A mi vuelta a Bariloche esperaba encontrar frío, algunos turistas que empezaban a llegar y amenaza de nevadas. El regreso, más rápido aún que la ida (Debido a una nueva tregua en el conflicto por las retenciones), no me presentó el panorama esperado. El aeropuerto aún cerrado por las cenizas del volcán Chaitén, los turistas varados en aeroparque, la nieve sólo en las cumbres. El panorama no parecía el más alentador precisamente, pero aún había esperanzas. Mayo estaba terminando, pero aún quedaban por venir junio y julio. Sin embargo algo pasaba… La nevada era atrasada sistemáticamente por todos los pronósticos (meteorológicos y caseros). A pesar de que aún quedaba tiempo suficiente para que fuera una buena temporada, ya empezaban a verse las primeras caras largas, y en las expresiones de la gente y en los diálogos oídos como al pasar se percibía esa sensación de preocupación mezclada con la resignación que implica saber que nada de lo que uno/a haga podrá cambiar la situación.
Las cosas no parecían mejorar (aún no lo parecen), y en la medida en la que el tiempo pasaba y, a la falta de nieve y de aeropuerto, se sumaron los trastornos generados por los piquetes en las rutas.
Poco frío, con llovizna, sin noticias de la nieve, con el aeropuerto cerrado por la ceniza y la mitad de las rutas bloqueadas configuraban un panorama sombrío. Para la mitad de junio la única alegría fue provista por la llegada de los primeros contingentes de estudiantes. Los “Tira bolas”, como se conoce a los egresados en Bariloche – por obvias razones- junto con algunos/as pocos/as brasileros/as aislados se transformaron en los únicos turistas que llegaban a la ciudad, y mientras esto pasaba (y pasa) buena parte de la industria turística ve mermar sus ingresos mientras que sus expectativas se esfuman en el aire. No es que sienta pena por los empresarios hoteleros, aunque la situación si es preocupante para los/as trabajadores que dependen de la temporada de invierno, la gente que trabaja en villa Catedral y el cerro, las personas que trabajan en los restaurantes y hoteles, por no citar más rubros. Por el resto, bueno, son riesgos de depender del clima en una medida similar a la que depende una sociedad rural no tecnificada. Es increíble cómo el clima no sólo regula el estado de ánimo de la gente, y para muchos/as más importante aún, los ritmos de trabajo. Esto también se extiende al estado anímico de la ciudad en su conjunto, a la llegada de turistas, a las proyecciones para el próximo año.
Claramente el año anterior había sido espectacular, hablando en términos turísticos, con un invierno largo y con mucha, muchísima nieve. Por ende las expectativas para éste estaban en un nivel inverosímilmente alto. Y como corresponde, la gente se preparó para eso de la forma más solidaria y comprensiva; subiendo los alquileres, precios de hoteles y cabañas, restaurantes y negocios. Pero algo falló, no se sabe que pasó pero la nieve no llegó. El calentamiento global, el recalentamiento de la región por la actividad volcánica, el famoso “mal invierno” que ocurre cada 10 año, la repercusión del mal invierno europeo del ante año, el año de los tulipanes, las cotorras o vaya uno a saber qué... Hipótesis hay muchas y la gente las comparte, las discute, la combina. Se escucha en los comercios, los colectivos, la calle. A ciencia cierta nadie sabe cuál es la razón pero todos arriesgan la suya.
Mientras la situación se complicaba, salpicada con alguna pequeña nevada que no duraba más de unas horas aparecieron los primeros carteles en los negocios: “Descuentos para residentes”, “Liquidación de temporada”. Duraron lo que dura un suspiro. O mejor dicho, lo que tarda en legar un avión chárter desde Río de Janeiro o San Pablo. Tan pronto como hubo un mínimo de nieve en el cerro llegaron más vuelos desde Brasil. Creo que aún nadie sabe muy bien para qué, ya que las pistas en la que se puede esquiar, según dicen los entendidos, no más bien escasas. Con el cerro funcionando a un tercio o, con suerte, media máquina, la actividad de los turistas se trasladó hacia la ciudad; caminar, comprar chocolates, tomarlos calientes, con tortas o con tostados, los únicos que están aprovechando la situación son los cafés y chocolaterías del centro.
