Allá
lejos y hace tiempo, tanto Sajonia como Dresden en particular, se
caracterizaron por cierta tendencia al barroco, los excesos de la corte y el derroche. Al menos, en la
arquitectura. Particularmente durante los siglos XVII y principios del XVIII, que fueron económicamente positivos para la región. O al menos para sus ricos. Y si hay
algo que les gustaba a los ricachos nobles era -precisamente- presumir de su
poder y riqueza. Eso hace que la ciudad y Sajonia conserven aquí y
allá pequeños tesoros del período barroco. Es cierto que no todos
son igual de majestuosos o impactantes. Pero eso no hacen que sean
menos interesantes.
Supongo
que el jardín barroco de Großsedlitz es un buen ejemplo. No
está en el top ten de las grandes atracciones de la ciudad pero para
haber sido residencia de un conde menor hay que reconocer que no está
nada mal.
Construido
primero entre 1719 y 1723 y ampliado sucesivamente, la propiedad
cayó bajo las garras en las dulces manos
del duque de Sajonia (y rey de Polonia) Augusto el fuerte,
que vendría a ser algo así como el personaje histórico más
notable de la dinastía que gobernó Sajonia por más de seiscientos
años. Creo que ya hablé de él tantas veces que no amerita seguir agregando trocitos de su biografía.
Para este caso alcanza con decir que Augusto el fuerte fue un conocido
amante de las fiestas y la buena vida. A nadie le sorprenderá entonces que convirtiera el jardín
de Großsedlitz en lugar de eventos, cacerías y celebaraciones
de las cortes sajonas y polacas. Principalmente en eventos que se realizaban al aire libre (léase, celebrados en primavera-verano).
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