miércoles, 31 de agosto de 2016

Foto de miércoles

Zürich. Diciembre de 2015. Rosas flotando en una fuente.

lunes, 29 de agosto de 2016

Baños termales en Budapest

Leyendo sobre Budapest descubrí –para mi asombro- que la ciudad tenía un rico pasado en baños termales. Desde la época romana se había disfrutado allí de las bondades de baños calientes, fríos y ricos en minerales. ¿Y quién se puede resistir a algo así? Manos a la obra y dedos a las teclas dimos con una gran cantidad de baños y piletas.

Luego de no mucha búsqueda terminamos eligiendo los baños de Széchenyi como uno de nuestras visitas obligadas. Terminamos suena a algo muy colectivo. Yo creo que más bien sugerí intensamente que fuésemos a los baños termales en cuestión y ya. Y debo decir que bien valió la pena.

Los baños de Széchenyi están en el barrio de Pest, en medio de un parque donde hay museos, castillos y hasta un jardín zoológico.
Por fuera, el edificio de 1913 da cuenta de que en su día los baños fueron ligeramente más exclusivos que en la actualidad. Dentro alberga cerca de ocho piletas y baños de distintos tamaños donde se puede disfrutar de aguas termales a distintas temperaturas.
También hay saunas de varios tipos y sabores (con vapor, sin vapor, con menta, minerales, más o menos calor). Nada mejor que jugar un poco con los contrastes de temperaturas para sacarle máximo provecho a la experiencia.
Como además el clima era bastante agradable, también pudimos disfrutar de las piletas exteriores, que son un poco posteriores, de 1927. Obviamente no las íbamos a discriminar por eso. Aunque, también hay que decirlo, olían más a cloro que a menta, eucalipto y minerales.

sábado, 27 de agosto de 2016

Budapest. Segunda Parte

En 1686 los Habsburgo lograron capturar Buda y en el lapso de diez años se hicieron con el control de buena parte de las anteriores tierras de la corona de San Esteban.

Para 1718 no quedaba ni medio metro cuadrado de Hungría bajo dominio otomano, pero eso no quiere decir que los húngaros pudiesen festejar a lo grande. Por el contrario, ahora tenían a los Habsburgo en casa.
Parece que al principio la relación con los austriacos no fue tan compleja o nadie decidió activar ningún conflicto pero a medida que el siglo XIX avanzaba las cosas empezaron a cambiar. Para 1848, año de revoluciones nacionales y liberales en (casi) toda Europa, los húngaros pusieron al Imperio austríaco en situación de jaque. De hecho los Habsburgo pudieron controlar la situación sólo porque los zares rusos acordaron enviar un ejército para ayudarlos. No sólo con los húngaros. También hubo que reprimir a italianos, checos, eslovacos y hasta a los liberales austriacos. La crisis marcó el fin de una época y el comienzo del reinado de Francisco José, que habría de prologarse hasta 1916.
Como una de sus primeras medidas, el flamante emperador se encargó él mismo de reprimir a cuánto húngaro rebelde pululara por Buda, Óbuda, Pest y cualquier otra ciudad. De hecho fue recién en 1867 -al parecer, emperatriz Sissi mediante- cuando se produjo la “reconciliación” y el Imperio austríaco se transformó en el austrohúngaro, otorgándoles a los húngaros cierto margen de acción en política interna.
Puente de las cadenas. Fue primer puente permanente en cruzar el Danubio. 
La gran Sinagoga
En este nuevo escenario Buda, como capital del reino de Hungría, se transformó en una suerte de segunda capital del país. En 1873 se fusionó a las tres ciudades luego de haber construido el primer puente permanente que permitió cruzar el Danubio. Hacia la misma época la población de hablantes de húngaro sobrepasó a la de germanoparlantes por primera vez en varios cientos de años.

