viernes, 26 de junio de 2009

Como un nene de 10 años

No sé cuánto pero hace ya bastante que tengo tarjeta electrónica para el colectivo. Por suerte (y claro también, por desgracia) acá sólo hay dos compañías de colectivos. Así que con dos tarjetas ya tenés cubierto el 100% de las líneas de colectivos.

Cuando tenés tarjeta no te dan boleto, así que perdí la oportunidad de seguir acumulando rollitos de boletos en mis bolsillos y mochilas. La verdad es que cuando lo veo de ese modo, pienso que es mejor así. Aunque debo admitir que los boletos tienen su costado romántico. No los boletos de máquina electrónica que salen en papel de fax, blanco y negro, donde ya nadie mira el número que le toca. Me refiero a boletos como corresponde; de colores, verde, azul, amarillo, rosa… y a veces también a rayas diagonales; blanco y azul o blanco y verde.

Cuando había llegado a Bariloche le prestaba bastante atención al tema. Casi, casi que vuelvo a coleccionarlos. Y de hecho creo haber empezado aunque, seguramente, en alguna locura de orden deben haber ido a parar todos a la basura. Me acuerdo que al principio de este furor de (re)encuentro con los boletos miraba siempre, buscando el capicúa. Y siempre estaba ahí… dos números después, cinco números antes, siempre cerca pero nunca capicúa. Claro que en algún momento debe haber terminado la racha, me salió un capicúa, me sentí un nene de diez años otra vez y me olvidé del tema. Bueno, tanto no, porque algún tiempo después escribí un cuentito sobre boletos y viajes en colectivo. Eso desencadenó que volviera a escribir, o más bien, que intentara hacerlo. Y aún, cada tanto, vuelvo a escribir aunque no está muy claro con qué fin.

La cuestión es que hace unos días salí de la escuela poco después de las 5 y algo, fui al súper y mientras regresaba caminando, a la altura de la parada del colectivos que está atrás de club andino, veo que pasa algo rojo y amarillo. Comenzaba a lloviznar. Lo pensé medio segundo y me subí. Busqué rápidamente mi tarjeta pero no la encontré. Me fijé en los bolsillo, nada. Encontré un billete de dos pesos y pagué con eso; el colectivero me alcanzó el vuelto y el boleto. Agarré ambos, los puse en mi bolsillo, levanté las bolsas con mis compras y me fui hasta el fondo del colectivo.

De pronto, me acordé del boleto. Hacía tanto tiempo que no me daban boleto que no me había dado cuenta de fijarme. 17671. Capicúa.

martes, 23 de junio de 2009

Chango más, chango menos ...

Tema principal del diario local por una par de días, recibió horas y horas de atención radial y también fue el eje de discusiones y charlas en (casi) todos lados; ¿Wal-Mart sí o no?

Argumentos hay a favor y en contra y el tema requirió debates públicos, una serie de charlas en contra, bocinazos de opositores a la instalación de la cadena en Bariloche y manifestaciones a favor y en contra. La cuestión, finalmente, será definida a través de un referéndum, más como una forma de insistir luego de la votación adversa en el Concejo Deliberante que por la convicción de los ediles, que inicialmente habían desestimado la posibilidad de definir la el tema vía plebiscito.

En realidad hay un par de cosas interesantes. Wal-Mart no es Wal-Mart. Sí, parezco loco, y a lo mejor lo estoy, pero este no es un síntoma de eso. El Wal-Mart de Bariloche será un “Chango Más”. ¿Habrán pensado que nadie sabría que detrás de eso está Wall Mart? No lo sé. Pero chango más, chango menos, Wal Mart, con desdoble de personalidad quiere instalarse en Bariloche. Y tan pronto como se conoció la noticia comenzó la polémica.

Wal Mart quiere instalar un edificio de un tamaño mayor del que está permitido, lo cual generaría que, de aprobarse su instalación, habría que modificar la ordenanza que regula la instalación de los supermercados. Pero el debate de fondo era más fuerte. Había quienes se referían al modelo de ciudad que Bariloche quiere tener. Wal Mart, Mc Donalds, Hilton dinamitando la cumbre de un cerro para instalar un mega hotel de superficie mayor de la permitida… Ciertamente yo no vine a vivir a Bariloche para encontrarme con eso. Afortunadamente no soy el único.

Pero el debate no se limitaba sólo a eso. “Wal Mart explota a sus trabajadores”, decían algunos, “Wal Mart traerá precios más bajos”, respondían otros. Había quienes sugerían que el super “arruinaría a los comerciantes locales” y quienes entendían que “estimularía la competencia”. Pienso que nadie duda del grado de explotación de la mano de obra que produce las líneas textil y blanca de estas compañías. “Lo mismo pasa con otras compañías y nadie prohibe las cadenas de zapatillas”, retrucaban algunos. De todos modos, ni esta ni otras compañías son reconocidas por su trato cordial a sus empleados, sino más bien por lo contrario.

