Berna es la capital de la Confederación
Helvética, más conocida para el resto de los mortales como Suiza. Por si se lo
estaban preguntando, Berna también es la capital del cantón que lleva su mismo
nombre (Un cantón es como una mini-provincia. A veces pueden ser ciudades, valles o regiones con múltiples pueblos).
El centro de la ciudad se encuentra en una especie
de cerro elevado rodeado en buena parte (tres cuartos de la ciudad vieja) por un río, lo que la hizo desde muy
temprano, fácilmente defendible. El río en sí mismo resultaba ser una muralla efectiva. Por su parte, la
diferencia de altura les permitía a los defensores detectar y atacar a los
invasores con rapidez y facilidad.
Desde 1848 es ciudad federal y es sede de los poderes ejecutivo y
legislativo suizo (lo más parecido a un tribunal superior se encuentra en la
ciudad de Lausanne, conocida por ser la sede del Comité Olímpico Internacional).
El poder ejecutivo suizo es algo interesante. Suiza no tiene un presidente.
Tiene siete ministros… ministros federales… mmm… superministros. Cada uno de
estos superministros (no se imaginen a Cavallo porque lo único que ése debe
conocer de Suiza son el foro de Davos y la bóveda de más de un banco) tiene a
cargo un área. Economía, Educación, Defensa, Salud, Medio Ambiente, lo que sea. Pero además se van turnando en la presidencia del Consejo
Federal, de modo que cada uno haga las veces de presidente durante un año. Hacer las veces de presidente se refiere a la función protocolar ya que ninguno de ellos podría cambiar a los otros. Obviamente es un sistema complejo porque los ministerios se deciden en función
de los resultados electorales; tres para tal partido, dos para este partido,
dos para este otro y uno para aquél, pero además la composición del consejo de
ministros debe representar geográfica y lingüísticamente al país. Y después,
claro, está …a convivir.
Por lo pronto parece que no tienen mucho
problema en convivir en la capital. Cuenta la leyenda que Berna es una de las
10 ciudades del mundo con mejor calidad de vida. Como podrán imaginarse en la
ciudad no sólo viven los superministros y los diputados del parlamento suizo.
Pero saber cuál es su población no es tarea fácil ya que si bien la ciudad en
sí misma tiene alrededor de 120.000 habitantes, a su vez es el centro de un entramado de
localidades, pueblos y pueblitos que eleva el número total notablemente.
Además de los berneses, en Berna también viven
los osos. No sólo son el símbolo de la ciudad (un oso negro parado y sacando la
lengua -los osos heráldicos siempre sacan la lengua- sobre una bandera roja y amarilla). También forman parte de ella. O al
menos, de la fosa de los osos, una zona de la ciudad cercana al puente de
acceso que desde hace casi seiscientos años alberga a una serie de osos, osas y
oseznos.
De nuevo, por ser invierno (nota mental cuatro
mil quinientos treinta y cinco…) estaban (casi) todos hibernando. Acá hay uno pidiendo plata. Por suerte se ve que le había ido bien ese día porque estaba bastante amigable.
Hay toda una larga controversia acerca de
cuándo y por qué los osos devinieron animal heráldico de la ciudad, si fue
desde el origen o no y pululan leyendas, teorías e hipótesis lingüísticas que
intentan clarificar el tema. Ninguna lo hace de forma del todo convincente, así
que dejemos el tema un poco de lado. Baste decir que el oso es el símbolo y
animal heráldico de la ciudad y lo más probable es que la haya dado nombre y
todo.
Por suerte para nosotros, el tránsito era casi inexistente, salvo por los ocasionales tranvías.
La verdad es que la ciudad es muy linda y no
sorprende que haya sido declarada patrimonio de la humanidad. Si lo que les sorprende es la decoración navideña de las calles es sólo porque las fotos son del año pasado. Y para que conste en actas, todos los pinitos y ramas de abeto son, tal como parecen, naturales. Al parecer los suizos expresan la misma pasión que los alemanes por la decoración navideña aunque usen menos lucecitas y chirimbolos. Y, por lo menos, a buena parte de los/as berneses/as la tala de abetos les ocasiona los mismos dilemas que a los sajones, es decir, ninguno.
Dos clásicos suizos. La fuente con columna y una torre con reloj. El reloj tiene nombre y todo. Se llama Zytglogge y es una reliquia medieval. Por momentos parecía complejo de entender y ciertamente no es lo primero que atinaría a mirar si quiero saber la hora, aunque no por eso deja de tener su encanto.