Dresden, a principios de primavera. Hay que decirlo, una
primavera particularmente amarreta que, muy a pesar de lo que decía el
calendario, a duras penas ofrecía algún que otro rayo de sol. Si era amarreta
respecto de la cuestión solar, ni hablar de la temperatura. Es cierto que ya
había dejado de usar el segundo pulóver que me acompaña a todos lados en
invierno... pero la camiseta térmica seguía, más allá de algún feriado ocasional,
tatuada sobre mi cuerpo.
En este escenario climático me encuentro caminando por
la calle principal de la Innere Neustadt. Al final de la calle hay una de esas
fuentes modernas que, básicamente, consiste en una serie de chorros iluminados
que funcionan intermitentemente para –se supone- generar la ilusión de estar bailando.
Sobre los chorros esporádicos de agua hay dos o tres
nenes/as corriendo de un lado al otro. Mi interlocutora, que entre otras cosas
es una madre argentina, me mira preocupada. Estos
nenes se están mojando todo –me dice- ¿Qué
están haciendo los padres? Se les van a mojar las zapatillas. Ya las deben
tener empapadas y con este frío seguro que se engripan. ¿Cómo puede ser?
Mientras tanto una nena se acerca a la fuente. Viene
de la mano de la que parece ser su mamá. Apenas ve a los otros chicos saltando
y corriendo le pregunta a la madre –en alemán- si puede ir a jugar a la fuente.
La mamá no lo duda ni un segundo. Sí, le dice y la mira alejarse mientras
sonríe. Parecería claro que, efectivamente, los padres sabrían qué estarían haciendo sus hijos.
Apenas unos segundos después después escuchamos la voz de un nene que habla
en español con su padre. El chico quiere, básicamente, lo mismo. Ir a jugar a
la fuente. La respuesta que recibe de su padre es tajante: No, porque te vas a mojar las zapatillas, después se te arruinan y
seguro que te resfrías. Con el frío que hace andar mojado después…
Nos miramos y nos reímos. Y bueno, los estereotipos no nacen de los repollos.
2 comentarios:
Genial! Algunas diferencias son reales, más allá de los estereotipos. Me divierte esta anécdota por lo circular.
¡Gracias! Sí, yo creo que es una de las anécdotas más divertidas a la hora de marcar diferencias entre paternidades germánicas y latinas. Esta y la cuestión de cuándo los hijos se van de casa. Yo creo que para muchas familias argentinas (especialmente las de clase media) si un/a hijo/a se va de su casa a los 22 o 23 años se preguntan "¿qué habremos hecho mal para que quiera irse tan jovencito/a?" En Alemania, por el contrario, se preguntarían "¿qué habremos hecho mal como para que no se haya ido antes?"
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