jueves, 22 de mayo de 2008

Las pestes no llegaron

Para evitar la (errónea) impresión que alguien parece haber tenido respecto a mi (impecable) estado higiénico me veo obligado a terminar la historia del apocalipsis. Afortunadamente (ya sea porque todos/as seguimos vivos/as y porque de haber comprobado la existencia de los cuatro jinetes debería haberme vuelto religioso) la rotura de un caño había generado que la falta de agua coincidiera con el momento en que notábamos la caída de las cenizas. Infeliz coincidencia que nos hizo inferir (nuevamente, erróneamente) que ambos eventos deberían estar conectados de alguna forma.


Cuando, a primera hora de la mañana siguiente, descubrí que ambos eventos eran independientes llamé a la compañía de agua local, cuyo operador me confirmó la inexistencia de relación directa entre ambos fenómenos. También me informó que para la tarde el problema debería estar solucionado. Y así fue, ya que cuando volvimos a casa, el servicio había vuelto a funcionar con normalidad. No así los servicios aéreos que, al menos, debieron estar suspendidos por una semana más.

En cuanto a los habitantes de la casita, pudimos bañarnos esa misma noche, cosa que hicimos sin perder ni un minuto.

martes, 20 de mayo de 2008

El eternauta

De más está decir que me desperté durante la noche y fui a ver si había alguna novedad en el baño. No encontré ninguna, a excepción de la total falta de agua, incluso en la mochila del inodoro.

Con semejante panorama volví a la cama e intenté dormirme, empresa que siempre suele tener éxito cuando faltan sólo 20 minutos para que suene el despertador. Esta tampoco fue la excepción. En la cocina me esperaba el comité de medidas de seguridad del eternauta. Bufanda, anteojos, gorro de la lana + capucha + venda debajo de la bufanda. No opuse mucha resistencia, se ve que en algún punto me parecía también más o menos lógico tomar alguna precaución. No sé si todas juntas, o todas superpuestas, al estilo “cebolla”, típico en la moda local y, por supuesto, también de las refugieras…

De cualquier modo me dispuse a salir armado con mi equipo y blandiendo la cámara de fotos por si venía alguno de los gigantescos insectos del Eternauta. Pero no, no aparecieron, como tampoco aparecieron los habituales autos. Si había tránsito, obviamente, pero como un sábado; menos autos, algunos colectivos, todos despacio…

Y mientras me acercaba a la escuela veía por debajo de los lentes empañados que algunos negocios habían baldeado sus veredas. Me llamo la atención, pero bien podría ser que no se hubieran dado cuenta de que se había cortado el agua ya que que - posiblemente - tendrían sus tanques llenos.

Mientras me acercaba a la escuela recordé que, un día antes de que cayeran las cenizas, uno de los estudiantes había llegado a la escuela luciendo un barbijo. Con discreción, y tratando de no hacerlo en su cara, nos habíamos ido recluyendo en la sala de profesores para reírnos a costa suya. Imagino que mi atuendo debe haber generado reacciones similares. (Aclaración: cuando termine de perder el mínimo de decoro que preservo habré de cargar la foto para que ustedes también puedan reírse libremente). En efecto, una de las profesoras me pidió disculpas cuando me saludó. Por mi parte no entendí y me explicó que mientras venía, sin reconocerme, le sugirió a su marido: "los gringos son unos exagerados, sino miralo a ése". "Ése", claro está, debería ser yo, o aquel sujeto que con altas dosis de psicosis se había vestido con cuanta prenda tenía a mano...


Aproveché y me reí. Y aprovechando la risa, volví a citar alguna frase apocalíptica, más o menos cómo la recordaba pero no exactamente como era. Nos reímos todos/as en la sala de profesores/as. "¡Que exagerado!" respondió alguien a modo de broma. "Hay cenizas, no se sabe que va a pasar, no hay agua. Es lo más parecido al apocalipsis que nos pasó desde los cortes de luz en el invierno", repuse. Se hizo una breve pausa, todas se miraron entre sí. Después alguien me explicó y yo mismo llamé a la compañía de agua... Sólo unas pocas cuadras no tenían agua a causa de un caño roto a dos cuadras de casa. No había ninguna relación entre la falta de agua y la ceniza. El corte de agua se había producido antes y, coincidencia, él tanque se quedó sin agua justo después de haber notado la caída de las cenizas.

