Para ir a Radebeul (léase
Radeboil) -salvo que se viva allí- no hay tantísimos motivos. Para los turistas
la lista puede reducirse, esencialmente, a cuatro: a) visitar los viñedos en
las laderas de las montañas (en su día muchos de ellos fueron propiedad del
rey); b) tomarse el tren histórico a vapor que une la ciudad con el palacio de
Moritzburg; c) ir al Museo de la DDR (también conocida como la República
Democrática Alemana o, en su defecto, Alemania oriental); o d) ir al museo
Karl-May sobre westerns y novelas de cowboys. Siempre queda lugar para e) nos
perdimos y terminamos acá. Pero ese no es nuestro caso, no al menos esta vez.
En esta ocasión nuestra
motivación fue una combinación de recorrer un poco los viñedos y ver el museo
de la DDR. Por lo que pudimos comprobar, en los últimos 15 años los museos sobre la República Democrática Alemana se han reproducido cual
hongos después de la lluvia. Muchas ciudades de la región tienen uno y, en general, suelen
concentrarse en la reproducción de la vida cotidiana. Muebles, autos, ropa, electrodomésticos
y juguetes pululan por estos museos. Este florecimiento de la pasión germana
por la DDR es bastante contemporáneo a otro fenómeno alemán. Se lo llama
“Ostalgie”, que es un juego de palabras entre Ost (este, oriente) y Nostalgie.
Algo así como la nostalgia por el este, por la Alemania oriental. Hoy en día
eso se ve claramente en los autos; muchos alemanes orientales conservan (y
atesoran) sus Trabant, los autos
producidos en serie en la DDR y a los que las familias accedían luego de largas
y ansiadísimas esperas. Con este comentario se me va a caer una década, pero…
por lo que cuentan, recibir un Trabant parecía incluso más complejo que acceder a un teléfono de ENTEL. También en los muebles. En E-bay
son muchísimas las publicaciones de placares, mesas y sillas que aparecen
catalogadas como productos de Ostalgie
Pur. En general la Ostalgie puede
ser un sentimiento más político-económico, como la añoranza por aquella época en
la que no había desocupación y la diferenciación social era menor (con
excepción de los altos burócratas y los líderes del partido, claro esta) o
puede manifestarse en su vertiente más socio-económica. Allí están los que
extrañan los Trabant, los muebles de
madera (y no de aglomerado enchapado), el diseño setentoso, los productos con
envases retornables, las cosas durables y la casi inexistencia del marketing.
En el caso de
Radebeul, el museo está apropiadamente situado en un monobloque bastante feo y
con poca onda, uno de los pocos edificios de la ciudad que no deja dudas sobre
la época a la que corresponde.
Afortunadamente, otros edificios
resultaron ser ligeramente más fotogénicos, como la municipalidad y la iglesia
luterana.
En el caso de la iglesia luterana parece que las mentes locales (¿radebeulenses?¿radebeuleras?) dieron con un nombre a prueba de conflicto. Iglesia luterana "Martín Lutero".
Dejando atrás la zona donde están la municipalidad, la iglesia y la estación de tren, las casas se van volviendo más bajas y aisladas. Poco a poco comienzan a aparecer huertas y viñedos.
En este caso "dejar atrás" implica caminar solamente doscientos o trescientos metros. Realmente Radebeul funciona en la actualidad más como un suburbio de Dresden que como otra cosa. Un lugar pintoresco para vivir a treinta minutos de la ciudad, un barrio tranquilo para quienes quieren ver algo de verde por la ventana y tener su jardincito.
Aparentemente, para los sajones adinerados de antaño los viñedos también tenían su atractivo. El Elba, las montañas, los viñedos y la proximidad no tan cercana con Dresden deben haber contribuido a que también se instalasen familias ricas aquí y allá.
Cuenta la leyenda que una buena
parte de los viñedos de la zona pertenecieron, al menos nominalmente, o bien a
la familia real o bien al estado de Sajonia. Aunque parezca raro, Sajonia es una
región productora de vinos. Así es. De hecho, la región tiene una tradición vitivinícola
de más de 850 años. Y el valle del Elba es una de las regiones de viñedos y
bodegas más septentrionales de Europa. Tal parece que en esta zona las laderas del río contribuyen a generar una especie de microclima que hace que los inviernos sean un poco menos
intensos y las primaveras y otoños, más cálidos.
Se trata en su casi
totalidad de vinos blancos, y ciertamente el nombre de las cepas más populares
habla de variedades que parecen estar aclimatadas a estas latitudes: Riesling,
Goldriesling, Müller-Thurgau y Gewürztraminer (esta última, tinta).
Para variar, seguramente vamos a
tener que volver en primavera-verano, ya que el paisaje de otoño-invierno
parece ligeramente desolado y menos … bodeguero … de lo que asumimos será en la
temporada correcta. Al menos esta vez pudimos disfrutar un poco del sol en medio del invierno.
2 comentarios:
Alguien fue a la pelu!!
Alguien fue a la peluquería y ya tiene que volver a ir... porque eso pasó a principios de enero...
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