Quizás pueda parecer una novedad pero... los
libros de idioma, en general, no incluyen unidades sobre cuestiones básicas del
día a día. Suelen hacernos hablar de temas complejos como el consumismo, la
discriminación, la contaminación ambiental y la ecología pero poco nos dicen
acerca de cómo se compra un adaptador para un enchufe o cómo se alquila un
departamento. Mucho menos cómo hago para
explicar en la peluquería qué corte quiero.
No
digo que fuera la única razón pero no tener ni idea de cómo se conduce el asunto peluquería no fue
un motivo menor a la hora de evitar tener que vérnoslas con las tijeras. Hasta que llegó el momento de la iluminación.
No, no es pensar que no puede ser tan
difícil. Fue distinto. Un instante de inspiración, una revelación. Casi una
epifanía. Podíamos ir con las fotos que nos habíamos sacado para las visas y
sólo decir wie dieses, bitte (como
esto, por favor). Si pronuncio las palabras mágicas y al mismo tiempo señalo la
foto… bueno, aunque no sea alemán perfecto, no debería fallar.
Provistos
con las fotos en cuestión fuimos hacia nuestra cita con el destino. Nuestro
primer intento fue un fracaso rotundo. Todas las peluquerías ya estaban
cerradas. Nuestro segundo intento coincidió con un cambio en el horario de
atención de la peluquería que habíamos elegido. El tercer intento lo hice solo
a las cuatro de la tarde. Estaba seguro de que a esa hora la peluquería estaría
abierta. Y, efectivamente, lo estaba.
Hallo. Hallo.
Hasta acá todo bien. Me hacen tomar asiento y espero un rato. Cuando me llega el
turno saco de mi billetera la foto en cuestión y empleo las palabras mágicas.
La peluquera se ríe. Yo me río. Perdón, es que en el libro de alemán no hay una
unidad sobre la peluquería. Más risas. Me pregunta dónde estudio alemán. Le contesto.
Quiere saber de dónde soy. Le digo. Hablamos un poquito sobre Sudamérica. Muy
poquito. Nunca fue pero si estuvo en Mallorca (SIC). Me dice que, a pesar de lo
que yo creo, en realidad puedo expresarme bastante bien. Le agradezco y me
siento casi realizado. Sin embargo a continuación dice algo que no entiendo.
¿Cómo?
Blablablabla…
subenestrujenbajen… blablabla…
Perdón,
¿puede repetir?
Blablablabla…
subenestrujenbajen… blablabla…
Ahhhhh
Und
auch blablabla… Na ja… Blablablablabla… Ach blablabla…
Claro
Blablablabla
Ajá
Y
yo también estuve en otro país casi sin hablar el idioma -dice mientras yo
vuelvo a captar el hilo de la conversación-. Estuve en Francia donde hice un
curso.
¿De
peluquería?
Sí,
de peluquería. Y tenía que cortarle el pelo a la gente. Claro que yo había
estudiado francés en la secundaria pero no me acordaba de nada.
Es
que no es fácil.
Pero
en esas situaciones la gente siempre termina expresándose y haciéndose
entender.
Como
yo, le digo mientras me río.
Sí.
Igual
mi problema principal no es hacerme entender. Es entender lo que me dicen
cuando me hago entender.
Se
ríe. Me río. Para entonces el corte ya estaba casi terminado y sólo quedaban
retoques y cosas que si aclaraban con un “OK” o “más corto”.
Ya
está. Antes de levantarme vuelvo a comprobar que no parezco ni el último de los
mohicanos ni Cristóbal Colón. No. Tampoco estoy hecho un punk ni tengo mechas de colores. Me parezco a mí mismo en la foto de la visa. Prueba superada.