sábado, 20 de mayo de 2017

¿Sobreprotección latina?

Dresden, a principios de primavera. Hay que decirlo, una primavera particularmente amarreta que, muy a pesar de lo que decía el calendario, a duras penas ofrecía algún que otro rayo de sol. Si era amarreta respecto de la cuestión solar, ni hablar de la temperatura. Es cierto que ya había dejado de usar el segundo pulóver que me acompaña a todos lados en invierno... pero la camiseta térmica seguía, más allá de algún feriado ocasional, tatuada sobre mi cuerpo.

En este escenario climático me encuentro caminando por la calle principal de la Innere Neustadt. Al final de la calle hay una de esas fuentes modernas que, básicamente, consiste en una serie de chorros iluminados que funcionan intermitentemente para –se supone- generar la ilusión de estar bailando.

Sobre los chorros esporádicos de agua hay dos o tres nenes/as corriendo de un lado al otro. Mi interlocutora, que entre otras cosas es una madre argentina, me mira preocupada. Estos nenes se están mojando todo –me dice- ¿Qué están haciendo los padres? Se les van a mojar las zapatillas. Ya las deben tener empapadas y con este frío seguro que se engripan. ¿Cómo puede ser?

Mientras tanto una nena se acerca a la fuente. Viene de la mano de la que parece ser su mamá. Apenas ve a los otros chicos saltando y corriendo le pregunta a la madre –en alemán- si puede ir a jugar a la fuente. La mamá no lo duda ni un segundo. Sí, le dice y la mira alejarse mientras sonríe. Parecería claro que, efectivamente, los padres sabrían qué estarían haciendo sus hijos.

Apenas unos segundos después después escuchamos la voz de un nene que habla en español con su padre. El chico quiere, básicamente, lo mismo. Ir a jugar a la fuente. La respuesta que recibe de su padre es tajante: No, porque te vas a mojar las zapatillas, después se te arruinan y seguro que te resfrías. Con el frío que hace andar mojado después…

Nos miramos y nos reímos. Y bueno, los estereotipos no nacen de los repollos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Genial! Algunas diferencias son reales, más allá de los estereotipos. Me divierte esta anécdota por lo circular.

Nicolás dijo...

¡Gracias! Sí, yo creo que es una de las anécdotas más divertidas a la hora de marcar diferencias entre paternidades germánicas y latinas. Esta y la cuestión de cuándo los hijos se van de casa. Yo creo que para muchas familias argentinas (especialmente las de clase media) si un/a hijo/a se va de su casa a los 22 o 23 años se preguntan "¿qué habremos hecho mal para que quiera irse tan jovencito/a?" En Alemania, por el contrario, se preguntarían "¿qué habremos hecho mal como para que no se haya ido antes?"