Los papeles volaban, el ruido de los teléfonos y los celulares tapaban el sonido de la radio y de la televisión. Caras de preocupación y desconcierto se alternaban con expresiones que dejaban entrever el conocimiento previo. “Por supuesto que lo sabía, pero no podía decir nada”, iban a comentar algunos más tarde… Pero en ese momento la atención se concentraba en las imágenes que el televisor transmitía en vivo. Carlos “Chacho” Álvarez había renunciado a su cargo como vicepresidente unas horas antes. Miraba desde su balcón las banderas de los manifestantes que, al pie de su edificio le expresaban su apoyo. Y mientras la farsa de su 17 de octubre que no fue tenía lugar, en las oficinas del FrePaSo otro era el panorama. Algunos pensaban integrarse definitivamente a la UCR en el gobierno, otros volverían al peronismo, había quienes analizaban emigrar al socialismo o al Ari.
Desde Buenos Aires se esparcían las noticias; primero a las capitales de provincia, de allí a las cabeceras de distrito, desde estas hacía las ciudades menos importantes hasta llegar a los más pequeños y alejados pueblos. La noticia corría rápido y las órdenes se sucedían respetando las jerarquías. Y en medio de esta maquinaria partidaria casi kafkiana alguien se olvidó de Bariloche. La orden nunca llegó hasta aquí por lo que, como todo sistema burocrático, nadie reaccionó ante la debacle nacional del partido, el local siguió abierto y el FrePaSo continuó presentándose a elecciones, ganando o perdiendo, según cambiara la opinión de los votantes…
Eso fue lo primero que pensé cuando comprobé, poco tiempo después de mi llegada que el Frente Grande tenía tres asientos en el Concejo Deliberante local. Después aprendí que la rama provincial del partido había sobrevivido pese a la desaparición (o mutación) de la dirección central y de buena parte de los distritos. Poco importaba saber eso, en cierto punto mi historia me gustaba más. La hipótesis kafkiana de la supervivencia del Frente Grande por el “olvido” de avisar que el partido colapsaba a nivel nacional seguía pareciéndome, en algún punto, extrañamente verosímil.