Tal como había adelantado en los últimos mensajes, estoy en proceso de reencontrarme con la escritura... Obviamente soy un desastre, pero me sirvió, en más de una ocasión, no sólo como un hobby divertido sino como una buena catarsis. A continuación se encuentra uno de mis primeras criaturas, surgida de la experiencia de ése mismo día, que pasó hace ya casi tres semanas. Por algún tiempo el episodio me dejó un tanto traumado, aunque ahora ya lo hemos superado bastante...
Él se sentó en su escritorio, revisó sus correos, no había noticias importantes, tampoco pedidos. “Perfecto”, pensó él, y se dispuso a empezar con sus tareas.
La tranquilidad duró poco, ella lo llamó y le pidió que mirara la comunicación que mantenía con uno de los jefes. “Tenemos que revisar los contratos”, decía el mensaje, y añadía “la vamos a tomar por 15 días y nada mas”… él sintió indignación y mientras miraba a la directora pensando en que deberían responder otro mensaje apareció. “En realidad no es necesaria. Re hagan el cronograma de trabajo sin ella”. Ella se quedó congelada, él no supo que hacer. “¿Cómo podía ser?”, pensó él mientras sentía que la desesperación comenzaba a ganarlo, aunque pensó que algo aún podría hacerse, rever la medida, hacer algo, intentarlo… podía, debía hacerlo.
Unos instantes pasaron (no hace falta decir que parecieron una breve eternidad), “Pero si ya le dijimos que viniera a trabajar”, le dijo a su jefa. “Éste tipo está loco”, dijo ella mientras ambos miraban atónitos la pantalla. Ambos explicaron que Ángela ya había renunciado a sus trabajos (Argentina, año 2007, era evidente que uno sólo no bastaba), que los plazos estaban vencidos, que ella viajaba al día siguiente desde su ciudad natal para instalarse allí, que ya estaba todo preparado.
“No es necesaria”, repuso el dueño, “podemos hacerlo sin ella…”, y al momento explicó que él no estaba al tanto y que no entendía porqué habrían de contratarla. Pero sí lo sabía, aunque hizo falta repetir sus palabras de hacía un mes y luego dos semanas, cuando consultó si eran necesarias nuevas entrevistas o si la chica estaba confirmada. Reconoció que lo sabía, pero con los problemas que tenían en Buenos Aires debía haberlo olvidado, que allá la situación era bastante más compleja, que tenía varios despidos más por disponer.
Los mensajes iban y venían por la fría rapidez de la comunicación digital que acorta las distancias pero deja a los interlocutores sin poder ver la expresión y el tono de voz del otro. En el planteo del jefe todo parecía muy obvio; problemas mas importantes en la sede mas importante, reducción de clientes, había personal innecesario, la reducción era la obvia salida, la salida para salvar el ejercicio.
Mientras tanto, detrás del escritorio, sus dos interlocutores se miraban y no podían creer lo que leían en el monitor de la computadora. “éste tipo no se da cuenta que ella ya renunció, que viene en dos días… no puede hacer esto”. “Puede”, le respondió ella, él era el dueño y podía hacerlo. Intermitente ambos se sentían impotentes y derrotados, pero al cabo de unos segundos volvían a contraatacar. Él la imaginaba firmando sus telegramas de renuncia, empacando, despidiéndose y se sentía sobrepasado. Ambos explicaron que ella era necesaria, que la necesitaban, que era necesario tener un resguardo, y que, en todo caso, que si era tan evidente que no hacía falta, hacía un mes era igual de innecesaria. “Puede ser, pero la situación es otra”, decía el mensaje, y la tranquilidad con que las palabras aparecían intranquilizaban más de lo que podía creer. Le explicaron las razones una a una otra vez, detallaron la situación de Ángela, ella ya había renunciado, en un día llegaría a la ciudad, en tres días comenzaría a trabajar.
