Como suele ocurrir con otras ciudades europeas,
los lingüistas se sacan los ojos en sus peleas mientras intentan develar el
origen de su nombre. Por lo visto, salvo ellos/as, nadie más comparte la pasión y la vehemencia por identificar la procedencia y significado de Viena. ¿Celta? ¿protogaélico? ¿latino? … ¿Protoqué? Proto-gaélico. Debo reconocer que, para mi sorpresa,
existen unos bastantes engendros curiosidades idiomáticas por el estilo.
De hecho, resultó tan complicado que para
preservar mi salud mental descarté seguir investigando sobre el asunto. Creo
que, definitivamente, puedo vivir sin terminar de saber cuál es la verdad de la
milanesa del origen de Viena. O, mejor dicho, la verdad de la Wiener
Schnietzel, como se llama a la milanesa por estas latitudes. No es exactamente
lo mismo pero se le parece. Al fin de cuentas, la gastronomía es, como otros
campos, un escenario de disputa. Los italianos dicen que las inventaron ellos,
los austriacos que no. Que sí, que no… a falta de un acuerdo cada quien le puso
el nombre de una ciudad al platillo y ya. Y en esta pelea, obviamente, Italia
nos queda más cerca que Viena, así que tomamos partido por milanesa… ¡Y menos
mal! ¿Quién se imagina pidiéndole al carnicero dos kilos de carne para Wiener
Schnietzel?
Dejando Milán y sus milanesas de lado (y las
schnietzels), Viena -cualquiera sea el origen etimológico de su nombre- es una
de las capitales europeas más antiguas. No tan antigua como Atenas o Roma,
naturalmente, pero tampoco está tan inmensamente lejos. Ya en el 500 antes de
Cristo había una aldea celta que fue ocupada en el año 13 antes de Cristo por
los romanos, que la transformaron en un campamento militar. Al parecer la
importancia de Vindobona (ahhh, seguro que nadie tenía el nombre antiguo) fue
creciendo poco a poco ya que el Danubio fue desde esta época, una frontera
militar importante.
Con la caída del imperio romano los bárbaros (¡horror!) entraran a Vindobona a hacer de la suyas. Desde entonces la ciudad comenzó a pasar de mano en mano. Mejor dicho, de botín en botín. Los germanos se la sacaron a los romanos, más tarde los magiares (algo así como unos proto-húngaros) a los germanos. Después los Habsburgo se hicieron con la ciudad y la transformaron en el principal asiento de la dinastía.
Como los Habsburgo no eran gente sencilla que se arreglaba con cualquier cosita, pronto adaptaron el castillo de la ciudad a sus necesidades. Por lo visto sus necesidades iban en constante aumento, por lo que es castillo fue sucesivamente ampliado y modernizado.
Y claro, cuando se amplía un castillo y se lo transforma en un palacio hay que mostrar que los nobles locales están à la mode. De este modo, cada nueva ala del palacio era construida en el estilo que correspondiera al período, situación que le otorga una ... mmm ... especial falta de coherencia.
Claro que el palacio no fue el único lugar donde los Habsburgo metieron la cuchara. O, mejor dicho, el cirio. Si por algo se los conoce - además de por haber sido bastante afectos al absolutismo- es porque en su mayoría fueron católicos a más no poder. Como buena ciudad católica que se precie de tal, también Viena fue acumulando iglesia sobre iglesia al punto que hoy resulta casi imposible caminar más de trescientos o cuatrocientos metros sin toparse con algún templo.
Que la de las carmelitas, que la de los jesuitas, que más allá está la de los capuchinos y más acá la de los franciscanos.
Y no es que se hayan quedado ahí. No señor (¡o señora!). Además de las iglesias con nombres de santos están las de los italianos, los polacos, los escoceses ¡y hasta los griegos!.
Por lo diferente que resulta, esta última es la única que puedo reconocer a simple vista.
Y hasta ahora no nos hemos metido en la más famosa de las iglesias de Viena; la catedral de San Esteban. Según los documentos (parece que para algo sirve guardar los tickets) se empezó a construir en el 1137 y contó, como corresponde, con sucesivas ampliaciones y lavadas de cara. En el siglo XV fue ampliada y poco quedó -se supone- del edificio primigenio. A caballo entre el románico y el gótico tiene, entre tantas otras, dos grandes particularidades. Una torre que, aunque no lo parezca, mide 136 metros de altura y un techo hecho con cerca de 230.000 tejas de colores.
Saliendo un poco de tanta iglesia y capilla, en 1529 y en 1532 la ciudad fue un campo de
batalla importante. Los turcos otomanos que habían tomado Constantinopla
(léase, Estambul) habían avanzado conquistando (casi todo) a su paso hasta
llegar a Viena. De hecho, luego anexionarse la capital del imperio romano de
Oriente, el ducado de Atenas, Bulgaria, Transilvania, Hungría, Serbia, Croacia
y cuanta cosa se encontraba de camino, se dispusieron a sitiar Viena. Pero las
condiciones climáticas jugaron a favor de los Habsburgo. Sin armas de asedio y
poca preparación para pelear en la nieve, los otomanos fueron derrotados en
ambos intentos y debieron retirarse.
2 comentarios:
Imponente, de principio a fin. Y aprendo que la moda es cosa de la aristocracia, al menos en arquitectura.
Jajaja... ¿tendré que corregirme? Supongo que debe haber habido modas y modas. Sólo que la aristocracia vienesa (seguida a la distancia por la burguesía vienesa) deben haber sido los grupos con mayor posibilidad (e interés) en seguirlas a todas.
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