sábado, 28 de noviembre de 2015

Berlín 1.2


Al domingo siguiente amanecimos bastante tempranito. Está bien, super temprano. Me cuesta quedarme en la cama a la mañana, me hago cargo. Supongo que después de haber de haber pasado un año levantándonos a las 5.30 de la mañana mi reloj biológico se sobreadaptó.

Nuestro hostel incluía desayuno así que aprovechamos para arrancar el día con todo; yogurt con cereales, café con leche, tostadas con nutella y, como nos esperaba una jornada larga, un sándwich de queso. En el desayuno acá es bastante normal también comer huevos duros o revueltos, salame, jamón, tomate, pepinos o algo por el estilo. Todavía no nos daba para tanto aunque antes de irnos probamos una fetita de salame.
El programa para el domingo consistía en atravesar la ciudad desde el centro de lo que fue Berlín oriental hasta el centro de lo que fue Berlín occidental, después ir hasta Charlottenburg y volver a Alexanderplatz a tiempo para tomarnos el micro que nos devolvería a Dresden. Por su historia Berlín es una ciudad especial; de pueblo olvidado a capital de Prusia primero y de Alemania después. Cada período fue dejando su huella en la ciudad, como así también las modas arquitectónicas, las ideologías y, obviamente, la riqueza relativa de la ciudad y del país a lo largo del tiempo. La segunda guerra mundial también dejó su huella y tanto la división de la ciudad como la construcción del muro hicieron lo propio. Como resultado la ciudad tiene dos centros, dos zonas de teatros, dos barrios universitarios, dos óperas, dos filarmónicas, dos áreas de museos, tres aeropuertos y quichicientas estaciones de tren. Todo esto sin mencionar la alternancia de edificios históricos con torres vidriadas, bloques de hormigón, cúpulas neoclásicas y torres de ladrillo. Y grúas. Grúas por todos lados. Quince años después de la reunificación la ciudad aún sigue en proceso de compaginar sus dos partes; nuevos edificios en la zona del muro, más estaciones de subte para combinar las dos redes de transporte, nuevos edificios de gobierno, mucho estilo pseudo modernoso que no siempre se integra bien al paisaje, reconstrucciones contemporáneas de edificios históricos, mantenimiento de los más antiguos. Pareciera que siempre hay algo más por hacer. Habrá que ver qué ocurre dentro de veinte años…
Primera parada del día de la fecha, embajada argentina. A pasitos nada más del Zoologischer Garten, el centro del ex Berlín occidental. Luego del trámite, directo hacia la Gedächnitskirche, también conocida en castellano como la “iglesia memorial”. Si la Alexanderplatz era el corazón de Berlín oriental, esta zona lo era para Berlín occidental. La Gedächnitskirche se preserva más o menos como quedó en 1945, a modo de recordatorio. No es la única ni la primera iglesia que cumple esa función, pero quizás sí sea la más famosa.
Muy cerca se encuentra el Jardín Zoológico, otra de las postales clásicas.
Desde ahí, directo hasta Charlottenburg, hoy un barrio de Berlín que alguna vez estuvo en las afueras de la ciudad. En el camino nos topamos con el puente de Charlotte y su mercado de pulgas. Nuevamente, vajilla vieja, muebles antiguos, cristalería y porcelana al por mayor, cosas de la DDR, pantuflas, cosas importadas, de todo.
La construcción del Palacio de Charlottenburg, al igual que la de muchos castillos y residencias, fue un proceso paulatino e inconstante. El eje del palacio se construyó entre 1695 y 1699 para Sofía Carlota esposa del príncipe elector heredero de Brandenburgo y futuro rey de Prusia. En principio fue su residencia de verano y, el resto del año la princesa vivía en el palacio de Berlín, imaginamos que con su esposo. Sin embargo muchos príncipes y reyes fueron "metiéndole mano" al palacio y con sucesivas ampliaciones llegó a su dimensión actual, de cerca de 300 metros de largo. Sí, es un poquito una exageración pero es  lo que hay de punta a punta del palacio.
Una parte del palacio estaba con obras de mantenimiento. Entre eso y que atardece super temprano, no tenemos hermosísimas fotos del palacio. Nota al pie: El fin del otoño europeo no es una buena época para planificar un viaje, al menos a Alemania. No sólo reducen parte de las exposiciones sino que realizan mantenimiento de edificios, cierran museos (o alas) y, además, a las cinco de la tarde ya es totalmente de noche.
Con el anochecer pisándonos los talones volvimos hasta el Zoologischer Garten y de ahí hasta Alexanderplatz. Un capítulo aparte merece el cuasi síncope que sufrimos al ver que uno de los relojes de la estación de tren nos informaba que ya eran más de las nueve de la noche y que, por lo tanto, estábamos a punto de perder nuestro micro. Y luego la incomprensión absoluta a ver que en la estación de trenes había por lo menos dos horas diferentes entre sí. Afortunadamente la explicación era más sencilla de lo que pensábamos; ese noche más tarde iba a haber cambio de horario y alguien había tenido la genial idea de comenzar a aplicarlo a los relojes de la estación. Con los corazones sin palpitaciones fuera de lo normal y las piernas cansadas de tanto trajinar os subimos aliviaos a nuestro micro en tiempo y forma para llegar a Dresden después de las once de la noche, preparadísimos para dormir como dos bebés.

4 comentarios:

maría celina rapallini dijo...

Se te nota la felicidad en la cara. Te quiero

Historia de Segundo año dijo...

Es porque me hacen reír cada vez que nos sacamos una foto...

Nati dijo...

Lindoooooos! Yo desayunaría los huevos revueltos...

Nicolás dijo...

Nati, mucha amenaza de desayuno poderoso y después terminás comiendo tres almendras con cuatro aceitunas y media pasa de uva...