Hay gente que tiene un extraño instinto que la guía a hacer las preguntas incorrectas. Como si tuvieran la necesidad impostergable de preguntar por algo que no deberían. Bueno, yo pertenezco a ese grupo. Meto la pata con una frecuencia mayor a la imaginable, especialmente en mi trabajo…
Como me gusta que mis estudiantes traten de expresarse lo máximo posible normalmente hago preguntas, consulto, juego al periodista averiguando datos e información sobre su vida. Y, en ocasiones esta tendencia suele meterme en problemas.
Uno de estos episodios comenzó de la forma más inimaginable que puede existir. Había escuchado con mis tres estudiantes de esa semana un audio sobre el clima. Acto seguido le pedí a cada uno/a de ellos/as que describiera un poco el clima en su región. La primera en contestar fue Benedicte, una francesa que vive en el sur de Francia. Contó que en su región el clima estaba cambiando muchísimo, que habían tenido un invierno inusitadamente seco y caluroso hasta que se desató una tormenta de nieve, una de las más frías de los últimos años. Hizo una pausa, nos miró y detalló como a raíz de la tormenta de nieve se había cortado la electricidad y la calefacción, y había tenido que abandonar su casa. Yo, que ya empezaba a preguntarme por qué se me había ocurrido preguntar por el clima, no supe donde esconderme cuando Benedicte remató su historia contando que cuando volvió la electricidad a su casa hubo un cortocircuito y se incendió buena parte de la misma…
A esa altura me preguntaba como, si mi pregunta era tan naif, había desencadenado una charla donde mi estudiante comentaba que se había enterado del incendio mientras se dirgía al aeropuerto, que había tenido el impulso de cancelar todo y volver a ver las cenizas de lo que había sido su casa, que su novio le había sugerido que se fuera de vacaciones de todos modos, que lo quemado ya estaba perdido y que a su regreso seguramente estaría más tranquila y podría encarar mejor la situación… “¿Cómo puede ser que pasen estas cosas?”, pensaba yo cuando Benedicte dijo con una calma admirable. “Y bueno, es el cambio climático, nosotros somos responsables de estas cosas”. Pensé que antes de que los otros dos contaran tragedias climáticas en sus países podría desviar la atención de la conversación hacia aquel tópico.
“Pero nosotros no somos responsables de que el clima cambie”, sentenció otro de los estudiantes del grupo. No hace falta que aclare que él era el único estadounidense de la clase. La francesa lo miró sobresaltada, el otro estudiante, un chico se Suiza abrió los ojos y no sé que cara debo haber puesto yo, pero debe haber reflejado sorpresa mezclada con indignación.
Los argumentos que habría de usar eran los mismos que señala Al Gore en el documental “Una verdad incómoda”: El clima siempre ha cambiado (como ejemplo, los/as defensores/as de esta postura indefectiblemente citan las glaciaciones); no hay relación entre la producción de dióxido de carbono y el cambio climático, el cambio no necesariamente sea negativo...
Nos miramos. Lo miramos. Yo sabía que él estaba diciendo concienzudamente que no había evidencia científica de que hubiera alguna relación entre emisión de dióxido de carbono, calentamiento global y cambio climático. La francesa lo miró con cara de “no puede ser que estés haciendo una broma sobre esto”; el suizo no sabía que pensar.
Faltaban 5 minutos para terminar la clase y comenzaba a generarse un debate que se presentaba promisorio. Promisorio, claro está, para los fines didácticos, ya que yo esperaba encauzar la discusión hacia la justificación de las opiniones, el uso de nexos y conectores… Hace tiempo que aprendí, no sin esfuerzo, que en estos casos lo mejor es no sentarme a debatir uno-a-uno con un/a estudiante, menos aún cuando hay otros/as personas en el grupo. Los dejé debatir un rato, fui anotando correcciones en el cuaderno que uso (sí, también juego al psicólogo frustrado) para estos casos, los ayudé con las palabras, les corregía errores importantes y otros los anotaba para tratarlos más tarde.
La clase había terminado hacía 10 minutos y estos tres seguían sacándose chispas… los miré y les propuse seguirla al día siguiente. Su tarea sería armar su discurso, justificar sus puntos de vista y debatir al día siguiente. Todos/as asintieron, algunos/as más agradecidos por salvar sus pellejos, otros/as porque no habían tenido que asesinar a nadie.
