Para los
que alguna vez fueron a un Bazarfest, San Souci era el nombre de una de las
orquestas alemanas que solía ir a tocar al Colegio Alemán de Quilmes para tales
eventos. Que yo recuerde, San Souci, la Baden-Baden y alguna otra cuyo nombre ahora se me escapa... No es que haya prestado
especial atención a ninguna de ellas (las orquestas de vientos y metales con
gente disfrazada de tirolesa no es exactamente mi área musical) pero como bien
sabrán, suelo recordar datos totalmente irrelevantes y carentes del más mínimo
valor.
Sans Souci
es también un parque y un palacio. Además de una expresión francesa. “Sin preocupaciones”,
o algo por el estilo. Eso mismo era lo que quería el rey prusiano Federico “El
Grande” (reyes y emperadores, todos necesitan algún adjetivo grandilocuente -o
llegado el caso, despectivo- que los salve de confusiones y olvidos). Así que
lejos -pero no tanto- de las obligaciones berlinesas construyó este palacio en
medio de una zona que mandó a parquizar.
A menudo se
lo conoce como “el Versalles prusiano” (admite también la variante de
“alemán”). Cuando me lleven a Versailles veremos si amerita o no semejante
comparación. El conjunto incluye tres grandes palacios, iglesias, ruinas
falsas, baños romanos, otras residencias para esposas no del todo deseables
(pero no del todo indeseables, como le pasó a alguna que fue directamente
desterrada de Sanssouci y tuvo que establecer su residencia al menos a 20 km de su esposo).
Los tres
principales palacios son Sanssouci, el Neues Palais y La Orangerie. Este
último, al igual que buena parte de las atracciones, está cerrado entre
noviembre y febrero (Nota mental; ¿cuántas veces van ya?). Los otros dos están
abiertos todo el año, aunque las cocinas, sorpresa, están cerradas también
durante otoño-invierno. De los dos el Neues Palais es el más grande y más
imponente. Y es el palacio en el que el rey que lo mandó construir jamás
residió. El palacio fue construido para recibir visitantes y realizar eventos,
y demostrarle al resto de países europeos que Prusia aspiraba a ser una
potencia de primera línea y poseía, por tanto, una corte a la altura de sus
expectativas.
La postal
clásica de Potsdam la constituye Sanssouci, el palacio que da nombre al parque,
que tiene la mejor vista y que fue el favorito de Federico “el Grande”. Es más
pequeño porque el rey no quería recibir en él más que a sus amigos más íntimos
o invitados especiales, como Voltaire, que pasó algunas temporadas en la corte
y, particularmente, en Sanssouci. De hecho, el nombre del palacio lo que
intenta revelar es, precisamente, el ambiente que se esperaba flotara en el
palacio. Sin apuros ni problemas, un lugar fuera de las obligaciones y el
protocolo. Eso no implica que el palacio sea sencillito ni mucho menos. Tampoco
es que le haya salido baratiiito. El
palacio da a un desnivel escalonado en el que se plantaron vides, cerezas,
moras, rosas, duraznos, frutillas y mil cosas más en unos gabinetes vidriados,
de modo que las flores y las frutas pudieran estar a salvo por la noche de las
heladas e inclemencias climáticas. Obviamente cuando llega el invierno ya no
hay vidrio que salve a las plantas (Nueva nota mental, evitar visitar jardines
palaciegos en invierno).
Amigo de
Voltaire, modernizador de la economía y del ejército prusiano, criado en una
disciplina estricta a la que hoy no dudaríamos en señalar de “prusiana” si no
fuera porque en su caso sería una total redundancia, peleado con su padre,
pequeñito (un metro sesenta y corto), lector compulsivo, Federico (aún no sé si
el sobrenombre fue idea suya o de uno de sus enemigos) transformó a la lejana y
rural Prusia en una especie de potencia de segundo orden y dejó buena parte del
camino allanado para que sus sucesores siguieran construyendo sobre lo que él
dejó, literal y figuradamente, porque también se dedicaron a ampliar el Neues
Palais y Sanssouci y lo redecoraron una y otra vez. De hecho la decoración original
fue realizada en un estilo de barroco que según nuestra audioguía se llama
“rococó federiciano” y que fue preservado sólo en una o dos habitaciones.
Luchando para descontracturar tanto dorado, tanta seda y tanto ambiente barroco.
¿Tanto palacio para esa camita? Aparentemente aún no habían inventado el concepto de colchón "king size" antes del 1800. O quizás sí pero los nobles prusianos que no hablaban inglés no se habrían enterado de la novedad.
De muestra para ilustrar el "rococó federiciano" basta un botón o, en este caso, mejor dicho, una colección de pajarracos… El motivo que más se repetía en este estilo.
Y para el
final de Sanssouci, el cuadro de Federico “el grande” de Andy Warhol, que se
dedicó a intervenir uno de los retratos más tradicionales del pequeño Federico.
Si
Sanssouci era su refugio personal (su mujer no tenía una habitación para ella y
había mandado que las bibliotecas fuesen de su altura para no necesitar ayuda
para acceder a los libros) el Neues Palais estaba destinado a la lacra de
cortesanos/as, amigos/as, visitantes ilustres y no tanto, familiares lejanos
indeseables o otra gente encantadora que pululaba por los pasillos de la corte...
Uno de los
puntos destacados del palacio es conocido como “la gruta”, un gran vestíbulo
para los invitados, recubierto y decorado íntegramente con caracoles, coral y piedras preciosas (y no tanto).
Otras
habitaciones tenían una decoración también barroca y rica en detalles aunque
ligeramente menos rebuscada. Aquí sí se podía sacar fotos, así que nos dimos un
panzazo. Aunque con el atardecer fuera y una iluminación mínima para no dañar las pinturas y telas originales muchas salieron ligeramente oscuras.
Más adelante los emperadores alemanes (después
de 1871) también residieron en verano aquí, dejando Sanssouci como museo. Con el
cambio en los estándares de higiene introdujeron algunas modificaciones, como
las bañeras y baños. En efecto, en la época de Federico bastaba para baño una
escupidera/bacinilla que estaba en un recoveco no ventilado de la habitación y
para bañarse se llevaban una bañadera móvil de un lado al otro y se calentaba
agua en las estufas… luego, adiós a la bañadera, el baño se desarmaba y
san-se-acabó. Los últimos emperadores alemanes hicieron reformas el palacio para
que tuviera baños con canillas de agua caliente y corriente, duchas con electricidad y comandos para llamar al personal de servicio cuando su majestad imperial necesitaba ser enjabonada asistida en la bañera.
Entre otras
cosas, cuenta la audioguía que nos dieron que parte de los cuadros que decoran
las paredes fueron comprados por los reyes de Prusia ya que la emperatriz
austríaca los había rechazado por “demasiado libertinos”. Más allá de aprovechar
la oferta (el pintor debe haber hecho una linda rebaja en el precio producto de
su caída en desgracia) querían demostrar que a diferencia de la pacata corte
vienesa, en Prusia estaban abiertos a nuevas ideas. Después la revolución
francesa demostró que tampoco estaban ni tan abiertos ni a tantas ideas. Para después
de Napoleón terminaron bastante menos abiertos a cualquier idea política nueva,
aunque en la economía se permitieron aceptar alguna que otra cosilla.