sábado, 9 de junio de 2018

Ránking de surrealidades viajeras


Le debe haber pasado a (casi) todo el mundo. Mientras viajás, cada tanto vivís alguna situación que, por lo recóndita, inverosimil, kitsch o clara y francamente surreal parece más salida de una película de Fellini que de la cotidianeidad de esta década a la que ya no le quedan tanto años. Y, sin embargo, pasan. De eso se trata esto, de las cosas más increíbles que nos han ocurrido viajando, sin ningún orden en especial.

Inaugurando el ránking... una sorpresa musical, en medio de la nada sajona.

Situación: Finde largo viajando en Vogtland, una región del sudoeste de Sajonia, casi-casi en la frontera con Baviera. Es sábado a las 10 de la mañana. Pasamos por un pueblo recóndito para ver un castillo que, dicho sea de paso, estaba en proceso de ser decorado para una feria medival. Luego de haber visto la atracción local regresamos a la estación de trenes para dirigirnos al destino siguiente. La estación, como tantas otras de los pueblos de la Alemania profunda está clausurada. Es una práctica común en pueblos donde la cantidad de pasajeros no justifica (a los ojos de la compañía de trenes, se entiende) mantener una una estación abierta y atendida por personas. Normalmente estas estaciones se cierran, quedan clausuradas y se ponen un par de maquinolas. Listo.

Volviendo a la historia... Estación clausurada en un pueblo N de Sajonia. Sábado, 10 de la mañana. La playa de estacionamiento de la estación está prácticamente vacía. Sólo hay un instructor dando clases de conducción de motos a una adolescente y dos personas que miran.

De la estación desierta llega un rumor de música electrónica. Se ve, pensamos, que han alquilado algún espacio como sala de ensayo o boliche. Es otra práctica que suele ser bastante común en este tipo de situaciones. Nos sentamos a esperar la llegada de nuestro tren mientras escuchamos el punchi punchi electrónico que viene de algún rincón de la estación.

De pronto, la música se corta. Se hace una pausa y por unos segundos el silencio se impone. De repente comienza a sonar una melodía. Parece extrañamente familiar. A los pocos segundos entiendo por qué. Es Sólo le pido Dios. Se lo digo a Diego. Me mira, lo miro. Y se escucha una voz de mujer que comienza a cantar el tema. Unos minutos más tarde el tema termina y vuelve a sonar la música electrónica. El paisaje sigue siendo el mismo. Una mañana gris de sábado en un pueblo recóndito de una región de los márgenes de la Sajonia profunda.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Y el corazón y el cerebro han modificado su ritmo...

Anónimo dijo...

Ahh, genial

Anónimo dijo...

Así es, fue algo absolutamente inesperado. Es un misterio cómo, entre temas de música electrónica, saltó así de la nada algo tan diferente, y casualmente cercano a nosotros.

Anónimo dijo...

Gran relato!