Finalmente decidí que debía volver a la cama y dormir. Así lo hice y, para mi posterior asombro, me quedé dormido casi enseguida. Durante la mañana siguiente volvió a reinar el silencio de la nevada… por fin un (no) sonido mas tranquilizador. ¿Era el día después de mañana? ¿Finalmente el calentamiento en la capa de ozono había generado una ola glacial producto de la desalinización del mar, el cambio de las corrientes marítimas, que había pasado? Sólo había una forma de averiguarlo… si la realidad copiaba a la película, EEUU habría de perdonar la deuda latinoamericana a cambio de auxilio. Pero no tenía forma de averiguar el dato. A duras penas teníamos electricidad y eso ya era bastante.No sin la modorra que acompaña los días en los que uno (o una llegado el caso) no quiere abandonar la cama me moví lentamente. Belén ya había salido, los chicos pensaban si iban a tener clases o mejor sería ir a esquiar. Mientras tanto me di cuenta que yo mismo hacía cosas ajenas a mi rutina, toda tarea parecía una buena excusa para evitar lo inevitable: abandonar el calor y comodidad de la casita e ir a ver si había vida allí afuera, si la civilización occidental había colapsado en la ciudad o si todo seguía igual pero mas blanco.
Miré por la ventana una vez mas, el panorama no se veía alentador, pensé, y entretanto sonó la melodía de mensaje de mi celular. “Debe ser una profesora, que avisa que está varada en medio de la nieve y no podrá ir a la escuela”, dije en voz alta, mirando a Esteban, que palpaba su celular para saber si el sonido provenía de allí. Y así era, no porque fuera yo un iluminado, sino porque dadas las circunstancias era una alternativa mas que posible.
“Ma´ sí…. Yo me mando”, pensé, aunque me cuidé de decirlo en voz alta. Me calcé las botas y salí… Con 15 y hasta 20 cm de nieve acumulados sobre el hielo de las nevadas anteriores, todo lugar que pisaba se hundía. Descubrí que el camino fue duro pero no imposible, y que al cabo de 15 largos minutos había llegado a la escuela. Nadie sabía nada de que la deuda fuera condonada… no había habido una glaciación, ni un colapso mundial, tampoco era el fin de la civilización, sólo una tormenta local que nos había dejado aislados de La Angostura, Bolsón y Neuquén, con partes de Bariloche sin luz y prácticamente sin colectivos, y en nuestro caso particular sin la mitad de las profesoras. “Bueno, hoy va a ser un día intenso”, pensé en voz alta, y puse manos a la obra en el trabajo.
Miré por la ventana una vez mas, el panorama no se veía alentador, pensé, y entretanto sonó la melodía de mensaje de mi celular. “Debe ser una profesora, que avisa que está varada en medio de la nieve y no podrá ir a la escuela”, dije en voz alta, mirando a Esteban, que palpaba su celular para saber si el sonido provenía de allí. Y así era, no porque fuera yo un iluminado, sino porque dadas las circunstancias era una alternativa mas que posible.
“Ma´ sí…. Yo me mando”, pensé, aunque me cuidé de decirlo en voz alta. Me calcé las botas y salí… Con 15 y hasta 20 cm de nieve acumulados sobre el hielo de las nevadas anteriores, todo lugar que pisaba se hundía. Descubrí que el camino fue duro pero no imposible, y que al cabo de 15 largos minutos había llegado a la escuela. Nadie sabía nada de que la deuda fuera condonada… no había habido una glaciación, ni un colapso mundial, tampoco era el fin de la civilización, sólo una tormenta local que nos había dejado aislados de La Angostura, Bolsón y Neuquén, con partes de Bariloche sin luz y prácticamente sin colectivos, y en nuestro caso particular sin la mitad de las profesoras. “Bueno, hoy va a ser un día intenso”, pensé en voz alta, y puse manos a la obra en el trabajo.