domingo, 24 de enero de 2016

Sans Souci (o el relax de un gran pequeño)

Para los que alguna vez fueron a un Bazarfest, San Souci era el nombre de una de las orquestas alemanas que solía ir a tocar al Colegio Alemán de Quilmes para tales eventos. Que yo recuerde, San Souci, la Baden-Baden y alguna otra cuyo nombre ahora se me escapa... No es que haya prestado especial atención a ninguna de ellas (las orquestas de vientos y metales con gente disfrazada de tirolesa no es exactamente mi área musical) pero como bien sabrán, suelo recordar datos totalmente irrelevantes y carentes del más mínimo valor.

Sans Souci es también un parque y un palacio. Además de una expresión francesa. “Sin preocupaciones”, o algo por el estilo. Eso mismo era lo que quería el rey prusiano Federico “El Grande” (reyes y emperadores, todos necesitan algún adjetivo grandilocuente -o llegado el caso, despectivo- que los salve de confusiones y olvidos). Así que lejos -pero no tanto- de las obligaciones berlinesas construyó este palacio en medio de una zona que mandó a parquizar.
 
 A menudo se lo conoce como “el Versalles prusiano” (admite también la variante de “alemán”). Cuando me lleven a Versailles veremos si amerita o no semejante comparación. El conjunto incluye tres grandes palacios, iglesias, ruinas falsas, baños romanos, otras residencias para esposas no del todo deseables (pero no del todo indeseables, como le pasó a alguna que fue directamente desterrada de Sanssouci y tuvo que establecer su residencia al menos a 20 km de su esposo).
Los tres principales palacios son Sanssouci, el Neues Palais y La Orangerie. Este último, al igual que buena parte de las atracciones, está cerrado entre noviembre y febrero (Nota mental; ¿cuántas veces van ya?). Los otros dos están abiertos todo el año, aunque las cocinas, sorpresa, están cerradas también durante otoño-invierno. De los dos el Neues Palais es el más grande y más imponente. Y es el palacio en el que el rey que lo mandó construir jamás residió. El palacio fue construido para recibir visitantes y realizar eventos, y demostrarle al resto de países europeos que Prusia aspiraba a ser una potencia de primera línea y poseía, por tanto, una corte a la altura de sus expectativas. 
La postal clásica de Potsdam la constituye Sanssouci, el palacio que da nombre al parque, que tiene la mejor vista y que fue el favorito de Federico “el Grande”. Es más pequeño porque el rey no quería recibir en él más que a sus amigos más íntimos o invitados especiales, como Voltaire, que pasó algunas temporadas en la corte y, particularmente, en Sanssouci. De hecho, el nombre del palacio lo que intenta revelar es, precisamente, el ambiente que se esperaba flotara en el palacio. Sin apuros ni problemas, un lugar fuera de las obligaciones y el protocolo. Eso no implica que el palacio sea sencillito ni mucho menos. Tampoco es que le haya salido baratiiito. El palacio da a un desnivel escalonado en el que se plantaron vides, cerezas, moras, rosas, duraznos, frutillas y mil cosas más en unos gabinetes vidriados, de modo que las flores y las frutas pudieran estar a salvo por la noche de las heladas e inclemencias climáticas. Obviamente cuando llega el invierno ya no hay vidrio que salve a las plantas (Nueva nota mental, evitar visitar jardines palaciegos en invierno).

 
 
Amigo de Voltaire, modernizador de la economía y del ejército prusiano, criado en una disciplina estricta a la que hoy no dudaríamos en señalar de “prusiana” si no fuera porque en su caso sería una total redundancia, peleado con su padre, pequeñito (un metro sesenta y corto), lector compulsivo, Federico (aún no sé si el sobrenombre fue idea suya o de uno de sus enemigos) transformó a la lejana y rural Prusia en una especie de potencia de segundo orden y dejó buena parte del camino allanado para que sus sucesores siguieran construyendo sobre lo que él dejó, literal y figuradamente, porque también se dedicaron a ampliar el Neues Palais y Sanssouci y lo redecoraron una y otra vez. De hecho la decoración original fue realizada en un estilo de barroco que según nuestra audioguía se llama “rococó federiciano” y que fue preservado sólo en una o dos habitaciones. 
Luchando para descontracturar tanto dorado, tanta seda y tanto ambiente barroco.
 
 ¿Tanto palacio para esa camita? Aparentemente aún no habían inventado el concepto de colchón "king size" antes del 1800. O quizás sí pero los nobles prusianos que no hablaban inglés no se habrían enterado de la novedad.
De muestra para ilustrar el "rococó federiciano" basta un botón o, en este caso, mejor dicho, una colección de pajarracos… El motivo que más se repetía en este estilo. 
Y para el final de Sanssouci, el cuadro de Federico “el grande” de Andy Warhol, que se dedicó a intervenir uno de los retratos más tradicionales del pequeño Federico.
 Si Sanssouci era su refugio personal (su mujer no tenía una habitación para ella y había mandado que las bibliotecas fuesen de su altura para no necesitar ayuda para acceder a los libros) el Neues Palais estaba destinado a la lacra de cortesanos/as, amigos/as, visitantes ilustres y no tanto, familiares lejanos indeseables o otra gente encantadora que pululaba por los pasillos de la corte...
 

Uno de los puntos destacados del palacio es conocido como “la gruta”, un gran vestíbulo para los invitados, recubierto y decorado íntegramente con caracoles, coral y piedras preciosas (y no tanto).
 
Otras habitaciones tenían una decoración también barroca y rica en detalles aunque ligeramente menos rebuscada. Aquí sí se podía sacar fotos, así que nos dimos un panzazo. Aunque con el atardecer fuera y una iluminación mínima para no dañar las pinturas y telas originales muchas salieron ligeramente oscuras.
Más adelante los emperadores alemanes (después de 1871) también residieron en verano aquí, dejando Sanssouci como museo. Con el cambio en los estándares de higiene introdujeron algunas modificaciones, como las bañeras y baños. En efecto, en la época de Federico bastaba para baño una escupidera/bacinilla que estaba en un recoveco no ventilado de la habitación y para bañarse se llevaban una bañadera móvil de un lado al otro y se calentaba agua en las estufas… luego, adiós a la bañadera, el baño se desarmaba y san-se-acabó. Los últimos emperadores alemanes hicieron reformas el palacio para que tuviera baños con canillas de agua caliente y corriente, duchas con electricidad y comandos para llamar al personal de servicio cuando su majestad imperial necesitaba ser enjabonada asistida en la bañera. 
Entre otras cosas, cuenta la audioguía que nos dieron que parte de los cuadros que decoran las paredes fueron comprados por los reyes de Prusia ya que la emperatriz austríaca los había rechazado por “demasiado libertinos”. Más allá de aprovechar la oferta (el pintor debe haber hecho una linda rebaja en el precio producto de su caída en desgracia) querían demostrar que a diferencia de la pacata corte vienesa, en Prusia estaban abiertos a nuevas ideas. Después la revolución francesa demostró que tampoco estaban ni tan abiertos ni a tantas ideas. Para después de Napoleón terminaron bastante menos abiertos a cualquier idea política nueva, aunque en la economía se permitieron aceptar alguna que otra cosilla.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lindísimos lugares e historias. Y ¡qué gusto por las vacaciones y el descanso que había! Muy buenas fotos, hermosos edificios. Entiendo bien la capacidad de "tanto-tanto" de producir cierta saturación visual a partir de algún momento.