Miércoles 22 de abril.
Son las 8.05 de la noche. Ya no sé si llueve, si estamos inmersos en una nube o si se despejó pero las ventanas insisten en permanecer empañadas. El viento golpea las despobladas copas de los árboles. No distingo si es el ruido de la lluvia o el del viento que hace caer el agua que está en las hojas de los árboles. Ya terminé de leer y decidí hacer una pausa mientras esperamos a que nos vengan a buscar. Hoy tenemos una cena en la casa de familia donde se hospedó Sabrina durante todos estos meses en los que vivió y trabajó en Bariloche. En teoría es sorpresa. En teoría se supone que cuando lleguemos, deberíamos sorprenderla. Pienso que sospecha algo, pero creo también que siempre tememos que el/la sorprendido/a siempre sospeche algo.
Sabrina empezó a trabajar en la escuela donde trabajo a mediados de diciembre del año pasado. Si bien hacía más de un año que la conocía, recién con la convivencia del trabajo y las salidas, los espacios compartidos y el tiempo que pasamos desde entonces nos hicimos amigos. Y ahora sé que la voy a extrañar cuando ya no esté en Bariloche. Ya lo escribí, es lo peor de mi trabajo, conocer gente, relacionarnos, conocernos y verlos/as partir. Es una parte inherente a mi trabajo en la escuela, y es algo que no dejo de asociar, en cierto punto, a Bariloche.
Como tanta otra gente que hay en mi vida, Sabrina es suiza. Como tantos otros, es una suiza especial. Es desordenada, es impuntual, es caótica. Pero también es espontánea, alegre e irradia energía. Siempre tiene ganas, tiempo y ánimo para organizar algo. Siempre está alegre y (casi) nada parece afectarle. Sabrina puede ir a una cena, sentarse al lado de la única persona que no conoce y comenzar a hablarle en menos de 5 minutos. Es simpática, conversadora y puede hacerle frente a cualquier desafío social y salir victoriosa. Obviamente, al igual que otra tanta gente de Suiza, Sabrina se queja. El correo no funciona, los/as argentinos/as somos indecisos/as; organizamos nuestros planes a último momento… Pero su queja es como la nuestra, casi deportiva, no es la queja de quien toma su país como modelo de eficiencia y perfección. Pienso que es por eso que no me molestan sus quejas, ya que en algún punto son también las mías. Pero, por sobre todo, no lo hace con desdén o desprecio, se nota en su tono, en su forma de hablar. Se queja de aquello que, sabe, pronto va a extrañar.
Son las 8.05 de la noche. Ya no sé si llueve, si estamos inmersos en una nube o si se despejó pero las ventanas insisten en permanecer empañadas. El viento golpea las despobladas copas de los árboles. No distingo si es el ruido de la lluvia o el del viento que hace caer el agua que está en las hojas de los árboles. Ya terminé de leer y decidí hacer una pausa mientras esperamos a que nos vengan a buscar. Hoy tenemos una cena en la casa de familia donde se hospedó Sabrina durante todos estos meses en los que vivió y trabajó en Bariloche. En teoría es sorpresa. En teoría se supone que cuando lleguemos, deberíamos sorprenderla. Pienso que sospecha algo, pero creo también que siempre tememos que el/la sorprendido/a siempre sospeche algo.
Sabrina empezó a trabajar en la escuela donde trabajo a mediados de diciembre del año pasado. Si bien hacía más de un año que la conocía, recién con la convivencia del trabajo y las salidas, los espacios compartidos y el tiempo que pasamos desde entonces nos hicimos amigos. Y ahora sé que la voy a extrañar cuando ya no esté en Bariloche. Ya lo escribí, es lo peor de mi trabajo, conocer gente, relacionarnos, conocernos y verlos/as partir. Es una parte inherente a mi trabajo en la escuela, y es algo que no dejo de asociar, en cierto punto, a Bariloche.
Como tanta otra gente que hay en mi vida, Sabrina es suiza. Como tantos otros, es una suiza especial. Es desordenada, es impuntual, es caótica. Pero también es espontánea, alegre e irradia energía. Siempre tiene ganas, tiempo y ánimo para organizar algo. Siempre está alegre y (casi) nada parece afectarle. Sabrina puede ir a una cena, sentarse al lado de la única persona que no conoce y comenzar a hablarle en menos de 5 minutos. Es simpática, conversadora y puede hacerle frente a cualquier desafío social y salir victoriosa. Obviamente, al igual que otra tanta gente de Suiza, Sabrina se queja. El correo no funciona, los/as argentinos/as somos indecisos/as; organizamos nuestros planes a último momento… Pero su queja es como la nuestra, casi deportiva, no es la queja de quien toma su país como modelo de eficiencia y perfección. Pienso que es por eso que no me molestan sus quejas, ya que en algún punto son también las mías. Pero, por sobre todo, no lo hace con desdén o desprecio, se nota en su tono, en su forma de hablar. Se queja de aquello que, sabe, pronto va a extrañar.
6 comentarios:
:0(
Es así, nada es absoluto, todo es relativo, vivan las diferencias!
Es así, nada es absoluto, todo es relativo, vivan las diferencias!
No me gusta repetir las cosas dos veces, no me gusta!
Yo ya la extraño
Qué tierno K
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