La bajada por el pedrero no fue ardua ni difícil, pero tenía verdaderas ganas de llegar al refugio. Avanzaba y avanzaba y el refugio parecía igual de distante. Yo seguía tomando fotos, evento extraño en mi, a medida que seguía el camino. Cada tanto algunas piedras se desprendían y hacían un ruido amplificado por todas las piedras que entraban, como consecuencia, en movimiento. Tim, que había cometido la imprudencia de ir primero me miraba para saber si yo seguía vivo o para comprobar que ningún peligro de avalancha masiva amenazara con arrastrarlo a él también.
Finalmente nuestra senda abandonó las piedras, nuestro camino se hizo más perpendicular y comenzamos a bordear el arroyo casa de piedra. En un vado poco profundo y bien surtido de piedras cruzamos y nos acercamos al refugio. Era territorio familiar. Alguna vez escribí que durante mi primer tiempo aquí cada lugar al que volvía me devolvía recuerdos de viejas (y no tanto) vacaciones… eventualmente empezaron a devolverme recuerdos de visitas que realizara desde que vivo aquí. Jacob siempre es el caso. Tanta gente, tantas caminatas. Viajes con amigos y estudiantes, paisajes de primavera, de diciembre, del verano, del otoño.
La laguna ya no estaba tan calmada pero seguía reflejando en forma alucinante los cerros, las lengas, las nubes. La laguna algo calma, un cinturón naranja salpicado por el verde de las lengas que se resistían a perder sus hijas frente a la llegada del otoño. Todo rodeado por los nudos de piedra que lo encierran. Con esa vista y armados de sándwiches (¿o zámbuches?) de jamón y queso nos dispusimos a recuperar energías. Eran las 12.30 cuando llegamos; estábamos bien de tiempo pero no nos sobrara. Tendríamos 5 horas más hasta el tambo. Si no teníamos suerte y ninguna combi funcionaba, deberíamos ir a pie a Colonia Suiza o bien hasta Bustillo. Teníamos tiempo suficiente para seguir tranquilos y para que Tim pudiera disfrutar de esta parte del camino, que era para él enteramente nueva.
Terminado nuestro almuerzo nos aprestamos a terminar la tarea que emprendiéramos el día anterior, terminar nuestra travesía. El caracol, luego el bosque, la zona de cañas con sus pequeños desniveles, la vista del valle que se abre, nada era una sorpresa. Todo estaba donde tenía que estar. Más tarde el puente colgante, lugar obligado para tomar fotos… Empecé a chequear con cierta mecanicidad mi celular. Sí, sé que es raro y a mucha gente puede costarle trabajo creer, pero sí. Un servicio necesitaba de él, tener un dejo de señal para enviar un mensaje a la gente que hace servicio de combi entre el tambo y el centro o bien entre el comienzo de la picada y Puerto Moreno. Como es de esperarse, en la medida en que más necesarios son, menos servicios tienen a prestar. No había señal.
Tarde o temprano tenía que pasar; no tenía señal suficiente para hacer una llamada pero sí para mandar un mensaje. Pero, como era de esperarse, la señal era intermitente. Era necesario seguir avanzando y perdí la señal luego de haber enviado el mensaje. Ya no caminábamos bajo el rayo del sol y nos adentrábamos nuevamente en el bosque, caminando a orillas del arroyo que entre sus vados y saltos muestra su agua de color casi turquesa. Música de los expedientes X. Respuesta en mi celular, “¿Quién sos?” era el mensaje. Intenté llamar pero con notable falta de éxito. Intenté un mensaje. Error. Nuevo intento, logro comunicarme telefónicamente en posición de contorsionista. Busque a Tim con la mirada como para compartir una sonrisa por mi situación “especial” de parabólica humana pero él había continuado el camino. Entretanto fui informado de que no iba a haber servicio de transporte ese día. El fin de la caminata no sería entonces el destino habitual.
Apuré el pasó para alcanzarlo a mi compañero de aventuras que, desde hacía unas cuántas horas estaba bastante silencioso. “No problemo”, respondió cuando le expliqué la situación. Sabía que su respuesta era sincera. Para ese entonces él ya me había agradecido en más ocasiones que las que puedo recordar el haberlo llevado conmigo. Así que continuamos la marcha. Paramos en el tambo, vimos algunos autos estacionados entre los álamos amarillos que se movían con el viento que comenzaba a soplar y seguimos viaje.