Para cuando terminé de definir mi posición (sí, tengo una tendencia horrible a tomar posición en cuanto conflicto se me cruza) me di cuenta de algo que me pasa a menudo. Otras personas que tienen la misma opinión tienen intereses muy diferentes de los míos. Pienso que así pasó en este conflicto; en contra de la instalación del super había organizaciones ecologistas, asambleas de vecinos, pero también la cámara de comercio y las grandes compañías locales. A favor estaban quienes propician la transformación de Bariloche en un centro de consumo a lo yanqui, pero también algunos vecinos de los barrios más pobres que lo ven como una posibilidad de tener un supermercado cerca de su casa a precios más baratos.

Quienes están a favor aducen que su instalación aumentará la oferta, habrá más competencia y nos beneficiaremos los consumidores. Ya no entiendo como esta mentira sigue surtiendo tan buen efecto. Claro, en la teoría es muy entendible pero, y las privatizaciones argentinas sirven como ejemplo, la “competencia” no necesariamente genera una baja de precios, y muchos menos en el largo plazo, cuando los gigantes terminen de destruir a los más pequeños. En general se da comienzo así a una etapa de monopolio, o, en el mejor caso, oligopolio, dándole la posibilidad a unos pocos a controlar todo el mercado. Obvio que no me gusta opinar igual que la cámara de comercio y las cadenas de supermercados. Pero tampoco quiero vivir en una ciudad donde todo empiece a pasar por el consumo envasado en el modelo estadounidense. Y pienso que ni quienes vivimos en Bariloche, ni quienes vienen como turistas buscan eso…

Presiones a favor, presiones en contra, hubo un empate en la votación en el concejo deliberante. Igual cantidad de votos a favor, igual en contra. En un clima raro, donde se comentaba que tanto las cadenas existentes como la que esperaba instalarse habían adornado funcionarios, el empate virtual desempolvó una propuesta que algunos opositores al proyecto habían hecho; hacer una consulta popular y que los ciudadanos decidamos. O, más bien, decidan, ya que a pesar de tener desde hace dos años el DNI de la provincia de Río Negro (tramitado desde Bariloche) sigo sin aparecer en los padrones electorales.

domingo, 21 de junio de 2009

Domingo invernal

El viernes había vuelto a nevar. En realidad había sido una nevada mucho más importante que la del domingo anterior, pero después de las 6 apenas quedan vestigios de la nieve en el centro de la ciudad. En casa, por el contrario, la evidencia era innegable. Los techos todavía blancos, también nieve en los jardines, aunque para el sábado a la mañana comenzaba a derretirse la nieve que estaba en las copas de los árboles.

A lo largo del sábado el clima no mejoró en absoluto, pero tampoco nevó. El viento sólo traía frío y, de tanto en tanto, algunos copos que, imaginábamos, habían sido arrancados de la copa de los cipreses del cerro Otto. Me fui a dormir con la idea de que despertaría para encontrar un manto blanco sobre Bariloche.

Por la mañana no había ruidos, me acomodé en la cama y traté de distinguir el sonido de los autos en Pioneros. No se escuchaba como cuando nieva, no se escuchaba ese silencio extraño que absorbe los sonidos. Pensé que sólo sería una mañana tranquila. Después de todo es domingo. No veo porque no debería ser así.

Claro que sí sentía el frío y retrasé mi salida de la cama por un tiempo hasta que me fue imposible quedarme. Me asomé a la ventana. Casi ni quedaban rastros de la nieve. Había estado lloviznando antes y se había lavado casi toda la nieve.

Bajé a la cocina, puse a calentar el agua, me serví yogurt y empecé a ordenar los platos y los cubiertos de la cena de la noche anterior. Entre mate y mate y con Mercedes Sosa de fondo empecé a limpiar la mesada y para cuando quise darme cuenta había limpiado la cocina, el piso de la cocina, había barrido la escalera, el estudio y el comedor. Sí, sé lo que están pensando y no soy tan eficiente como para hacer eso con un CD… es que me había comprado un disco doble de Mercedes Sosa, tenía 40 temas, así que me acompañó durante todo el trabajo. Para cuando empecé a limpiar el baño me percaté de que estaba cayendo un aguanieve que poco a poco iba espesándose…

Al cabo de media hora había comenzado a acumularse la nieve en el jardín, en los techos de las casas y de los autos. La calle, toda mojada y llena de charcos todavía requiere un poco más de tiempo. Es difícil que se acumule la nieve porque nieva, para, cae agua nieve y vuelve a nevar… Pero algo es seguro, tímida pero definitivamente, la temporada queda inaugurada.

sábado, 20 de junio de 2009

A sala llena

Era un miércoles. Había salido del trabajo a la una (No me escapé; estamos con sistema de medio franco semanal. Léase, una tarde libre por semana) así que había llegado poco después a casa. No me había cambiado porque tenía que volver a salir. Me dediqué a terminar algunos trabajos y, cuando se hizo la hora, salí de casa.

