Al principio parecía un exceso de sensacionalismo, una exageración. Después empezamos a comprobar que, efectivamente, existía algo, una bruma que impedía tener una visión nítida. Pero eso fue todo, o al menos eso creíamos. El tiempo pasaba y la gente trataba de convencerse de que sí, de alguna manera la situación empeoraba. “Sí, ayer había olor a ceniza”, llegué a escuchar, y me parecía que se debía más al efecto del autoconvencimiento que a un examen concienzudo de la situación.
“¿Vieron la ceniza?, venía caminando y se me acumuló esto en la campera”, mostraba Angie tan pronto como entrara en la casita. Hacía frío, había un poco de viento, pero no parecía tan terrible. En efecto, tenía algunas cenizas en los hombros y brazos de la campera. Aproveché para comentar que en la escuela esperábamos la llegada de un estudiante pero que su vuelo había sido cancelado. Y allí terminó todo… pero cuando, casi por casualidad, subí al cuarto pasó algo raro. Miré casi sin prestar atención por la ventana y sin embargo tuve que volver a mirar cuando advertí que la calle era más clara, y el pasto menos verde. Miré y no entendí, bajé y no dije nada, corrí las cortinas de otra ventana, volví a ver un panorama similar. Aún sin decir nada me abrigué y salí. Allí estaba… una capa de ceniza cubría el suelo, los autos, las hojas de los árboles y los techos. Todo estaba teñido de gris; no era mucho, era apenas una capa, pero estaba y seguía cayendo. Salimos todos, sacamos fotos…
Entramos comentando el fenómeno. Pensamos que sería una buena idea tener algo de agua, por si acaso. Empezamos a embotellar agua: botellas de vidrio, termos, cantimplora, todo parecía ser útil. Y cuando terminamos la tarea, volvimos a nuestras tareas; lavar los platos de la cena y bañarse.
Pero algo pasó, Olivia avisó que en su baño ya no había agua. Avisé en la cocina, aún había allí, así que pensamos que era el agua corriente lo que se había cortado. Cerramos las canillas, cargamos lo que quedaba de agua. Mientras chequeaban si había agua en otras canillas hice lo único que podía hacer; busqué la Biblia, abrí en el Apocalipsis y comencé a leer los pasajes más apropiados; aquellos en los que el cielo se cubría, y las pestes arrasaban la tierra, y el suelo era tragado hasta las profundidades del infierno…
¿Qué más podía hacer? Teníamos el agua que pudimos juntar antes de que se cortara, la ceniza caía, la mitad de los cubiertos estaban sucios, el tanque iba a quedarse sin agua, la mitad de la población no había alcanzado a bañarse… Buscamos noticias en la radio, pero ninguna de las locales nos informaba acerca de lo que pasaba. Escribí a amigos/as y conocidos/as, sólo una contestó, idéntica situación. Además me contó suspendido las clases en escuelas primarias y secundarias…
Corran por sus vidas, pensé. Seguí buscando si en el Apocalipsis había algún pasaje que mencionara las cenizas, aunque no pude encontrarlo. Afortunadamente si había frases que podían ser citadas con voz grave y tono solemne, así que a eso me dediqué por lo que daba de la noche. Después nos fuimos a dormir, con la esperanza de que las cosas se arreglaran.
“¿Vieron la ceniza?, venía caminando y se me acumuló esto en la campera”, mostraba Angie tan pronto como entrara en la casita. Hacía frío, había un poco de viento, pero no parecía tan terrible. En efecto, tenía algunas cenizas en los hombros y brazos de la campera. Aproveché para comentar que en la escuela esperábamos la llegada de un estudiante pero que su vuelo había sido cancelado. Y allí terminó todo… pero cuando, casi por casualidad, subí al cuarto pasó algo raro. Miré casi sin prestar atención por la ventana y sin embargo tuve que volver a mirar cuando advertí que la calle era más clara, y el pasto menos verde. Miré y no entendí, bajé y no dije nada, corrí las cortinas de otra ventana, volví a ver un panorama similar. Aún sin decir nada me abrigué y salí. Allí estaba… una capa de ceniza cubría el suelo, los autos, las hojas de los árboles y los techos. Todo estaba teñido de gris; no era mucho, era apenas una capa, pero estaba y seguía cayendo. Salimos todos, sacamos fotos…
Entramos comentando el fenómeno. Pensamos que sería una buena idea tener algo de agua, por si acaso. Empezamos a embotellar agua: botellas de vidrio, termos, cantimplora, todo parecía ser útil. Y cuando terminamos la tarea, volvimos a nuestras tareas; lavar los platos de la cena y bañarse.
Pero algo pasó, Olivia avisó que en su baño ya no había agua. Avisé en la cocina, aún había allí, así que pensamos que era el agua corriente lo que se había cortado. Cerramos las canillas, cargamos lo que quedaba de agua. Mientras chequeaban si había agua en otras canillas hice lo único que podía hacer; busqué la Biblia, abrí en el Apocalipsis y comencé a leer los pasajes más apropiados; aquellos en los que el cielo se cubría, y las pestes arrasaban la tierra, y el suelo era tragado hasta las profundidades del infierno…
¿Qué más podía hacer? Teníamos el agua que pudimos juntar antes de que se cortara, la ceniza caía, la mitad de los cubiertos estaban sucios, el tanque iba a quedarse sin agua, la mitad de la población no había alcanzado a bañarse… Buscamos noticias en la radio, pero ninguna de las locales nos informaba acerca de lo que pasaba. Escribí a amigos/as y conocidos/as, sólo una contestó, idéntica situación. Además me contó suspendido las clases en escuelas primarias y secundarias…
Corran por sus vidas, pensé. Seguí buscando si en el Apocalipsis había algún pasaje que mencionara las cenizas, aunque no pude encontrarlo. Afortunadamente si había frases que podían ser citadas con voz grave y tono solemne, así que a eso me dediqué por lo que daba de la noche. Después nos fuimos a dormir, con la esperanza de que las cosas se arreglaran.
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