lunes, 20 de febrero de 2017

Weimar

Según Wikipedia, el origen del nombre de esta ciudad de Turingia es de lo más interesante. Wih significaría algo así como santo (en alemán antiguo) y mar, pantano. O sea... ¡Santos pantanos, Batman!

Santo o no, desde mediados del siglo X la ciudad fue el asiento del Conde de Weimar. El conde conquistó, hizo la guerra, fue conquistado. Y en el 1346 entraron en la ciudad los Wettin, la dinastía ducal, electoral y real de Sajonia. Sí, Weimar perteneció a Sajonia. Claro que en 1485, tratado de Leipzig mediante, los dos herederos al Electorado de Sajonia, los mismos que habían mandado a construir el castillo de Meissen (para más información podés leer el último grito de la moda gótica ) se dividieron las tierras de su padre. Ernst se quedó en el norte y el oeste y Albecht en el sur. Ernst estableció su corte itinerante entre Weimar, Torgau y Wittenberg mientras que Albrecht se instaló en Dresden.
Arriba y a la derecha, la muni de Weimar. Abajo a la izquierda, el viejo castillo.

Claro que a pesar de ser primos y protestantes, albertinos y ernestinos tuvieron relaciones más bien conflictivas. Al punto de participar en bandos contrarios en las guerras de religión del siglo XVI. Cuando los ernestinos perdieron el título de elector y la mitad de su ducado, decidieron establecer su corte de forma permanente en Weimar.
 La plaza de la municipalidad con sus edificios medievales y renacentistas.
Sin embargo la primera edad dorada de Weimar no habría de comenzar hasta bastante después. Entre los finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. En esa época vivieron en Weimar Goethe, Schiller y Herder. Con semejantes popes habitando Weimar, el pueblo se transformó en un centro de peregrinación para todo intelectual alemán que se preciara de serlo.
 La casa de Goethe
 La casa de Schiller. Abajo, la posada donde se hospedaba Martín Lutero.
Y Weimar no perdió tiempo. Las casas de Goethe y de Schiller se convirtieron en puntos obligados de las procesiones de intelectuales y curiosos. Aprovechando la volteada, los duques se sumaron al crecimiento de la ciudad y aprovecharon para –cuando no- ampliar su propio palacio, proyecto que dirigió el mismísimo Goethe, que no sé cuánto entendería de arquitectura pero si tenía ideas estéticas muy claras.
La casa de campo de Goethe, a pasitos de su otra casa, en el parque de los duques. 

La muerte de Goethe marcó el fin de la edad dorada de Weimar pero para entonces la ciudad ya se había establecido como un centro cultural de cierta importancia. Por eso se dice que entre 1832 y 1918 Weimar vivió su época de plata. No ya su período más brillante pero no por eso menos interesante. Con habitantes como Liszt, Wagner y Nietzsche, la ciudad se mantuvo en el mapa cultural del mundo germano por largo rato, siendo incluso la cuna del movimiento Bauhaus.
 Biblioteca de la duquesa Ana Amalia
La biblioteca de la duquesa y a la derecha, la antigua cancillería
La universidad Bauhaus

Cerrando el período, en 1918 se reunió en la ciudad de Weimar la recientemente elegida asamblea constitucional alemana. ¿Para qué? Luego de la derrota en la primera guerra mundial y la abdicación del káiser, Alemania debía reorganizarse, darse una constitución y ver quién iba a gobernarla. La asamblea se reunió aquí en Weimar y por esa razón, al período que va desde 1918 hasta el ascenso de Hitler se lo conoce como la república de Weimar.
Monumento de Goethe y Schiller frente a la Ópera de la ciudad, edificio donde funcionó la asamblea constitucional alemana allá por 1918.

A diferencia de lo que una de nuestras alumnas sugirió en la cátedra de historia contemporánea, la república de Weimar, no debía su nombre a ningún señor Weimar sino a la ciudad en la que se redactó la constitución, una de las más avanzadas para su época y, podríamos decir, una de las más fallidas también, a la luz de lo que terminó ocurriendo. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy linda ciudad.
Saludos
:)

Nicolás dijo...

La verdad es que es linda y tiene la virtud de ser lo suficientemente pequeña como para sentir cierta familiaridad casi instantánea sin dejar de tener, por eso, su buena dosis de lugares visitables. Un lindo destino para un fin de semana (o un día si se está dispuesto/a a caminar bastante)