Ya era de noche, ahora anochece mucho más temprano -a las 7 ya está oscuro- y mientras bajaba con rumbo al pueblo veía las luces de la ciudad a lo lejos, el dibujo del damero que hacía la iluminación de las calles y más allá la estepa. Mi destino, la Expo universidades.

La expo es una feria donde hay representantes de universidades públicas y privadas, de la región y de otras ciudades. Además de los stands de la universidades hay charlas y paneles. Mi función era, una vez más, estar en el panel de ciencias sociales para responder preguntas sobre Ciencia Política.

Todavía no tengo muy claro porque me invitan. O mejor dicho, tengo bastante claro porque me invitaron a la primera, lo que no sé es porque reinciden. La primera vez que me invitaron creo haber planteado dudas en la vocación de más de uno/a, tirado un par de pálidas y trasladado mis propios planteos sobre la carrera. Estructura de la carrera, debate al interior, tensiones, discusiones entre tradiciones diferentes.

Me volvieron a invitar. Al segundo año me tocó compartir panel con psicología y trabajo social. Pienso que estuvo bueno porque cada uno describrió más someramente lo suyo y dimos más tiempo para preguntas.

En las charlas anteriores siempre había intentado transmitir no sólo un panorama general del plan de estudio de la UBA, sino también un poco las orientaciones existentes y las tensiones y debates que hay al interior de la academia. Además, algunas advertencias. “A diferencia de otras carreras, jamás van a abrir un diario y encontrar un aviso que diga BUSCO Licenciado/a en Ciencia Política” es una de las frases armadas que uso para introducir la cuestión del campo laboral. También advierto acerca de la importancia de las relaciones, el lobby y los vínculos. No para obtener “algo de arriba”, sino más bien para enterarse de las posibilidades. Mi experiencia tiene que ver con eso (bueno, más bien su falta) y la perseverancia. A veces cuento como la volvía loca a la adjunta de Historia Contemporánea para que me aceptaran en la cátedra. Bueno, no es que la volviera loca, es que tenía que insistir e insistir, hacerle recordar, volver al ataque una y otra vez. Ella estaba sobrecargada de trabajo y problemas y yo no ocupaba ningún lugar en el TOP 10 (Pienso que tampoco entraba entre los 50…) de sus preocupaciones.

Esta vez compartía el panel de ciencias sociales con gente de socio(logía), comunicación y antropología. Los años anteriores el panel de ciencias sociales estaba desdoblado en dos. Parece que este año había menos interés. No los/las puedo culpar. Así que precavido por el menor interés me dirigí al aula con Ailín, organizadora de la jornada y representante itinerante de sociología y filosofía ...

Sorpresa. Una sola persona. Esperamos cinco minutos más. Nadie por aquí, nadie por allá. Todavía faltaba media hora para que llegara un grupo de tres o cuatro interesados/as más. Llegó el flaco de comunicación. Los tres nos miramos un segundo. “Bueno, empecemos”, propuso Ailín. “Dale”, respondí. Nos miramos y lo miramos a nuestro único espectador. Los tres nos sonreímos. “Contanos cuál es tu idea”, le propuso mi compañera de panel a nuestro, hasta entonces, único asistente...

martes, 16 de junio de 2009

La primera nevada

Había pasado todo el sábado sin salir de casa. Hacía frío, había neblina, humedad, estaba un poco ventoso. No Había encontrado ninguna excusa que me hiciera abandonar el calor del hogar así que no salí en todo el día. Para el domingo a la tarde ya estaba un poco cansado del encierro. Afuera el viento soplaba y la temperatura no parecía ser muy diferente de lo que había sido el sábado. Busqué abrigo y salí de todos modos. Tendí la ropa, tarea que había ignorado sistemáticamente y que ya no podría ser retrasada y me dispuse a caminar con dirección al cerro. Después de algunos metros busqué en mi bolsillo ese aparato que me relaciona con buena parte del mundo. Les escribí a Juampi y a Sissi para saber si no tenían ganas de ir a la Cruz a tomar unas cervezas.

