Si
la basílica catedral de Venecia lleva el nombre de San Marcos es
porque, al menos en teoría, debería tener algún relación con el
evangelista en cuestión. Y así es, si bien la relación no comienza
del modo más “santo” que uno podría imaginar. De hecho, las
reliquias de San Marcos llegaron a Venecia luego de que fueran
robadas de la ciudad en la que se encontraban, que era Alejandría.
Hoy costaría algo de imaginación relacionar Egipto y el Nilo con el
cristianismo primitivo pero para la época Alejandría era una de las
principales ciudades del imperio romano de oriente, centro religioso
del cristianismo oriental y el Islam aún no había llegado a África.
Luego
de hacerse con las reliquias de San Marcos, los venecianos decieron
construir un templo acorde a la importancia de las mismas. Fue el
nacimiento de la primera basílica de San Marcos, que se construyó a
finales del siglo IX. Recién ciento cincuenta años más tarde
comenzó a construirse la segunda iglesia, luego de que la primera
fuera quemada en una revuelta en el año 975. La iglesia actual fue
comenzada “recién” en el año 1063, y los constructores fueron
traídos desde Constantinopla.
No
es lo único que se trajo desde Constantinopla. Cuando la capital del
imperio romano oriental comenzó a decaer, su antigua colonia comenzó
a hacerse con algunos despojos del imperio bizantino. Islas aquí y
allá pero también reliquias, esculturas y columnas. Los más
famosos de estos despojos son las esculturas de los caballos de
bronce, robados tomados del hipódromo de Constantinopla cuando los
venecianos alentaron el saqueo de la ciudad durante la cuarta
cruzada.
De
todos modos, lo que vemos hoy en el exterior son réplicas, ya que
las esculturas originales (cuyo origen aún se debate si es griego o
romano) fueron retiradas del exterior y puestas a resguardo de las
inclemencias climáticas para garantizar su preservación.
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