lunes, 19 de mayo de 2008

Y el cielo se cubrió y cuatro jinetes esparcieron cenizas por el mundo

Al principio parecía un exceso de sensacionalismo, una exageración. Después empezamos a comprobar que, efectivamente, existía algo, una bruma que impedía tener una visión nítida. Pero eso fue todo, o al menos eso creíamos. El tiempo pasaba y la gente trataba de convencerse de que sí, de alguna manera la situación empeoraba. “Sí, ayer había olor a ceniza”, llegué a escuchar, y me parecía que se debía más al efecto del autoconvencimiento que a un examen concienzudo de la situación.

“¿Vieron la ceniza?, venía caminando y se me acumuló esto en la campera”, mostraba Angie tan pronto como entrara en la casita. Hacía frío, había un poco de viento, pero no parecía tan terrible. En efecto, tenía algunas cenizas en los hombros y brazos de la campera. Aproveché para comentar que en la escuela esperábamos la llegada de un estudiante pero que su vuelo había sido cancelado. Y allí terminó todo… pero cuando, casi por casualidad, subí al cuarto pasó algo raro. Miré casi sin prestar atención por la ventana y sin embargo tuve que volver a mirar cuando advertí que la calle era más clara, y el pasto menos verde. Miré y no entendí, bajé y no dije nada, corrí las cortinas de otra ventana, volví a ver un panorama similar. Aún sin decir nada me abrigué y salí. Allí estaba… una capa de ceniza cubría el suelo, los autos, las hojas de los árboles y los techos. Todo estaba teñido de gris; no era mucho, era apenas una capa, pero estaba y seguía cayendo. Salimos todos, sacamos fotos…

Entramos comentando el fenómeno. Pensamos que sería una buena idea tener algo de agua, por si acaso. Empezamos a embotellar agua: botellas de vidrio, termos, cantimplora, todo parecía ser útil. Y cuando terminamos la tarea, volvimos a nuestras tareas; lavar los platos de la cena y bañarse.

Pero algo pasó, Olivia avisó que en su baño ya no había agua. Avisé en la cocina, aún había allí, así que pensamos que era el agua corriente lo que se había cortado. Cerramos las canillas, cargamos lo que quedaba de agua. Mientras chequeaban si había agua en otras canillas hice lo único que podía hacer; busqué la Biblia, abrí en el Apocalipsis y comencé a leer los pasajes más apropiados; aquellos en los que el cielo se cubría, y las pestes arrasaban la tierra, y el suelo era tragado hasta las profundidades del infierno…

¿Qué más podía hacer? Teníamos el agua que pudimos juntar antes de que se cortara, la ceniza caía, la mitad de los cubiertos estaban sucios, el tanque iba a quedarse sin agua, la mitad de la población no había alcanzado a bañarse… Buscamos noticias en la radio, pero ninguna de las locales nos informaba acerca de lo que pasaba. Escribí a amigos/as y conocidos/as, sólo una contestó, idéntica situación. Además me contó suspendido las clases en escuelas primarias y secundarias…

Corran por sus vidas, pensé. Seguí buscando si en el Apocalipsis había algún pasaje que mencionara las cenizas, aunque no pude encontrarlo. Afortunadamente si había frases que podían ser citadas con voz grave y tono solemne, así que a eso me dediqué por lo que daba de la noche. Después nos fuimos a dormir, con la esperanza de que las cosas se arreglaran.



jueves, 15 de mayo de 2008

Más extraño que la ficción

De alguna forma vivir en Argentina requiere que uno (o una, llegado el caso) esté acostumbrado a situaciones que parecen salidas de la ficción. O algo aún más extraño que eso: la realidad latinoamericana. Y si bien no es tan encantadora como el realismo mágico de García Márquez, no por eso deja de ser menos inverosímil. Sino, ¿cómo se entiende que podamos haber sobrevivido a los patacones, lecops, Rodríguez Sáa y Mauro Viale? Si eso no es más extraño que cualquier ficción imaginable, no sé que pueda serlo…