Mientras esperaba su respuesta seguí caminando. Las manos en los bolsillos, la campera cerrada, la cabeza cubierta con la capucha de mi buzo… Seguí avanzando hasta recibir respuesta. Debía seguir con el rumbo hasta el kilómetro 4. Es un recorrido que conozco casi de memoria. En primavera y verano hago esa ruta cuando salgo a correr. El resto del año la camino con algunas variantes.

Los chicos estaban en su casa, sobre la mesa un rompecabezas que se esmeraba en no ser armado. Frente a él un chica que luchaba con las fichas para que entraran donde se suponía que debían hacerlo. Nos quedamos un rato adentro hasta que salimos…

Cuadras, hosterías y colectivo de por medio llegamos a destino; la cervecería La Cruz, uno de esos lugares que sin ser fastuoso, pretencioso o espectacular tiene el clima ideal para que te sientas cómodo. Bueno, no funciona con toda la gente, afortunadamente, pero si conmigo y, al parecer, también con los chicos.

Nunca habíamos pensado en la posibilidad. Lo dimos por sentado y, al parecer, no acertamos. El lugar estaba cerrado, y un cartel negro escrito con tizas de colores nos explicaba: “Domingo y Lunes CERRADO”. Comenzamos a caminar para volvernos. El frío se hacía sentir, aunque la noche parecía la menos apropiada para una nevada; pocas nubes, algo de viento. Reorganizamos nuestro plan y, previo paso por el supermercado, llegamos a la casa de los chicos. Mientras las cervezas se enfriaban, preparábamos mate y organizábamos la picada. Cruzamos comentarios varios, trabajo, amigos, la nieve que se hacía esperar, y entre mate, queso, papitas, maníes y cerveza se iba haciendo la hora de la cena.

Juampi ya se había bañado cuando nos sentamos a cenar. Y entre nuestras risas y comentarios comenzaron a colarse algunos ruidos del viento agitando las copas de los árboles. Sissi había vuelto al rompecabezas cuando descubrimos que lloviznaba. Era casi la hora de mi colectivo cuando salí. En teoría me encontraba con Matías para hacer algo en el centro después de esperar por unos pocos minutos el colectivo. En la práctica, esperé unos cuantos minutos más, y me dirigí a casa ya que había sido informado que mi compañero de andanzas no se sentía del todo bien.

Luchando con la llovizna y la oscuridad para saber cual era mi parada me bajé en casa más por intuición que por la evidencia visible. Crucé el baldío que nos separa de la ruta y, rápido, me metí en casa. En el dormitorio me reencontré con un panorama que había reprimido en mi memoria; esa mañana había sacado las sábanas de mi cama para lavarlas. No había querido poner las limpias y ahora pagaba el precio de mi fiaca.

Como siempre, encontrar un juego completo de sábanas es una misión que requiere sacar el 80% de las sábanas del placard. No sé por qué. No es estadísticamente posible que sea necesario sacar tantas sábanas para armar un juego; a la que tiene la funda de la almohada le falta la parte de abajo, la que la tiene, no tiene la de la almohada. Me requirió un rato dar con un juego entero. Otro rato más se fue en armar la cama hasta que, finalmente, estuve a punto de meterme en la cama. Justo entonces descubrí que las cortinas estaban altas, así que me acerqué para bajarlas y fue en ese momento cuando, tal como había sido pronosticado pero en contra de lo que señalaba el sentido común, estaba nevando. No eran copos tímidos o agua nieve, sino que claramente eran copos, húmedos, es posible, sí, pero nieve en fin que comenzaba a acumularse en la calle, los autos y los techos. Busqué mi celular. “Miren por la ventana”, escribí. Seleccioné como destinatario el teléfono que usan Sissi y Juampi (y que así figura en mi agenda de direcciones). Sonido de error. Algo no funcionaba, así que volví a intentar el proceso por segunda vez. Error nuevamente. Deduje que no tendría crédito… pero tenía que avisarle a los chicos… ¿y si ellos no miraban por la ventana?. Miré yo por la mía y sentí la certeza; tenía que avisarles. Entonces recordé que hay un servicio en el cual te prestan crédito a descontar de tu próxima carga. Pienso que por primera vez me alegré de que las compañías (que sólo ofrecen prestaciones para complicarles la vida a los usuarios y sacarles más dinero del que usualmente le sacan) ofrecieran este servicio. Seguí la voz de una mujer, bueno, en realidad de una máquina con la voz grabada de una mujer y cumplí el proceso. Les envié el mensaje. 5 Minutos después recibía los mensajes de los chicos que veían los copos, de Matías que también veía nevar desde la ventana de su departamento. Me acomodé entre las frazadas y me dispuse a dormir al calor de mi cama.