Era sábado, creo. Por algún motivo me había despertado relativamente temprano y había planeado ir al supermercado o a comprar algo. Mientras terminaba de desayunar sonó el celular. Era un mensaje. “Zapato, ayer fue mi cumpleaños”. La idea era corta y concisa, la autora, María Celina, Chili. Hice una pausa, miré el calendario. Efectivamente, era así. ¿Cómo había pasado?. No era tan difícil de explicar, no era la primera vez que confundía una fecha (el año pasado la había llamado un día antes) pero me invadió un sentimiento de preocupación. Si viviendo con Lara este tipo de episodio nos podía pasar, ahora sería un caos total. “Sí, sólo hay algo por hacer”- pensé-, pedirle a la organizadora N°1, autora de desayunos presidenciales, representante del protocolo aún cuando duerme y única persona que puede “proceder a proceder” que me envíe – una vez más- la lista completa de los cumpleaños. Y mientras escribo estas líneas, casi dos meses después de los eventos me di cuenta que también me olvidé del cumpleaños de Juanito. Tendré que llamarlo por la tarde.
Pero aún no llegamos al 1 de agosto. Aún estamos a principios de junio, así que volvamos… Bajé al pueblo, compré una tarjeta, la llamé para saludarla y pedir disculpas. No sé si es que estaba resignada, si ya me conoce mejor, si no fue tan grave o todo junto, pero no hubo reproches. Tampoco es su estilo. “Sos así, te acepto así”, fue más o menos el mensaje. Y mientras hablábamos la vi pasar a Miqui (Micaela), otra exiliada de la gran urbe en la Patagonia. Le hice señas para que me esperara. La seña fue efectiva ya que se quedó a la espera. Ella acababa de llegar de Buenos Aires, así que me contó como le había ido. Me puso al tanto también del próximo regreso de Matías. Le conté que pensaba que para el regreso del susodicho tenía ganas de organizar una fiesta temática. “Vuelven los ochentas”, iba a ser el tema de la fiesta, con música y ropa de la década en cuestión. Ella estaba casi tan entusiasmada como yo con la idea. Ya estaba todo dicho, la fiesta estaba en marcha y sólo restaba asegurarnos el lugar.
Lamentablemente fue uno de los temas más complejos ya que hasta último momento no pudimos estar seguros de que la casa de estudiantes de ECELA iba a estar disponible. Debo admitir que en un momento fui partidario de suspender la fiesta por una semana hasta asegurarnos un lugar. Si seguimos adelante con la fiesta sólo fue por la insistencia de nuestras dos “hijas de homestay”: Olivia (también conocida como “Tropical”, “Tranqui” y “Caleta” – Guarnatsi dixit-) y Claudia. Ellas también estaban entusiasmadísimas con la idea. Es que, además de comentarles, con Angie les hicimos escuchar un compilado con la mejor música que habríamos de pasar y, cada día antes de cenar, escuchábamos algo de lo que iba a sonar. También nosotros nos esmeramos; había entradas y deco temática para el lugar del evento: posters de películas de los ochentas, fotos del cubo Rubric, y también de Magneto, las Primas, Madonna y Culture Club, unas cuantas de V, Invasión extraterrestre entre otras series ochentoides.
La idea la había terminado de consolidar durante mi regreso de Córdoba; en el micro habían pasado compilados de música de los ochentas y los noventas. ¿Por qué no? Volvían los chupines, los jopos, las calzas y los colores llamativos, también los cinturones anchos, la música y hasta Indiana Jones. Todo parecía estar en sintonía con el regreso de clásicos de los ochentas al cine, remakes, nuevas versiones con nuevos o viejos actores, la música presente en las radios y la moda que se veía en las vidrieras (al menos en la versión más descafeinada). Tal vez eso merezca un capítulo aparte aunque –de momento - no creo me dedique a ello… pero ¿no fue suficiente con que ya se hubieran usado los jopos y los chupines? ¿Era necesario resucitarlos? ¿y los chapines para hombres? ¿Es que no había nada mejor para re-utilizar?. Re-utilizar, claramente, no es la consigna de estos regresos, sino más bien que uno tenga que volver a comprar algo que es más o menos similar sin dejar de ser más o menos diferente. Sino, conservaríamos las cosas para reutilizarlas en lugar de convencernos de que están pasadas de moda. ¿Cuántos/as pensamos que algunas de estas cosas horrible que fueron furor en nuestra infancia/adolescencia volverían? Y sin embargo volvieron. Como ellas volvieron nosotros volvimos a organizar un asalto con la música de los ochentas (estirándose hasta principios de los noventa, obviamente).