Budapest entró en una especie de edad dorada de la que datan el parlamento húngaro, el tercero más grande del mundo y la basílica.
El Parlamento húngaro. Ya tendrá su propia entrada.
La Basílica de San Esteban. Al igual que el parlamento tiene una altura de 96 metros
De final del siglo XIX y principios del XX son varios edificios de Sesezzionstil –también conocido como modernismo- que es posible encontrar a los largo y ancho de la ciudad.
Con el fin de la primera guerra mundial sobrevino para Hungría la independencia, la declaración de la república y la partición. El imperio austrohúngaro colapsó y los países vencedores decidieron darle el parte de defunción. Una partecita para Italia (que se sintió estafada), una parte se transformó en Austria, otra en Hungría, otra en Checoslovaquia, algo fue a parar a Rumania… se decidió que Croacia y Eslovenia fueron unidas a Serbia (y creado así el reino de los serbios, croatas y eslovenos -luego Yugoslavia- y hasta hubo una parte para Polonia.
Con esta será la segunda vez que lo diga. En todos estos casos la población era mucho más heterogénea de lo que los nacionalistas no quieren hacer creer. Y mucho más mezclada de lo que les gustaría. De cerca de quince millones de húngaros, más de tres millones quedaron fuera de las fronteras del país. Porque, claro, los húngaros pensaban que el país iba a tener las fronteras históricas. Pero no. Ahora aquí y allá vivían otros pueblos, etnias y naciones. Y –por si fuera poco- dentro de la recién creada Hungría quedaron alemanes, polacos, eslovenos, eslovacos, rumanos y un largo y variado abanico de melánges de los más diversos tipos.
Museo de artes aplicadas, léase, decoración.

jueves, 25 de agosto de 2016

Budapest. Primera parte

Budapest nació oficialmente el 17 de noviembre de 1873 cuando se fusionaron legalmente las ciudades de Buda, Óbuda y Pest. ¿Qué por qué se llama Budapest y no Óbudapest o Pestóbuda? Pues tanto no sé. Al parecer Buda y Pest eran las dos ciudades más grandes y alguien habrá pensado que el pequeño pueblo de Óbuda no se merecía entrar en el nombre de la ciudad. ¿Qué por qué Óbuda se llama así estando al lado de Buda? Pues eso sí. Significa algo así como antigua Buda. ¿Qué si entonces Ó significa “vieja o antigua”? Nuevamente, ni idea.

Dejando los nombres de lado, la historia de Budapest va mucho más atrás en el tiempo. Comienza allá lejos con Aquincum, una ciudad romana fundada sobre un área colonizada inicialmente por los celtas. Por lo visto el imaginario popular que ubica a los celtas en Irlanda, Escocia y Francia resulta bastante acotado, histórica y geográficamente. De Islandia a Polonia, de España a Hungría y Eslovaquia, en todos lados parecen haber estado los celtas. Y en gran parte, desplazados, corridos, conquistados o asimilados. No por los borg, obviamente sino por los romanos y más tarde por germanos, eslavos y otras tribus que en su momento pulularon por aquí.

En fin, la ciudad romana de Anquincum fue un centro militar con una función defensiva importante; asegurar que los bárbaros (¡horror!) no cruzaran el Danubio y se internaran en el territorio romano. Más o menos como la Vindabona desde la que surgió la Viena moderna. Como ciudad romana, la ciudad contó con dos anfiteatros, mercado, foro y villas con calefacción central, además de baños públicos. De hecho, este no fue un tema menor. Los baños públicos romanos aprovecharon las aguas termales de la región y esa fue una de las razones por las que se eligió el lugar para fundar la ciudad.

Anquincum –ciudad que estaba más o menos ubicada en donde ahora está el barrio de Óbuda- propseró y para el año 100 ya era la capital de la Baja Panonia, nombre con el que se conocía a la región. Pero como dijo Fabiana Cantilo en su día, nada es para siempre.

Para el siglo IX el panorama ya pintaba un poco diferente. Con el imperio romano de occidente ya extinto aparecieron nuevos actores en la región. Después de los germanos aparecieron los magiares, algo así como la semilla de la que surgirían los húngaros. Ya sé que un nacionalista me acogotaría por decir semejante cosa. Para muchos no caben dudas de que los húngaros modernos son los descendientes directísimos de los mismísimos magiares aggiornados. No digo que no tengan nada que ver pero, de un magiar del siglo IX a un húngaro del XXI hay un salto tan grande como de Asterix a Francois Hollande.