Nos lanzamos a la tarea de obtener transporte mientras avanzábamos. Por supuesto que nuestros únicos recursos eran nuestros dedos pulgares extendidos. ¡No! ¡No estábamos imitando al (alicaído) Piñón Fijo! Hicimos dedo… Y funcionó, porque al cabo de un par de kilómetros fuimos levantados y dejados minutos después en la parada del 50/51 del Santuario de Virgen de las Nieves. En media hora nuestra perspectiva cambió por completo ya que nuestro panorama nos llevó del arroyo Casa de Piedra hasta la puerta de la casita que finalmente nos recibía luego de dos largos días.
iFinalmente nuestra senda abandonó las piedras, nuestro camino se hizo más perpendicular y comenzamos a bordear el arroyo casa de piedra. En un vado poco profundo y bien surtido de piedras cruzamos y nos acercamos al refugio. Era territorio familiar. Alguna vez escribí que durante mi primer tiempo aquí cada lugar al que volvía me devolvía recuerdos de viejas (y no tanto) vacaciones… eventualmente empezaron a devolverme recuerdos de visitas que realizara desde que vivo aquí. Jacob siempre es el caso. Tanta gente, tantas caminatas. Viajes con amigos y estudiantes, paisajes de primavera, de diciembre, del verano, del otoño.
La laguna ya no estaba tan calmada pero seguía reflejando en forma alucinante los cerros, las lengas, las nubes. La laguna algo calma, un cinturón naranja salpicado por el verde de las lengas que se resistían a perder sus hijas frente a la llegada del otoño. Todo rodeado por los nudos de piedra que lo encierran. Con esa vista y armados de sándwiches (¿o zámbuches?) de jamón y queso nos dispusimos a recuperar energías. Eran las 12.30 cuando llegamos; estábamos bien de tiempo pero no nos sobrara. Tendríamos 5 horas más hasta el tambo. Si no teníamos suerte y ninguna combi funcionaba, deberíamos ir a pie a Colonia Suiza o bien hasta Bustillo. Teníamos tiempo suficiente para seguir tranquilos y para que Tim pudiera disfrutar de esta parte del camino, que era para él enteramente nueva.
Terminado nuestro almuerzo nos aprestamos a terminar la tarea que emprendiéramos el día anterior, terminar nuestra travesía. El caracol, luego el bosque, la zona de cañas con sus pequeños desniveles, la vista del valle que se abre, nada era una sorpresa. Todo estaba donde tenía que estar. Más tarde el puente colgante, lugar obligado para tomar fotos… Empecé a chequear con cierta mecanicidad mi celular. Sí, sé que es raro y a mucha gente puede costarle trabajo creer, pero sí. Un servicio necesitaba de él, tener un dejo de señal para enviar un mensaje a la gente que hace servicio de combi entre el tambo y el centro o bien entre el comienzo de la picada y Puerto Moreno. Como es de esperarse, en la medida en que más necesarios son, menos servicios tienen a prestar. No había señal.
Tarde o temprano tenía que pasar; no tenía señal suficiente para hacer una llamada pero sí para mandar un mensaje. Pero, como era de esperarse, la señal era intermitente. Era necesario seguir avanzando y perdí la señal luego de haber enviado el mensaje. Ya no caminábamos bajo el rayo del sol y nos adentrábamos nuevamente en el bosque, caminando a orillas del arroyo que entre sus vados y saltos muestra su agua de color casi turquesa. Música de los expedientes X. Respuesta en mi celular, “¿Quién sos?” era el mensaje. Intenté llamar pero con notable falta de éxito. Intenté un mensaje. Error. Nuevo intento, logro comunicarme telefónicamente en posición de contorsionista. Busque a Tim con la mirada como para compartir una sonrisa por mi situación “especial” de parabólica humana pero él había continuado el camino. Entretanto fui informado de que no iba a haber servicio de transporte ese día. El fin de la caminata no sería entonces el destino habitual.
Apuré el pasó para alcanzarlo a mi compañero de aventuras que, desde hacía unas cuántas horas estaba bastante silencioso. “No problemo”, respondió cuando le expliqué la situación. Sabía que su respuesta era sincera. Para ese entonces él ya me había agradecido en más ocasiones que las que puedo recordar el haberlo llevado conmigo. Así que continuamos la marcha. Paramos en el tambo, vimos algunos autos estacionados entre los álamos amarillos que se movían con el viento que comenzaba a soplar y seguimos viaje.
Nos lanzamos a la tarea de obtener transporte mientras avanzábamos. Por supuesto que nuestros únicos recursos eran nuestros dedos pulgares extendidos. ¡No! ¡No estábamos imitando al (alicaído) Piñón Fijo! Hicimos dedo… Y funcionó, porque al cabo de un par de kilómetros fuimos levantados y dejados minutos después en la parada del 50/51 del Santuario de Virgen de las Nieves. En media hora nuestra perspectiva cambió por completo ya que nuestro panorama nos llevó del arroyo Casa de Piedra hasta la puerta de la casita que finalmente nos recibía luego de dos largos días.
6 comentarios:
Bravo, bravísimo, bravo!!!
Quiero más!
Ya era hora querido... las entradas que nos debés todavia tienen nieve del invierno pasado!!! Qué paso en todo este tiempo, eh????
Che, pero... 2 dias nada mas???
Senial tenes en los corrales.
Y bueno, es que no tenía tanto tiempo, así que lo hicimos en dos días...
Buenísimas fotos otoñales!!
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