Había pasado todo el sábado sin salir de casa. Hacía frío, había neblina, humedad, estaba un poco ventoso. No Había encontrado ninguna excusa que me hiciera abandonar el calor del hogar así que no salí en todo el día. Para el domingo a la tarde ya estaba un poco cansado del encierro. Afuera el viento soplaba y la temperatura no parecía ser muy diferente de lo que había sido el sábado. Busqué abrigo y salí de todos modos. Tendí la ropa, tarea que había ignorado sistemáticamente y que ya no podría ser retrasada y me dispuse a caminar con dirección al cerro. Después de algunos metros busqué en mi bolsillo ese aparato que me relaciona con buena parte del mundo. Les escribí a Juampi y a Sissi para saber si no tenían ganas de ir a la Cruz a tomar unas cervezas.
Mientras esperaba su respuesta seguí caminando. Las manos en los bolsillos, la campera cerrada, la cabeza cubierta con la capucha de mi buzo… Seguí avanzando hasta recibir respuesta. Debía seguir con el rumbo hasta el kilómetro 4. Es un recorrido que conozco casi de memoria. En primavera y verano hago esa ruta cuando salgo a correr. El resto del año la camino con algunas variantes.
Los chicos estaban en su casa, sobre la mesa un rompecabezas que se esmeraba en no ser armado. Frente a él un chica que luchaba con las fichas para que entraran donde se suponía que debían hacerlo. Nos quedamos un rato adentro hasta que salimos…
Cuadras, hosterías y colectivo de por medio llegamos a destino; la cervecería La Cruz, uno de esos lugares que sin ser fastuoso, pretencioso o espectacular tiene el clima ideal para que te sientas cómodo. Bueno, no funciona con toda la gente, afortunadamente, pero si conmigo y, al parecer, también con los chicos.
Nunca habíamos pensado en la posibilidad. Lo dimos por sentado y, al parecer, no acertamos. El lugar estaba cerrado, y un cartel negro escrito con tizas de colores nos explicaba: “Domingo y Lunes CERRADO”. Comenzamos a caminar para volvernos. El frío se hacía sentir, aunque la noche parecía la menos apropiada para una nevada; pocas nubes, algo de viento. Reorganizamos nuestro plan y, previo paso por el supermercado, llegamos a la casa de los chicos. Mientras las cervezas se enfriaban, preparábamos mate y organizábamos la picada. Cruzamos comentarios varios, trabajo, amigos, la nieve que se hacía esperar, y entre mate, queso, papitas, maníes y cerveza se iba haciendo la hora de la cena.
Juampi ya se había bañado cuando nos sentamos a cenar. Y entre nuestras risas y comentarios comenzaron a colarse algunos ruidos del viento agitando las copas de los árboles. Sissi había vuelto al rompecabezas cuando descubrimos que lloviznaba. Era casi la hora de mi colectivo cuando salí. En teoría me encontraba con Matías para hacer algo en el centro después de esperar por unos pocos minutos el colectivo. En la práctica, esperé unos cuantos minutos más, y me dirigí a casa ya que había sido informado que mi compañero de andanzas no se sentía del todo bien.
Luchando con la llovizna y la oscuridad para saber cual era mi parada me bajé en casa más por intuición que por la evidencia visible. Crucé el baldío que nos separa de la ruta y, rápido, me metí en casa. En el dormitorio me reencontré con un panorama que había reprimido en mi memoria; esa mañana había sacado las sábanas de mi cama para lavarlas. No había querido poner las limpias y ahora pagaba el precio de mi fiaca.
Como siempre, encontrar un juego completo de sábanas es una misión que requiere sacar el 80% de las sábanas del placard. No sé por qué. No es estadísticamente posible que sea necesario sacar tantas sábanas para armar un juego; a la que tiene la funda de la almohada le falta la parte de abajo, la que la tiene, no tiene la de la almohada. Me requirió un rato dar con un juego entero. Otro rato más se fue en armar la cama hasta que, finalmente, estuve a punto de meterme en la cama. Justo entonces descubrí que las cortinas estaban altas, así que me acerqué para bajarlas y fue en ese momento cuando, tal como había sido pronosticado pero en contra de lo que señalaba el sentido común, estaba nevando. No eran copos tímidos o agua nieve, sino que claramente eran copos, húmedos, es posible, sí, pero nieve en fin que comenzaba a acumularse en la calle, los autos y los techos. Busqué mi celular. “Miren por la ventana”, escribí. Seleccioné como destinatario el teléfono que usan Sissi y Juampi (y que así figura en mi agenda de direcciones). Sonido de error. Algo no funcionaba, así que volví a intentar el proceso por segunda vez. Error nuevamente. Deduje que no tendría crédito… pero tenía que avisarle a los chicos… ¿y si ellos no miraban por la ventana?. Miré yo por la mía y sentí la certeza; tenía que avisarles. Entonces recordé que hay un servicio en el cual te prestan crédito a descontar de tu próxima carga. Pienso que por primera vez me alegré de que las compañías (que sólo ofrecen prestaciones para complicarles la vida a los usuarios y sacarles más dinero del que usualmente le sacan) ofrecieran este servicio. Seguí la voz de una mujer, bueno, en realidad de una máquina con la voz grabada de una mujer y cumplí el proceso. Les envié el mensaje. 5 Minutos después recibía los mensajes de los chicos que veían los copos, de Matías que también veía nevar desde la ventana de su departamento. Me acomodé entre las frazadas y me dispuse a dormir al calor de mi cama.
5 comentarios:
Quiero estar allí!
Melancolía tal vez?
mh, pienso en lo bueno hubiera sido haber recibido ese mensaje.
Blanca Bariloche, te sueño
Que lindo lo que contas Ka!!!.
BESOS!
Que envidia!
Y para cuando el blog se sissi? No era obligatorio para todo el que partía?
Es un placer leerte.
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