Esquivando la discusión sobre la pretención nacionalista, digamos que los magiares establecieron su principal campamento más o menos cerca de las ruinas saqueadas de Anquincum. Digo campamento porque poco de aquello podría ser hoy catalogado como ciudad. Si aquello ya era poco, después de la invasión tártara del siglo XIII, quedó menos aún. Pero como de todas las experiencias siempre se puede aprender algo, los magiares se dieron cuenta de que, si querían asegurarse el dominio de la región, tenían que establecer una serie de bastiones que fueran fácilmente defendibles. Así que el centro de poder se mudó unos pasitos nada más, donde –aprovechando la colina de Buda- se construyó el castillo y nació la ciudad amurallada. Para 1361 Buda fue, oficialmente, designada capital del reino de Hungría.
Ciudadela de Buda
La iglesia de San Matías, el bastión de los pescadores y parte de la ciudad de Buda son algunos de los testigos de aquella época, aunque hayan sido sucesivamente remozados.
Bastión de los pescadores
Iglesia de San Matías
El otro que fue innumerables veces aggiornado fue el castillo, cuyas murallas y torres recuerdan un poco más su función menos protocolar y contrastan con el resto del conjunto, que fue sucesivamente modernizado.
Por algún tiempo el reino prosperó y en 1395 se fundó la Universidad de Óbuda. Menos de cien años después se imprimió en Buda el primer libro en húngaro y para el año 1500 la capital alcanzó los 5.000 habitantes. Sí, ya sé, es menos que Dina Huapi. Pero para la Hungría de la época fue todo un hito.
Subiendo a la ciudadela de Buda. Al otro lado del Danubio, el parlamento húngaro.
En 1526 entraron en acción unos viejos conocidos de la región, los turcos otomanos. Primero saquearon la ciudad, luego volvieron a sitiarla y en el año 1541 la tomaron. La tomaron y la ocuparon por más de 140 años, así que –mal que les pese a los nacionalistas húngaros- algún legado dejaron a su paso. Entre ellos una larga serie de baños termales, algunos de los cuales funcionan aún hoy (Baños Rudas y Király)
Buda, vista desde Pest.
Pero no todos los territorios de la Corona de San Esteban (como se conocía a las tierras que formaban parte del reino de Hungría) fueron conquistadas por los otomanos. El norte y el oeste del país (que en esa época se encontraba unido al reino de Bohemia) se salvaron de la ocupación. Lo mismo ocurrió con Transilvania, dónde se replegaron varios nobles húngaros.  Desde allí se impulsó la unión con Austria, que pronto comenzó a fagocitar cuanto territorio pudieran quitarle a los turcos. Eso, claro está, después de haber logrado resistir los tres sitios a los que Viena estuvo sometida.

miércoles, 24 de agosto de 2016

Foto de miércoles

Meissen. Parece que una puerta necesita un poco de lija y pintura. O quizás no.

lunes, 22 de agosto de 2016

Las campanas de Plauen

Si hay algo que forma parte del paisaje sonoro de Dresden son, ciertamente, las campanadas, tanto de edificios públicos como de iglesias. Todos los edificios públicos que se precien poseen campanas. Ni que hablar de las iglesias. Y todas suenan, aunque no necesariamente al mismo tiempo ni del mismo modo. Algunas suenan un par de veces a cada hora en punto, otras lo hacen en horarios especiales, por ejemplo, a las 12 del mediodía y a las seis de la tarde (como las del museo de la porcelana), otras también suenan a las y media, o incluso cada quince minutos.

En Plauen -nuestro barrio- hay básicamente dos edificios particularmente sonoros. Uno es la ex Rathaus (casa del Consejo de la Ciudad, o sea, la municipalidad) de Plauen. Una campanada marca cada hora y cuarto, dos cada y media, tres a la menos cuarto y cuatro marca las en punto. Todos los días, y hasta donde sabemos, todas las horas. Tenemos la hipótesis de que a la noche tarde deja de sonar pero nos ha fallado el esmero científico para comprobar la hipótesis… nunca salimos a las tres y media para ver si aún sigue sonando o no. También, afortunadamente, la doble ventana y la construcción … mmm … robusta nos aíslan bastante bien.

Al otro edificio lo tenemos en frente. Es la iglesia de Plauen, tenemos cocina y living comedor con vista directa. Es una suerte porque la iglesia tiene todo un parque a su alrededor y constituye una muy linda vista. Por raro que suene, la iglesia tiene un campanario que, hasta donde sabemos, funciona en forma diferente dependiendo del día. De lunes a viernes, siempre a las siete de la mañana. Pero los sábados, hasta donde nos damos cuenta, escuchamos las campanadas tres veces... La primera es a las siete, la segunda a las ocho y la tercera a las nueve. A modo de broma decimos que son la hora de levantarse, la de prepararse para salir de casa y la de inicio de la misa.

