Se supone que fue el hogar de Smok Wawelski, el dragón que
aterrorizaba a la población del lugar sin ton ni son. Pero es más. La
colina de Wawel fue el centro de la política de Polonia por más de quinientos
años y el santuario nacional por cerca de un milenio. Sede de palacios y museos, mausoleo real y símbolo del reino, es por derecho propio, un punto obligado de cualquier visita a Cracovia.
El primer habitante conocido de la colina es el único dragón
conocido que tiene nombre y apellido: Smók Wawelski. Muchos fueron los
caballeros que intentaron asesinar (o cuando menos echar) al dragón, pero allí
donde los nobles fracasaban triunfó un plebeyo con ingenio. Un zapatero llamado
Dratewka dejó cerca de la cueva una oveja llena de azufre, que el dragón devoró
de un solo bocado. Aparentemente asqueado por el sabor de la peculiar oveja Smók
se dirigió hacia el Vístula y en cuanto bebió agua, ¡patafufete! ¡kabúm!
explotó… sí, así nomás.
Ya libre de dragones, la colina fue habitada por los reyes y reinas de
Polonia –al menos hasta que la capital se trasladó a Varsovia-. Así Wawel (y por añadidura, Cravocia) se transformó en el centro político, militar y religioso del reino.
El acceso es gratis, aunque claro, si después se quieren visitar
los museos y palacios, hay que gatillar. Pero no cuesta mucho y bien vale la
pena.
La catedral de Cracovia es una de las joyitas de la fortaleza. Con
sus mil años, la iglesia da cuenta de buena parte de los estilos arquitectónicos
que estuvieron de moda a lo largo de su existencia. Extrañamente el resultado,
lejos de ser un cocoliche, constituye un todo bastante armónico
interesante.
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