Otra
más que se hace llamar ciudad hanseástica pero que en la actualidad no es una
ciudad independiente sino que forma parte del estado de Baja Sajonia.
La
primera mención documentada del pueblo es del año 956, cuando el emperador Otto
I decidió que los impuestos del pueblo de Lüneburg fueran a parar al monasterio
de San Miguel, construido en sus afueras. Lindo que la entrada en la historia
de un lugar sea la decisión del emperador de qué hacer con los impuestos.
Arriba, una de las tantas peatonales del pueblo, abajo, el canal donde funcionaba el puerto medieval.
Si
en el pueblo los impuestos comenzaron a mover algún dinero fue, básicamente,
por la exportación de sal, producto cuya explotación fue la base de la economía
medieval de Lüneburg.
Arriba, la catedral de Luneburg. Abajo, paredes de madera y ladrillo, una tradición local.
Siglos
más tarde, la alianza de Lüneburg con Lübeck y Hamburg le permitió a la
naciente Liga Hanseástica controlar el comercio de sal y de pescado salado en
el Báltico, un quiosquito nada despreciable.
Los antiguos embarcaderos, con su grúa, sus depósitos y casas comerciales.
Y
cuando hay dinero de por medio, hasta el más pichi de los nobles descubre que
en su día su tátara-bis-archi-tátara fue conde del lugar. Que el conde de aquí,
el duque de allá y el príncipe de más allá… hasta que el concejo de la ciudad
se cansó de tanto sátrapa y guerras mediante terminó declarando la independencia
de la ciudad. Y duró lo que duró la riqueza de Lüneburg.
Arriba a la derecha, el edificio de la municipalidad
Claro que como alguna vez lo dijo Fabiana Cantilo, nada es para siempre. En cuanto la liga
perdió su posición monopólica en el comercio de la sal en el Báltico, Lüneburg
languideció.
Claro
que no hay bien que por mal no venga. Gracias a la decadencia económica que la
ciudad experimentó a partir de los siglos XVII y XVIII buena parte de sus
edificios históricos fueron conservados.
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