "Hola, buen día... ¿cómo estás?, Por supuesto que está... todas las personas que trabajamos en la escuela dormimos en el piso de arriba y estamos siempre sonrientes dispuestos a invertir todo el tiempo necesario escuchando tus quejas interminables..". Sin embargo no digo nada de eso sino que sonrío y amablemente le contesto que no. Lamentablemente hablar con esta chica a esa hora de la mañana termina por arruinarme mi intento de desayuno tempranero. Conclusión, no debería haber ido al banco, así habría llegado más tarde y me evitaba el bajón de explicarle a esta chica que por dudoso que le resulte, cada uno de nosotros tiene una vida que transcurre fuera de la escuela.

A las 9 casi casi que estoy de mal humor pero no importa. Clases por la mañana, clases por la tarde. No me puedo quejar, mis estudiantes son buenísimas, me divierto con ellas y me entienden si les hablo rápido. Vuelvo a casa y me pongo a escribir un trabajo para la UNQ. Ni por asomo lo termino pero me acerco al final. Bah, la conclusión queda aún incierta y tengo citas inconexas. A las dos de la mañana, rendido y quemado me doy por satisfecho y decido ir a dormir.
i
Día Miércoles

El despertador suena 6.20. Pienso que no puede ser pero sé que efectivamente es. Tengo que ir a hacer trámites a la municipalidad y a Rentas y si no me levanto en este mismo momento probablemente nunca más lo haga. De algún modo desconocido logro vencer la inercia que me llevaba a quedarme en la cama. Salgo de casa y escucho un ruido de colectivo que se acerca. Nada circula por Pioneros y pienso que en medio del silencio de la madrugada yo puedo oir el sonido lejano de un colectivo que pese a estar a unos cuantos cientos de metros se deja oir en su camino hacia mí. Me apuro y un minuto después de haber llegado a la parada veo un 51 que se acerca. Debido al éxito de haber tomado el colectivo sin haberlo esperado llego mucho más temprano de lo imaginado al centro administrativo. En realidad no llego mucho más temprano sino que llego inconcebiblemente más temprano. Miro mi reloj: las siete... en teoría me falta una hora de espera. Hace frío así que me cierro bien la campera y me dispongo a esperar con paciencia.

Llega el primer empleado de Rentas. Me saluda y le respondo "Buenos días". Llega la segunda empleada... Me ilusiono, "a lo mejor empiezan 7.30", pero entonces veo un cartel que decía: "a partir del día X la oficina atenderá de 8.30 a 13". Mis ilusiones se desploman. Apenas llevaba 15 minutos de espera, y en lugar de los 45 minutos que pensaba que debería esperar, caigo en la cuenta de que aún me faltaban 1 hora y 15 minutos en la puerta de Onelli y Vilcapugio.

"No puedo irme. Es hoy o nunca", me repetí. Seguí esperando y 10 minutos después llega otra empleada. Me dice que ahí afuera me voy a congelar así que me invita a esperar adentro. Extasiado por la oferta acepto esperar dentro del edificio sin terminar de procesar lo que acababa de pasar. Alguien entra y me pregunta que hago, le cuento mi historia. Escucho que se la cuenta a un tercero. El tercero se me presenta y me pregunta que tenía que hacer para ver si podía ayudarme. Eran las 7.30 cuando encontró el formulario que yo necesitaba llenar. No lo podía creer.

A las 7.40 salí de Rentas con todo resuelto. Aprovecho el éxito de mi gestión para ir caminando a la oficina de fiscalización de la municipalidad donde más trámites me aguardaban. Llego a las 8.05. Cinco minutos más tarde me atienden y unos minutos después estoy saliendo. Nuevamente llego a las escuela 8.20. Tomo unos mates y a la media hora empiezo a trabajar.

Hay mucho que preparar para el día siguiente... pero tipo 17.15 salgo de la escuela, paso por el super y compro un par de cosas para la cena. A las 18.00 ya estoy en casa encendiendo la compu y poniéndome a trabajar otra vez en la maestría.
Vienen Zig y Austin a cocinar chile, cornbread y unos brownies. Cenamos y hacemos ronda de tequila. Comemos el postre y tomamos más tequila.
i
Día jueves

01.00. Zig y Austin parten con rumbo a su hogar y en casa todos/as se van a dormir. Bueno, yo no. Aún tengo que terminar las conclusiones del trabajo. Con el tequila a cuestas las escribo. A las 02.00 finalmente voy a la cama. Pero apenas 5 horas después, a las siete y pico vuelve a sonar el despertador. A bañarme y vestirme que 08.30 tengo que estar en el hotel Villa Huinid porque hay una reunión con universidades.

Son 10 universidades de Estados Unidos, 10 escritorios, un representante de cada universidad por escritorio, 20 minutos para hablar con cada quien.

La reunión termina y mientras voy caminando hacia Bustillo pido un taxi para ir a casa. Me cambio, chequeo las cosas y ya me pasa a buscar otro remis para ir a la terminal. Llego media hora temprano, todo un éxito. Me tomo mi micro a las 15.00. Leo, miro las pelis. Ceno y en cuanto entrego la bandeja vacía, me duermo.
i
Día Viernes

Me levanto el viernes a las 8.15. A las 9.00 el desayuno, a las 11.45 llegamos a Retiro. Con mi mamá tomamos el 22 hasta casa. Me pone al corriente, y acto seguido me dice que sacó mis dos trajes a tomar aire. Elijo camisa y corbata de entre las de mi papá y mi hermano. El traje y las medias son míos. Camisa, corbata, cinturon y zapatos no. Releo el trabajo que había terminado la noche anterior. Me sorprendo porque, a pesar del tequila no está terrible. Le hago un par de retoques y lo envío. Para entonces es hora de que me bañe y me vaya al casamiento. Eran las 19.30 cuando Nati Guarnacci pasó por casa. Aún me quedaba un casamiento al que asistir, una ceremonia por ver, una pareja por felicitar, mucho para hablar, algo por tomar y bastante por bailar.