Por alguna de esas razones misteriosas que no terminamos de entender, también son particularmente intensas las campanadas que marcan las doce del mediodía y las seis de la tarde -en días de semana- y siete de la tarde -sábados y domingos-. ¿Qué significan? Bueno, las de las doce parece más lógica, pero la de las siete, aún no tenemos ni idea.
A todo esto, había dicho que las campanadas variaban cada día. Quizás a nadie le extrañe pero los domingos no toca a las siete. Tampoco a las ocho. Lo hace a las 8.30. Y luego a las 9.30. Nunca a las nueve.

Y por raro que parezca, los sábados y los domingos la gente va a misa. Grandes, chicos, en auto, a pie, en bici y hasta en monopatín. Se saludan, hablan un rato y para cuando toca la tercera tanda de campanadas ya están todos adentro.

sábado, 20 de agosto de 2016

Cracovia. Segunda Parte

En 1572 se acabó lo que se daba al morir el último de los reyes polacos de la dinastía Jagellion. Desde allí en adelante los reyes de Polonia serían nobles extranjeros elegidos por los nobles polacos -o en su defecto- por voluntad propia y sustento militar. Así fue que Polonia contó con reyes franceses, suecos y, recordarán, también sajones. Uno de estos reyes de origen sueco trasladó la capital de Cracovia a Varsovia. Fue el comienzo de un largo período de decadencia que desembocó –junto a una pésima posición estratégica- en las sucesivas particiones en las que Rusia, Prusia y Austria terminaron por engullirse a Polonia-Lituania.
Edificio del mercado con la torre de la vieja municipalidad
Plaza del mercado con la basílica de Santa María
Para cuando estalló la revolución francesa ya casi nada quedaba del reino de Polonia-Lituania y la ciudad de Cracovia fue a engrosar los dominios de nuestros omnipresentes y viejos conocidos, los Habsburgo.  Y mientras en Francia Luis XVI y María Antonieta iban derecho a la guillotina, en Cracovia comenzaba una insurrección destinada a liberar los territorios ocupados y unirlos a lo que quedaba de Polonia. O al menos eso pensaban los insurrectos. Se ve que tuvieron un ligero error de cálculo porque frente a este intento Rusia, Prusia y Austria decidieron volver a unir sus fuerzas, señalarles a los rebeldes cómo venía la mano y, de paso, terminar de repartirse lo que quedaba del reino.
Así las cosas los polacos dependieron de factores externos para tener mínimas chances de independencia. La primera  oportunidad la generaron las guerras napoleónicas. De sus victorias sobre Prusia y Austria Napoleón juntó un par de territorios y dio nacimiento al ducado de Varsovia. Obviamente, ensanguichado entre enemigos el ducado tenía un único aliado posible, el imperio francés. Como a tantos otros aliados de Napoleón, la derrota de aquél implicó una nueva caída en dresgracia. Así que en el congreso de Viena (para más información podés leer Viena. Capítulo 2) ¡sorpresa! Austria, Rusia y Prusia volvieron a dividir y repartirse los territorios polacos.
Así las cosas, no fue sino hasta el fin de la primera guerra mundial que volvió a existir Polonia como estado independiente. Con su capital en Varsovia y su centro académico y cultural en Cracovia.

jueves, 18 de agosto de 2016

Cracovia. Primera parte

Cuenta la leyenda que, allá lejos y hace tiempo fue concebido un plan. Un plan para viaje para recorrer Europa oriental incluyendo ciudades y pueblos en Polonia, República Checa, Eslovaquia, Hungría y más allá. Como todo gran plan, al principio pareció realizable. Intenso, sí, pero factible. Lamentablemente pronto el plan demostró ser en realidad demasiado ambicioso y humanamente imposible en el tiempo del que disponíamos, por lo que –muy a nuestro pesar- tuvo que ser descartado. Ello no significa que los destinos tentativos hayan corrido la misma suerte. Sólo que fieles al principio de que  quien mucho abarca, poco aprieta, la gran vuelta fue particionada en múltiples viajes.