“No, no se puede”, leyó ella. Explicó que era un bajón, una falta de respeto, una irresponsabilidad, un mal manejo. Le escribí un mensaje en el celular, le conté a Ángela que estaba pasando, que nos diera algunos minutos para que el dueño entrara en razón. Ella respondió al instante diciendo que no podía creerlo, que el tipo era un hijo de puta, que …
Yo estaba de acuerdo, pero a él parecían no importarle nuestras razones. “Tendré que llamarla a Angie y explicarle que …”, pero la interrumpí para decirle que no podía ser, y decimos reemprender nuestro frente de campaña. Para nuestro asombro las respuestas del dueño pronto dejaron de justificar lo que había decidido y comenzaron a objetar los frutos de nuestro trabajo, a sugerir que ciertas decisiones tomadas no tenían sentido, a que las asignaciones del personal no se condecían con los principios de la empresa. Ninguna de sus objeciones tenía un fundamento ligeramente sólido, e incluso algunas se debían a propias confusiones. “Si todo se pone difícil acusás a los demás”, recordé las líneas de una película que había visto unas horas antes. Todo se había puesto difícil, así que él había acusado a los demás, o sino era así, no lo parecía en lo mas mínimo.
El teléfono sonó, mi jefa atendió la llamada; tuvimos una pequeña tregua. Aproveché para contarle a Ángela cómo iba la negociación. Creo que él fue el primero en violar la tregua, porque mientras mi jefa hablaba por teléfono continuaban apareciendo mensajes; en Buenos Aires despedirían 10 personas, era una lástima, pero problemas mas serios ocupaban su mente, no podía preocuparse por esta situación, y más preguntas acerca de nuestras asignaciones para la próxima semana. Cuando mi jefa se reincorporó a la batalla sus órdenes fueron claras, debía rearmar el cronograma, creo haber dicho un “pero …”, aunque su mirada me respondió antes. Mientras yo volvía a asignar a mis compañeros ella continuaba su charla cibernética. Entretanto yo aprovechaba para espiar lo que decían los mensajes.
Mi imaginación proyectaba momentos que habían pasado o bien, deberían pasar: Angie en sus fiestas de despedida, armando sus valijas, nosotros recibiéndola, yo explicándole la situación. Las imágenes fueron cortadas por el teclear incesante y cada vez más violento de Eleonora. “La puta madre, que Jota hable con ella, ya que él se comprometió…” Pero no hubo respuesta, Brian tampoco hablaría con ella. Ya no recuerdo cuantas veces lo dijimos, o lo dijo uno de los dos, o los dos al mismo tiempo, tampoco importa, pero fue un desfile de insultos. Entre tanto desde Buenos Aires nos llegaban noticias, “Ingrid ya no está con nosotros”, dijo Jota, como si se tratara de la necesidad de buscar el mas grande eufemismo para decir que había sido despedida. Otras personas a las que apenas conocía habían sido despedidas, otras, sin nombre, sólo denominadas a través de sus cargos completaban la lista.
Salimos a fumar. Yo no fumaba, pero sin embargo salía a fumar armado de mate y termo. “El pibe no tiene idea de cómo dirigir una empresa” dijo Leo. Ya no recuerdo las palabras que siguieron pero intentó calmarme, yo no debía sentirme mal, ni mucho menos culpable, ya que no era responsable. Sin embargo el pensamiento no parecía ayudarme a buscar una solución al problema. Ángela había renunciado a sus trabajos, había empacado sus cosas, y también sus ilusiones, ella vendría a vivir a casa, compartiríamos los mates y las cenas, las charlas y los fines de semana. Mientras tanto, en Buenos Aires, en 5 minutos alguien decidió que la chica no era necesaria.
“Para él –intentaba explicarme Leo- ella no es Ángela, ella es un número, una bolsa de dinero que cuesta plata, y si ese dinero es negativo, se descarta”. Y agregó “Él no piensa en ella, no piensa en Ángela, Angie, que viene acá, trabaja, se caga de risa, es nuestra amiga y todo eso… no, ahí él ve un número”. Yo podía entender que para los dueños de la empresa todos seamos números, o bolsas de dinero, ecuaciones que tienen un costo y una ganancia y que deben asegurar, para su supervivencia que el resultado de la ganancia menos el costo diera positivo. Pero si eso era así, ellos deberían haberlo sabido antes, y hace un mes el comentario no debería haber sido “si estábamos seguros que la chica iba a poder”.
Brian, uno de los dueños, no iba a hablar con ella, no iba a considerar nada más. Volví a sentirme terriblemente agotado. Junté coraje y encaré lo inevitable; hablé con Ángela, le expliqué con detalles lo ocurrido. No es necesario aclarar su reacción, como tampoco hace falta explicar que ella estaba más indignada que yo, y aunque ambos compartiéramos el ultraje, en última instancia, era ella la perjudicada.
Entonces yo comprendí, comprendí que no quería trabajar más en ese lugar, comprendí que tan pronto terminara mi comunicación telefónica con Angie buscaría trabajo en los clasificados.