jueves, 16 de abril de 2009

Frey, Jakob y el Rucaco. Episodio I

Miguel se fue el jueves mismo con rumbo a El Bolsón. Angie se fue esa misma mañana algunas horas antes que yo. Yo debía salir con Tim, un estudiante alemán que vive en casa, a las 8. Un poco más tarde, a las 8.15 tenía que pasar nuestro colectivo. Tenía que pasar y, como era de esperarse, no pasó a la hora indicada. No habría de pasar hasta media hora después. El colectivo esteba casi lleno, y entre los pasajeros estaban Erin y Graeme, una pareja de Inglaterra que habían sido mis estudiantes durante la semana que acababa de terminar. Su plan original, imagino, debe haber sido pasar un día haciendo una caminata más o menos tranquila yendo al refugio. Mucho temo haber arruinado su plan, ya que el nuestro era empezar a caminar a las nueve con la idea de llegar al refugio antes de la una de la tarde. Por esas razones que uno nunca termina de entender, no se quejaron ni plantearon sugerencia alguna de ir más lento. Los cuatro, Tim, la pareja de Inglaterra y yo subimos a Frey en buen tiempo, permitiéndonos incluso algunas pausas. Disfrutamos de las ventajas que ofrecía el otoño; un sol cálido pero no abrasante, ausencia de tábanos y avispas y una variedad de colores en las lengas que acompañan buena parte de la senda. El camino hasta el refugio no me era desconocido. Ya no sé cuántas, pero lo hice bastantes veces. Pero después… después era otra historia.


Lo que planeábamos hacer después de llegar al Frey – y luego de haber almorzado, claro está – era continuar con rumbo al valle del Rucaco, un arroyo pequeño que serpentea tranquilo por una pradera encerrada entre las montañanas. La última – y única – vez que había hecho la travesía se remonta a cinco (¿o seis?) años atrás. Mis compañeros de ese entonces (Chili, Sissi y Pancho) y yo habíamos comenzado allí las aventuras que quedaron recogidas en un -entonces- célebre diario de viaje, uno de los que más disfruté escribir.

Ahora, tantos años después me encuentro ante una tarea similar, y al mismo tiempo, diferente. Con todas estas expectativas y los recuerdos de aquella travesía en mi mente partimos con rumbo al valle.

Ya en el refugio, la primera etapa era simple, al menos en los papeles. A la izquierda del refugio comenzaba una senda casi escondida entre las lengas achaparradas teñidas de ocre, siempre bordeando la laguna Toncek por la derecha. La senda casi se pierde entre las piedras y, guiados más por el instinto y el sentido común antes que por las marcas llegamos a un pedrero por donde el camino comienza a subir piedra a piedra hasta llegar a la meseta donde se encuentra la laguna Schmoll. A pesar de que en mi recuerdo se encontraba rodeada de nieve y tenía hielo flotando en su superficie, ahora se nos presentaba en un escenario semi desértico, rodeada de piedras y reflejando el azul intenso del cielo.

Paramos a descansar. Mi compañero de caminata y yo aprovechamos para tomar un poco de agua y comer algo. Cargamos nuestras botellas con el agua de la laguna. Una marca roja sobre una piedra ubicada a nuestra izquierda nos mostraba por donde continuaba nuestro camino. La parte que seguía daba un aspecto en todo diferente a lo que había experimentado cuando realizara la travesía por primera vez. El viento soplaba y en lugar de llegar fresco como cuando avanzamos resbalando sobre la nieve ahora llegaba más caliente. De la nieve no quedaban casi vestigios, tan solo piedras y más piedras. La tarea se presentaba monótona pero distaba de ser imposible.

Luego de unos pocos metros por la playa emprendimos el nuevo ascenso. Trepamos, volviéndonos de tanto en tanto para admirar las lagunas Schmoll y Toncek, que iban quedando atrás, a nuestras espaldas. Finalmente nuestro camino dejó de ascender y llegamos a un espacio desértico, encajonado, cerrado por paredes de piedas que impedían cualquier tipo de visión panorámica, hasta que, luego de dos minutos de caminar la vimos… Las paredes se abrieron y la cordillera se mostró. Primero las montañas más alejadas, de entre ellas, pintado de blanco por sus glaciares, el Tronador. Más cerca pudimos reconocer el valle del Rucaco que se extendía a nuestra izquierda, debajo de las montañas… y en medio, el arroyo con sus curvas y meandros, serpenteando en la pradera, las paredes del valle tapizadas de lengas verdes, amarillas, anaranjadas, rojas y marrones. Y en el centro del valle, rodeados de pastizales amarillos, el dibujo que hacían las lengas achaparradas de todos colores. Nos detuvimos, miramos y nos miramos. La escena resultaba casi increíble, pero era tan real como nosotros. Hicimos otra pausa.

Por primera vez me di cuenta de que sacaba fotos en forma casi sistemática, sin quedar nunca satisfecho, porque la parcialidad de las fotos no alcanzaba a hacer justicia a la escena que tenía ante mis ojos. Entonces fue cuando pensamos que aún nos quedaba poco más de una hora de caminata frente a nosotros. Serían pasadas las tres y media cuando comenzamos el descenso por el pedrero. Esa parte del camino guardaba bastante similitud con lo que recordaba; piedras sueltas, lajas y tierra por doquier. Piedras sueltas que bajaban acompañándonos y Tim que me miraba con cara de interrogarse acerca de cómo hacía yo para estar vivo a pesar de mi estilo poco ortodoxo. Él bajaba a ritmo regular, ayudado por sus bastones de trekking, prolijo y sistemático. Yo, en cambio, lo hacía en medio de una nube de polvo y rodeado de una avalancha de piedras de diversos tamaños. Mi estilo de surfista de la avalancha contrastaba con el suyo. Media hora más tarde entrábamos en el bosque de lengas.


7 comentarios:

chili dijo...

leer la travesía, y ver las fotos... cosquillas en la panza...

Anónimo dijo...

Nooooooo, en cuatro meses se cumplía el primer aniversario sin actualizaciones en el blog! Qué te costaba esperar 120 días más!!!

Qué feas fotos! Ni ganas de conocer!

Beso enorme,
Nati.

Pd: AL FIN!!!

Pablo dijo...

Me muero Ka, necesito estar ahi.

AHHHHHHHHHHHHHHHHHH!!!!!

Anónimo dijo...

Cuanto habra de pasar hasta la segunda parte?

chili dijo...

MUERTA ESTOY

Nicolás dijo...

Sé que es difícil de creer, pero ya cargué el episodio 2.
Y que ni se les ocurra morirse...

Anónimo dijo...

Qué feliz que soyyyyyy!!!

Nati.