Número uno.
Funciona. En todas las paradas de tranvía y colectivo están los horarios. Están
los horarios, hay reloj, hay asientos. También, un mapa de la red de transporte
de la ciudad. En muchas hay un cartel electrónico que te dice cuánto falta
hasta que llegue el próximo servicio. Cuando en la parada paran muchos
servicios diferentes tenés una lista: Tram 11: 1 minuto, Tram 3: 2 minutos, Bus
62: 4 minutos. Nadie rompe nada.
Número
dos. Puntualidad. Es un punto en el que el cliché suele coincidir con la cotidianeidad. En general los servicios de transporte llegan cuando tienen
que llegar. Hay un margen de dos o tres minutos. En tres meses jamás vimos que
hubiera un atraso mayor a cuatro minutos. Igual, los alemanes orientales tienen un margen de tolerancia mayor frente a la impuntualidad. En Baviera (donde estuvimos hace poquito) parece que la situación es otra. El colectivo debía llegar 15.20. A las 15.21 una persona se nos acercó para preguntarnos si esperábamos también el bondi y si así era, si conocíamos las razones del retraso (SIC).
Número
tres. Precio. El transporte es caro. El
que quiere celeste, que le cueste. Acá en Dresden, el viaje mínimo cuesta
2,3 euro. O sea, salado. Podría decirse, un poco más que simplemente salado. Como contraprestación, hay horarios en los que los
servicios van casi vacíos, pero siguen funcionando con intervalos regulares.
Número
cuatro. Sentarse. En el transporte alemán sentarse es un tema. Los/as
usuarios/as están menos desesperados/as por sentarse y suele haber mucha gente
que deliberadamente viaja parada. Así que en general, fuera de horarios más complicados,
no suele ser difícil. Incluso en horarios pico puede haber asientos vacíos, y
una muchedumbre parada alrededor de los mismos que suele impedirte el acceso… Pero
si está todo lleno y sube una persona mayor, lo siento, nadie se mueve
normalmente de su lugar. Nada de ceder el asiento ni nada. Otro hábito común
acá que detesto es la gente que viaja con su mochila sentada al lado. Ponen la
mochila o el portafolio, la bolsa o lo que sea para que nadie se siente. No
importa que ya no queden lugares libres. Algunos llegan a puntos de caradurez
máximos que aún con alguien que amaga a querer sentarse no corren la mochila. A
veces ni ante un “Entschuldigung” reaccionan.
Número
cinco. Sistema. El sistema de transporte corresponde a la ciudad, es público y
está integrado. Cuando uno compra un boleto mínimo compra la posibilidad de
usar durante una hora el sistema. O sea, puedo tomarme un tranvía, bajarme,
combinarlo con un colectivo, subirme a un tren o a un ferry. Mientras sea dentro de la hora
el pase el válido y puedo combinar los medios como quiera tantas veces como
quiera. Es más, si llego a ir y volver en una hora, ya está. En cada tranvía y
en cada colectivo hay una pantalla que te dice cuál es la próxima parada y
cuales son los trenes, tranvías y colectivos que paran ahí y, por el mismo
precio, cuánto falta para que lleguen hasta ahí. Además se puede subir con
perro, bicicleta, cochecito o silla de ruedas. Por la bici y el perro se paga
un pasaje extra reducido. Eso corre también para toda la red: colectivos,
tranvías y trenes.
Número
seis. Pases. Hay pases semanales, diarios, mensuales. Con eso te sale más
barato viajar. Los pases diarios, semanales, mensuales u anuales son ilimitados. Eso quiere decir que durante el lapso de su validez los puedo usar cuantas veces quiera. Con
el pase semanal, por ejemplo, puedo viajar durante una semana, no importa
cuántas veces por día. Mientras me mantenga en la zona para la cual saqué el
pasaje no hay problema, puedo ir y volver cuantas veces se me ocurra, mi pase siempre
será válido, no necesito preocuparme por nada.
Número
siete. Máquinas infernales. Sacar boleto no es fácil. Las máquinas tienen mil
opciones, con bici, sin bici, trayecto corto, trayecto común, cuatro trayectos
comunes, por un día, para una familia, para un grupo chico, para un grupo
grande, semanal, mensual... Además hay un sistema de zonas, o sea, una zona es
Dresden-Dresden, luego si pasás a los suburbios es otra zona, si querés
atravesar dos suburbios es otro precio. Tenés que ver dónde están tus paradas de origen y
destino, ver cuántas zonas atravesás. Y combinar esa info con el tipo de pasaje
que querés sacar. Si no tenés mucha idea podés terminar experimentando una
crisis existencial.
Yapa.
Accidentes. Si había llovido (o nevado) y te resbalaste al pisar el suelo metálico que
está en la articulación que une los coches de un tranvía, mala suerte. Aunque
des una vuelta carnero en el aire y todo el mundo abra la boca para gritar por
el porrazo que te vas a pegar, nadie va a preguntarte nada. Si cuando
finalmente aterrizaste de culo en el suelo atinás a hacer señas de que estás
bien, de que ya pasó y no hay problema, no te gastes. Salvo que hayas gritado de dolor al aterrizar nadie se va acercar. Deshacé
el gesto rápido y listo. Al ver que seguís consciente, todos vuelven a su mundo
habitual y a otra cosa, mariposa. No que me haya pasado a mí, obvio. Le pasó a
un amigo, por supuesto.
2 comentarios:
¿Hay algún lugar en el mundo en el que estén de más las quejas por el transporte público disponible? Supongo que no. Notables diferencias. Y diferentes incomodidades.
¡Es cierto! Quizás quejarse del transporte sea inherente a la necesidad de usarlo cotidianamente. Y además, quejarse siempre es una actividad que -bien llevada- hasta puede resultar disfrutable... (sin olvidar que suele ser una fuente de sociabilidad espontánea).
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