Al domingo siguiente amanecimos bastante tempranito. Está bien,
super temprano. Me cuesta quedarme en la cama a la mañana, me hago
cargo. Supongo que después de haber de haber pasado un año
levantándonos a las 5.30 de la mañana mi reloj biológico se
sobreadaptó.
Nuestro hostel incluía desayuno así que aprovechamos para arrancar
el día con todo; yogurt con cereales, café con leche, tostadas con
nutella y, como nos esperaba una jornada larga, un sándwich de
queso. En el desayuno acá es bastante normal también comer huevos
duros o revueltos, salame, jamón, tomate, pepinos o algo por el estilo. Todavía no
nos daba para tanto aunque antes de irnos probamos una fetita de
salame.
El programa para el domingo consistía en atravesar la ciudad desde
el centro de lo que fue Berlín oriental hasta el centro de lo que
fue Berlín occidental, después ir hasta Charlottenburg y volver a
Alexanderplatz a tiempo para tomarnos el micro que nos devolvería a
Dresden. Por su historia Berlín es una ciudad especial; de pueblo
olvidado a capital de Prusia primero y de Alemania después. Cada
período fue dejando su huella en la ciudad, como así también las
modas arquitectónicas, las ideologías y, obviamente, la riqueza
relativa de la ciudad y del país a lo largo del tiempo. La segunda
guerra mundial también dejó su huella y tanto la división de la
ciudad como la construcción del muro hicieron lo propio. Como
resultado la ciudad tiene dos centros, dos zonas de teatros, dos
barrios universitarios, dos óperas, dos filarmónicas, dos áreas de
museos, tres aeropuertos y quichicientas estaciones de tren. Todo
esto sin mencionar la alternancia de edificios históricos con torres
vidriadas, bloques de hormigón, cúpulas neoclásicas y torres de
ladrillo. Y grúas. Grúas por todos lados. Quince años después de
la reunificación la ciudad aún sigue en proceso de compaginar sus
dos partes; nuevos edificios en la zona del muro, más estaciones
de subte para combinar las dos redes de transporte, nuevos edificios
de gobierno, mucho estilo pseudo modernoso que no siempre se integra
bien al paisaje, reconstrucciones contemporáneas de edificios
históricos, mantenimiento de los más antiguos. Pareciera que
siempre hay algo más por hacer. Habrá que ver qué ocurre dentro de
veinte años…
Primera parada del día de la fecha, embajada argentina. A pasitos
nada más del Zoologischer Garten, el centro del ex Berlín
occidental. Luego del trámite, directo hacia la Gedächnitskirche,
también conocida en castellano como la “iglesia memorial”. Si la
Alexanderplatz era el corazón de Berlín oriental, esta zona lo era
para Berlín occidental. La Gedächnitskirche se preserva más o
menos como quedó en 1945, a modo de recordatorio. No es la única ni
la primera iglesia que cumple esa función, pero quizás sí sea la
más famosa.
Desde ahí, directo hasta Charlottenburg, hoy un barrio de Berlín
que alguna vez estuvo en las afueras de la ciudad. En el camino nos topamos
con el puente de Charlotte y su mercado de pulgas. Nuevamente,
vajilla vieja, muebles antiguos, cristalería y porcelana al por
mayor, cosas de la DDR, pantuflas, cosas importadas, de todo.
La construcción del Palacio de Charlottenburg, al igual que la de muchos castillos y residencias, fue un proceso paulatino e inconstante. El eje del palacio se construyó entre 1695 y 1699 para Sofía Carlota esposa del príncipe elector heredero de Brandenburgo y futuro rey de Prusia. En principio fue su residencia de verano y, el resto del año la princesa vivía en el palacio de Berlín, imaginamos que con su esposo. Sin embargo muchos príncipes y reyes fueron "metiéndole mano" al palacio y con sucesivas ampliaciones llegó a su dimensión actual, de cerca de 300 metros de largo. Sí, es un poquito una exageración pero es lo que hay de punta a punta del palacio.
Una parte del palacio estaba con obras de mantenimiento. Entre eso y
que atardece super temprano, no tenemos hermosísimas fotos del
palacio. Nota al pie: El fin del otoño europeo no es una buena época
para planificar un viaje, al menos a Alemania. No sólo reducen parte
de las exposiciones sino que realizan mantenimiento de edificios,
cierran museos (o alas) y, además, a las cinco de la tarde ya es
totalmente de noche.
Con el anochecer pisándonos los talones volvimos hasta el
Zoologischer Garten y de ahí hasta Alexanderplatz. Un capítulo
aparte merece el cuasi síncope que sufrimos al ver que uno de los
relojes de la estación de tren nos informaba que ya eran más de las
nueve de la noche y que, por lo tanto, estábamos a punto de perder
nuestro micro. Y luego la incomprensión absoluta a ver que en la
estación de trenes había por lo menos dos horas diferentes entre
sí. Afortunadamente la explicación era más sencilla de lo que
pensábamos; ese noche más tarde iba a haber cambio de horario y
alguien había tenido la genial idea de comenzar a aplicarlo a los
relojes de la estación. Con los corazones sin palpitaciones fuera de
lo normal y las piernas cansadas de tanto trajinar os subimos
aliviaos a nuestro micro en tiempo y forma para llegar a Dresden
después de las once de la noche, preparadísimos para dormir como
dos bebés.