Mientras tanto nosotros seguimos esperando la nieve que no llega, los turistas que deberían acompañarla. Y bueno, parece que será un invierno sin nieve. No será ni el primero ni el último.
Las cosas no parecían mejorar (aún no lo parecen), y en la medida en la que el tiempo pasaba y, a la falta de nieve y de aeropuerto, se sumaron los trastornos generados por los piquetes en las rutas.
Poco frío, con llovizna, sin noticias de la nieve, con el aeropuerto cerrado por la ceniza y la mitad de las rutas bloqueadas configuraban un panorama sombrío. Para la mitad de junio la única alegría fue provista por la llegada de los primeros contingentes de estudiantes. Los “Tira bolas”, como se conoce a los egresados en Bariloche – por obvias razones- junto con algunos/as pocos/as brasileros/as aislados se transformaron en los únicos turistas que llegaban a la ciudad, y mientras esto pasaba (y pasa) buena parte de la industria turística ve mermar sus ingresos mientras que sus expectativas se esfuman en el aire. No es que sienta pena por los empresarios hoteleros, aunque la situación si es preocupante para los/as trabajadores que dependen de la temporada de invierno, la gente que trabaja en villa Catedral y el cerro, las personas que trabajan en los restaurantes y hoteles, por no citar más rubros. Por el resto, bueno, son riesgos de depender del clima en una medida similar a la que depende una sociedad rural no tecnificada. Es increíble cómo el clima no sólo regula el estado de ánimo de la gente, y para muchos/as más importante aún, los ritmos de trabajo. Esto también se extiende al estado anímico de la ciudad en su conjunto, a la llegada de turistas, a las proyecciones para el próximo año.
Claramente el año anterior había sido espectacular, hablando en términos turísticos, con un invierno largo y con mucha, muchísima nieve. Por ende las expectativas para éste estaban en un nivel inverosímilmente alto. Y como corresponde, la gente se preparó para eso de la forma más solidaria y comprensiva; subiendo los alquileres, precios de hoteles y cabañas, restaurantes y negocios. Pero algo falló, no se sabe que pasó pero la nieve no llegó. El calentamiento global, el recalentamiento de la región por la actividad volcánica, el famoso “mal invierno” que ocurre cada 10 año, la repercusión del mal invierno europeo del ante año, el año de los tulipanes, las cotorras o vaya uno a saber qué... Hipótesis hay muchas y la gente las comparte, las discute, la combina. Se escucha en los comercios, los colectivos, la calle. A ciencia cierta nadie sabe cuál es la razón pero todos arriesgan la suya.
Mientras la situación se complicaba, salpicada con alguna pequeña nevada que no duraba más de unas horas aparecieron los primeros carteles en los negocios: “Descuentos para residentes”, “Liquidación de temporada”. Duraron lo que dura un suspiro. O mejor dicho, lo que tarda en legar un avión chárter desde Río de Janeiro o San Pablo. Tan pronto como hubo un mínimo de nieve en el cerro llegaron más vuelos desde Brasil. Creo que aún nadie sabe muy bien para qué, ya que las pistas en la que se puede esquiar, según dicen los entendidos, no más bien escasas. Con el cerro funcionando a un tercio o, con suerte, media máquina, la actividad de los turistas se trasladó hacia la ciudad; caminar, comprar chocolates, tomarlos calientes, con tortas o con tostados, los únicos que están aprovechando la situación son los cafés y chocolaterías del centro.
Mientras tanto nosotros seguimos esperando la nieve que no llega, los turistas que deberían acompañarla. Y bueno, parece que será un invierno sin nieve. No será ni el primero ni el último.