Como me gusta que mis estudiantes traten de expresarse lo máximo posible normalmente hago preguntas, consulto, juego al periodista averiguando datos e información sobre su vida. Y, en ocasiones esta tendencia suele meterme en problemas.
Uno de estos episodios comenzó de la forma más inimaginable que puede existir. Había escuchado con mis tres estudiantes de esa semana un audio sobre el clima. Acto seguido le pedí a cada uno/a de ellos/as que describiera un poco el clima en su región. La primera en contestar fue Benedicte, una francesa que vive en el sur de Francia. Contó que en su región el clima estaba cambiando muchísimo, que habían tenido un invierno inusitadamente seco y caluroso hasta que se desató una tormenta de nieve, una de las más frías de los últimos años. Hizo una pausa, nos miró y detalló como a raíz de la tormenta de nieve se había cortado la electricidad y la calefacción, y había tenido que abandonar su casa. Yo, que ya empezaba a preguntarme por qué se me había ocurrido preguntar por el clima, no supe donde esconderme cuando Benedicte remató su historia contando que cuando volvió la electricidad a su casa hubo un cortocircuito y se incendió buena parte de la misma…
A esa altura me preguntaba como, si mi pregunta era tan naif, había desencadenado una charla donde mi estudiante comentaba que se había enterado del incendio mientras se dirgía al aeropuerto, que había tenido el impulso de cancelar todo y volver a ver las cenizas de lo que había sido su casa, que su novio le había sugerido que se fuera de vacaciones de todos modos, que lo quemado ya estaba perdido y que a su regreso seguramente estaría más tranquila y podría encarar mejor la situación… “¿Cómo puede ser que pasen estas cosas?”, pensaba yo cuando Benedicte dijo con una calma admirable. “Y bueno, es el cambio climático, nosotros somos responsables de estas cosas”. Pensé que antes de que los otros dos contaran tragedias climáticas en sus países podría desviar la atención de la conversación hacia aquel tópico.
“Pero nosotros no somos responsables de que el clima cambie”, sentenció otro de los estudiantes del grupo. No hace falta que aclare que él era el único estadounidense de la clase. La francesa lo miró sobresaltada, el otro estudiante, un chico se Suiza abrió los ojos y no sé que cara debo haber puesto yo, pero debe haber reflejado sorpresa mezclada con indignación.
Los argumentos que habría de usar eran los mismos que señala Al Gore en el documental “Una verdad incómoda”: El clima siempre ha cambiado (como ejemplo, los/as defensores/as de esta postura indefectiblemente citan las glaciaciones); no hay relación entre la producción de dióxido de carbono y el cambio climático, el cambio no necesariamente sea negativo...
Nos miramos. Lo miramos. Yo sabía que él estaba diciendo concienzudamente que no había evidencia científica de que hubiera alguna relación entre emisión de dióxido de carbono, calentamiento global y cambio climático. La francesa lo miró con cara de “no puede ser que estés haciendo una broma sobre esto”; el suizo no sabía que pensar.
Faltaban 5 minutos para terminar la clase y comenzaba a generarse un debate que se presentaba promisorio. Promisorio, claro está, para los fines didácticos, ya que yo esperaba encauzar la discusión hacia la justificación de las opiniones, el uso de nexos y conectores… Hace tiempo que aprendí, no sin esfuerzo, que en estos casos lo mejor es no sentarme a debatir uno-a-uno con un/a estudiante, menos aún cuando hay otros/as personas en el grupo. Los dejé debatir un rato, fui anotando correcciones en el cuaderno que uso (sí, también juego al psicólogo frustrado) para estos casos, los ayudé con las palabras, les corregía errores importantes y otros los anotaba para tratarlos más tarde.
La clase había terminado hacía 10 minutos y estos tres seguían sacándose chispas… los miré y les propuse seguirla al día siguiente. Su tarea sería armar su discurso, justificar sus puntos de vista y debatir al día siguiente. Todos/as asintieron, algunos/as más agradecidos por salvar sus pellejos, otros/as porque no habían tenido que asesinar a nadie.