Quien haya leído los Buddenbrook recordará el episodio de las vacaciones de Antoinette (Tony para los amigos) en la cercana costa del mar. Si no caben dudas de que la ciudad en la que el autor sitúa buena parte de la acción es Lübeck, igualmente claro está que la cuasi idílica región a orillas del río Trave es Travemunde.
Claro que entre las bondades del Travemunde veraniego de la literatura y la situación climática de la costa del Báltico a comienzos de invierno europeo hay un mundo de distancia.
No sé si se deba a causa de la manipulación literaria o, antes bien, a la realidad que se impone al visitar la playa en pleno invierno. La cuestión es que, lejos del idilio, encontramos un mundo frío de nubes grises (que lo cubieron todo en media hora), llovizna intermitente y un viento importante, entre otras delicias climáticas.
De todos modos creo que la visita bien valió la pena. Aunque más no sea por llevarnos un poquito al mundo de la literatura y por acercarnos también al Báltico, donde aproveché, al mejor estilo Larita, para meter mis pies.
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