A pesar de todo, la idea de la vuelta se las arregló para sobrevivir. Así pues, el comienzo del verano del hemisferio norte nos vio partir con rumbo a Cracovia. De Dresden a Cracovia en micro, de Cracovia a Budapest en tren nocturno (¡con camarote y camas!), de Budapest a Salzburgo con una parada estratégica en Viena. Luego de Salzburgo a Munich y, finalmente, de la capital bávara de vuelta a Dresden.

Como dije antes, nuestro primer destino fue Cracovia. En la actualidad es la segunda ciudad más grande de Polonia, además de una de las más antiguas y un importante centro  económico, académico y cultural. Pero no siempre fue así. Por cerca de quinientos años fue la capital del reino de Polonia, en el siglo IX ya era un centro comercial importante, aunque en el siglo VII era apenas un pueblito perdido en los confines del mundo. Se cuenta que mucho antes de eso, había sido la morada de un dragón. Con un pasado tan rico (en historia e imaginación) está claro por qué la ciudad es considerada una de las joyitas de Polonia. Pero vayamos en orden.

Carbono catorce y evidencia arqueológica en mano sabemos hoy que la colina de Wawel ha estado habitada desde el Neolítico pero recién en el siglo VII  el asentamiento fue reconocido como pueblo. La leyenda, en cambio, nos dice que fue un tal Krakus (de allí el nombre Krákow) quien fundó la ciudad luego de matar a Smok Wawelski, quien además de ser uno de los pocos dragones del universo con nombre y apellido, vivía en una cueva ubicada en la colina de Wawel y aterrorizaba a la población. Luego de dar muerte al bicho cavernícola, Krakus habría fundado la ciudad sobre esa misma colina. Hoy Smok tiene su propia escultura y una variedad de souvenires que serían la envidia e Nahuelito y otros bichos míticos.

Sea como fuere, para el siglo VII el pueblo de Cracovia empezó a sacudirse la modorra y para finales del siglo IX era un centro comercial de relativa importancia controlado por Moravia.  Cien años más tarde, en el 955 el duque de Bohemia se hizo con la ciudad, que ya era uno de los principales centros comerciales de la región y un punto importante en las rutas de comercio con el Mar Báltico.

En teoría, hacia el final de su reinado Mieszko I -que se supone habría sido el primer rey de Polonia-  tomó Cracovia y la incorporó a sus dominios. En 1038 la ciudad se transformó en la capital del reino y cien años después era el principal centro comercial del país.

De esta época son los primeros edificios de ladrillos; el castillo Wawel, la catedral, la basílica y otras iglesias.
Castillo de Wawel
Catedral de Cracovia

Pero, y sin importar lo raro que suene, en 1241 la ciudad fue invadida –y en gran medida destruida- por los mongoles. Sí, sí, los mongoles. Diez años después la ciudad había sido reconstruida siguiendo, teóricamente, los planos originales. Parece que la recuperación fue tan rápida que en 1259 los mongoles volvieron a saquear la ciudad. Para cuando intentaron un tercer ataque en 1287 Cracovia ya contaba con defensas suficientes como para hacerles frente.
En 1364 el rey Casimiro III contribuyó a delinear el perfil académico de la ciudad al fundar la Universidad de Cracovia, la segunda más antigua de Europa Central luego de la Universidad de Praga.
El hijo pródigo de la Universidad fue Nicolás Copérnico, que nunca fue docente aquí sino tan sólo estudiante.
Cuando los reinos de Polonia y Lituania se unieron (sí, se unieron y formaron uno de los reinos europeos más extensos de su época) Cracovia asistió a un nuevo período de esplendor y construcción. Como resultado la ciudad cuenta con un vasto patrimonio que aún hoy preserva; edificios románicos, góticos y renacentistas atestiguan la época dorada de Polonia.

Más o menos por la misma época la comunidad judía comenzó a crecer numéricamente y a construir las primeras sinagogas. Sinagogas, comercios y viviendas se fueron agrupando en el barrio que luego dio origen a Kazimirenz, en su momento declarada ciudad independiente por el rey ¡sorpresa! Casimiro (Kazimir) que quería que alguna una ciudad llevara su nombre. Hoy Kazimirenz es uno de los barrios más animados de Cracovia y tiene cierta movida cultural y culinaria que, al menos a nosotros, nos hizo pensar en la Neustadt de Dresden.