Algo de todo eso requiere también un blog que, como éste, carezca de actualizaciones diarias y apenas tenga alguna(s) al mes (y eso en los buenos meses…). Lo digo porque, en cierto modo, pasa algo extraño. Creamos algo más extraño que una ficción; escribo para contar algo que quiero contar, aunque el episodio no sólo haya concluido sino que además ya puede ser conocido por todos/todas. Por eso se requiere de un esfuerzo para ignorar el hecho de que ustedes saben el final de la historia, y que yo sé que lo saben… Así y todo seguimos la ficción, les cuento algo que pasó y que no podrá ser cambiado, cosas cuyos desenlaces en ocasiones, como es el caso de la que procede, ya son conocidos para muchos/muchas de ustedes. Sin embargo no importa…

Se va, se fue

“Olivia, ella es tu madrastra”… no recuerdo si las palabras fueron las mismas, pero la idea era esa. Olivia, nuestra “hija de homestay”, es una estudiante de ECELA que vive en casa desde tiempos inmemoriales. Por alguna razón que desconozco (o quiero desconocer) este año comenzamos a recibir estudiantes con la broma de que Lara era su “madre de homestay”. Mi rol oscilaba entre el de “hermano” o “padre”; aunque a esta altura ya me he resignado a que si mi cónyuge es su “madre”, bueno, no me van quedando muchas más opciones que ocupar el rol de padre.

Y mientras hacíamos estas bromas el domingo de la partida de Lara, de alguna forma u otra íbamos entrando en la cuenta de que el tiempo había desaparecido de algún modo, que ése era el día, y que era el principio de una etapa de cambios para los tres, más para Lara, que partía con rumbo a la escala previa a la aventura suiza, y también para Angie, que se había mudado a casa el día anterior, y por supuesto también para mi, que veía acabar casi dos años de una experiencia única…

En realidad “ver acabar” era una forma de expresar una situación por demás rara y que, de alguna forma todos/todas percibimos. Ninguno/ ninguna, creo, terminó de caer en la situación hasta que no estuvo bastante avanzado el trámite. Creo que fue Lara quien atinó a expresar algo acerca de lo rara que se sentía, como si estuviera yendo a Quilmes por una semana… ¿Cómo hacemos para sentir eso? Tiempo después pensé e imaginé que en algún punto la experiencia en Chaco, en Tucumán un poco nos habían ayudado a comprender que una despedida no es, necesariamente, definitiva, y que puede implicar que más tarde nos veremos, nos contaremos nuestras cosas, charlaremos y será como si al mismo tiempo nada y mucho hubiera pasado …

Sin embargo aún no había subido al micro, tampoco habíamos ido a la terminal. El tiempo desaparecía pero aún se respiraba un aire de tranquilidad en la casita. Hicimos fotos de triunvirato, miramos el equipaje de Larita, lo comparamos –bromeando- con el de Belu… A favor de Lara debo decir que era mucho más “macizo”, en el sentido de que ella no tenía la docena de bolsas, bolsos y bolsitas en las que Belén había esparcido sus cosas. Eran bolsos, grandes, concisos y pesados. Tanto que fue necesario el esfuerzo coordinado de al menos 3 personas para cargar el equipaje al micro. Ése fue el primer momento en que cobré cabal conciencia de que efectivamente era el día, que algo importante iba a cambiar en la vida de ambos y que algunas cosas ya no serían iguales. Que era la última escena de esta experiencia que comenzara en junio del 2006 cuando Lara hizo su desembarco en Bariloche. Claro que por aquel entonces nada de esto podía saberse… la búsqueda de la casa, los llamados a Italcred, el acercamiento a las escuelas de español, la lluvia, montones de situaciones y cosas que se convirtieron en recuerdos de esta extraña aventura que elegimos vivir y que construimos día a día. ¿Cuántas cosas pueden pasar en tan poco tiempo?


Mientras tanto el equipaje ya estaba cargado, Lara en el micro, nosotros debajo. Como siempre ese momento que media entre la despedida, la subida al micro y el arranque del mismo puede parecer eterno. Y esta no fue la excepción. Sin embargo arrancó, el micro entró en movimiento, agitamos las manos, saludamos, lloramos, sonreímos, volvimos a saludar. No recuerdo haber generado un mar de lágrimas, pero si sentía los brazos de mi mamá y mi papá alrededor mío. Algo de lo que había vivido en los últimos dos años se iba en ese micro, algo se quedaba, algo iba a cambiar para siempre y algo habría de continuar… y supongo que está bien que así sea.