Le debe haber pasado
a (casi) todo el mundo. Mientras viajás, cada tanto vivís alguna
situación que, por lo recóndita, inverosimil, kitsch o clara y
francamente surreal parece más salida de una película de Fellini
que de la cotidianeidad de esta década a la que ya no le quedan
tanto años. Y, sin embargo, pasan. De eso se trata esto, de las
cosas más increíbles que nos han ocurrido viajando, sin ningún
orden en especial.
Inaugurando el
ránking... una sorpresa musical, en medio de la nada sajona.
Situación: Finde
largo viajando en Vogtland, una región del sudoeste de
Sajonia, casi-casi en la frontera con Baviera. Es sábado a las 10 de
la mañana. Pasamos por un pueblo recóndito para ver un castillo
que, dicho sea de paso, estaba en proceso de ser decorado para una
feria medival. Luego de haber visto la atracción local regresamos a
la estación de trenes para dirigirnos al destino siguiente. La
estación, como tantas otras de los pueblos de la Alemania profunda
está clausurada. Es una práctica común en pueblos donde la
cantidad de pasajeros no justifica (a los ojos de la compañía de
trenes, se entiende) mantener una una estación abierta y atendida
por personas. Normalmente estas estaciones se cierran, quedan
clausuradas y se ponen un par de maquinolas. Listo.
Volviendo a la
historia... Estación clausurada en un pueblo N de Sajonia. Sábado,
10 de la mañana. La playa de estacionamiento de la estación está
prácticamente vacía. Sólo hay un instructor dando clases de
conducción de motos a una adolescente y dos personas que miran.
De la estación
desierta llega un rumor de música electrónica. Se ve,
pensamos, que han alquilado algún espacio como sala de ensayo o
boliche. Es otra práctica que suele ser bastante común en este
tipo de situaciones. Nos sentamos a esperar la llegada de nuestro
tren mientras escuchamos el punchi punchi electrónico que
viene de algún rincón de la estación.
De pronto, la música
se corta. Se hace una pausa y por unos segundos el silencio se
impone. De repente comienza a sonar una melodía. Parece extrañamente
familiar. A los pocos segundos entiendo por qué. Es Sólo le pido
Dios. Se lo digo a Diego. Me mira, lo miro. Y se escucha una voz
de mujer que comienza a cantar el tema. Unos minutos más tarde el
tema termina y vuelve a sonar la música electrónica. El paisaje
sigue siendo el mismo. Una mañana gris de sábado en un pueblo
recóndito de una región de los márgenes de la Sajonia profunda.
4 comentarios:
Y el corazón y el cerebro han modificado su ritmo...
Ahh, genial
Así es, fue algo absolutamente inesperado. Es un misterio cómo, entre temas de música electrónica, saltó así de la nada algo tan diferente, y casualmente cercano a nosotros.
Gran relato!
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