Pero aún no llegamos al 1 de agosto. Aún estamos a principios de junio, así que volvamos… Bajé al pueblo, compré una tarjeta, la llamé para saludarla y pedir disculpas. No sé si es que estaba resignada, si ya me conoce mejor, si no fue tan grave o todo junto, pero no hubo reproches. Tampoco es su estilo. “Sos así, te acepto así”, fue más o menos el mensaje. Y mientras hablábamos la vi pasar a Miqui (Micaela), otra exiliada de la gran urbe en la Patagonia. Le hice señas para que me esperara. La seña fue efectiva ya que se quedó a la espera. Ella acababa de llegar de Buenos Aires, así que me contó como le había ido. Me puso al tanto también del próximo regreso de Matías. Le conté que pensaba que para el regreso del susodicho tenía ganas de organizar una fiesta temática. “Vuelven los ochentas”, iba a ser el tema de la fiesta, con música y ropa de la década en cuestión. Ella estaba casi tan entusiasmada como yo con la idea. Ya estaba todo dicho, la fiesta estaba en marcha y sólo restaba asegurarnos el lugar.
Lamentablemente fue uno de los temas más complejos ya que hasta último momento no pudimos estar seguros de que la casa de estudiantes de ECELA iba a estar disponible. Debo admitir que en un momento fui partidario de suspender la fiesta por una semana hasta asegurarnos un lugar. Si seguimos adelante con la fiesta sólo fue por la insistencia de nuestras dos “hijas de homestay”: Olivia (también conocida como “Tropical”, “Tranqui” y “Caleta” – Guarnatsi dixit-) y Claudia. Ellas también estaban entusiasmadísimas con la idea. Es que, además de comentarles, con Angie les hicimos escuchar un compilado con la mejor música que habríamos de pasar y, cada día antes de cenar, escuchábamos algo de lo que iba a sonar. También nosotros nos esmeramos; había entradas y deco temática para el lugar del evento: posters de películas de los ochentas, fotos del cubo Rubric, y también de Magneto, las Primas, Madonna y Culture Club, unas cuantas de V, Invasión extraterrestre entre otras series ochentoides.
La idea la había terminado de consolidar durante mi regreso de Córdoba; en el micro habían pasado compilados de música de los ochentas y los noventas. ¿Por qué no? Volvían los chupines, los jopos, las calzas y los colores llamativos, también los cinturones anchos, la música y hasta Indiana Jones. Todo parecía estar en sintonía con el regreso de clásicos de los ochentas al cine, remakes, nuevas versiones con nuevos o viejos actores, la música presente en las radios y la moda que se veía en las vidrieras (al menos en la versión más descafeinada). Tal vez eso merezca un capítulo aparte aunque –de momento - no creo me dedique a ello… pero ¿no fue suficiente con que ya se hubieran usado los jopos y los chupines? ¿Era necesario resucitarlos? ¿y los chapines para hombres? ¿Es que no había nada mejor para re-utilizar?. Re-utilizar, claramente, no es la consigna de estos regresos, sino más bien que uno tenga que volver a comprar algo que es más o menos similar sin dejar de ser más o menos diferente. Sino, conservaríamos las cosas para reutilizarlas en lugar de convencernos de que están pasadas de moda. ¿Cuántos/as pensamos que algunas de estas cosas horrible que fueron furor en nuestra infancia/adolescencia volverían? Y sin embargo volvieron. Como ellas volvieron nosotros volvimos a organizar un asalto con la música de los ochentas (estirándose hasta principios de los noventa, obviamente).
Las fotos quedan para el próximo capítulo...