“Olivia, ella es tu madrastra”… no recuerdo si las palabras fueron las mismas, pero la idea era esa. Olivia, nuestra “hija de homestay”, es una estudiante de ECELA que vive en casa desde tiempos inmemoriales. Por alguna razón que desconozco (o quiero desconocer) este año comenzamos a recibir estudiantes con la broma de que Lara era su “madre de homestay”. Mi rol oscilaba entre el de “hermano” o “padre”; aunque a esta altura ya me he resignado a que si mi cónyuge es su “madre”, bueno, no me van quedando muchas más opciones que ocupar el rol de padre.
Y mientras hacíamos estas bromas el domingo de la partida de Lara, de alguna forma u otra íbamos entrando en la cuenta de que el tiempo había desaparecido de algún modo, que ése era el día, y que era el principio de una etapa de cambios para los tres, más para Lara, que partía con rumbo a la escala previa a la aventura suiza, y también para Angie, que se había mudado a casa el día anterior, y por supuesto también para mi, que veía acabar casi dos años de una experiencia única…
En realidad “ver acabar” era una forma de expresar una situación por demás rara y que, de alguna forma todos/todas percibimos. Ninguno/ ninguna, creo, terminó de caer en la situación hasta que no estuvo bastante avanzado el trámite. Creo que fue Lara quien atinó a expresar algo acerca de lo rara que se sentía, como si estuviera yendo a Quilmes por una semana… ¿Cómo hacemos para sentir eso? Tiempo después pensé e imaginé que en algún punto la experiencia en Chaco, en Tucumán un poco nos habían ayudado a comprender que una despedida no es, necesariamente, definitiva, y que puede implicar que más tarde nos veremos, nos contaremos nuestras cosas, charlaremos y será como si al mismo tiempo nada y mucho hubiera pasado …
Sin embargo aún no había subido al micro, tampoco habíamos ido a la terminal. El tiempo desaparecía pero aún se respiraba un aire de tranquilidad en la casita. Hicimos fotos de triunvirato, miramos el equipaje de Larita, lo comparamos –bromeando- con el de Belu… A favor de Lara debo decir que era mucho más “macizo”, en el sentido de que ella no tenía la docena de bolsas, bolsos y bolsitas en las que Belén había esparcido sus cosas. Eran bolsos, grandes, concisos y pesados. Tanto que fue necesario el esfuerzo coordinado de al menos 3 personas para cargar el equipaje al micro. Ése fue el primer momento en que cobré cabal conciencia de que efectivamente era el día, que algo importante iba a cambiar en la vida de ambos y que algunas cosas ya no serían iguales. Que era la última escena de esta experiencia que comenzara en junio del 2006 cuando Lara hizo su desembarco en Bariloche. Claro que por aquel entonces nada de esto podía saberse… la búsqueda de la casa, los llamados a Italcred, el acercamiento a las escuelas de español, la lluvia, montones de situaciones y cosas que se convirtieron en recuerdos de esta extraña aventura que elegimos vivir y que construimos día a día. ¿Cuántas cosas pueden pasar en tan poco tiempo?
Mientras tanto el equipaje ya estaba cargado, Lara en el micro, nosotros debajo. Como siempre ese momento que media entre la despedida, la subida al micro y el arranque del mismo puede parecer eterno. Y esta no fue la excepción. Sin embargo arrancó, el micro entró en movimiento, agitamos las manos, saludamos, lloramos, sonreímos, volvimos a saludar. No recuerdo haber generado un mar de lágrimas, pero si sentía los brazos de mi mamá y mi papá alrededor mío. Algo de lo que había vivido en los últimos dos años se iba en ese micro, algo se quedaba, algo iba a cambiar para siempre y algo habría de continuar… y supongo que está bien que así sea.