Número uno. Planificación. Alguien está pensando en el crecimiento de la
ciudad y tiene un plan. No siempre el plan tiene los mejores criterios estéticos
pero en las vías de comunicación, el tendido de la red de transporte y los
espacios verdes se nota que hay una cierta lógica. A veces chocan la lógica
socialista pre 1989 con la posterior pero, en general, se las han arreglado
bastante bien para integrarlas.
Números dos. Espacios abiertos. La ciudad fue bombardeada a finales de
la segunda guerra mundial. Como resultado fue necesario reconstruir muchísimo.
Los soviéticos y los líderes comunistas de Alemania oriental pensaron en tener
grandes espacios abiertos, avenidas monumentales, anchas y amplias (entre otras
cosas, porque las necesitaban para los desfiles cívico militares), plazas y
parques alternados, espacios abiertos frente a edificios públicos de
importancia. Luego de la reunificación algunos de estos espacios se han
privatizado, vendido y construido, pero la ciudad aún cuenta con una enorme
cantidad de ellos.
Número tres. Monobloques de la era comunista. Aquí y allá, diseminados a
lo largo del paisaje de la ciudad, a veces sin relación con su entorno
(monobloques de ocho o nueve pisos en barrios que tienen construcciones de
cuatro o cinco pisos como máximo). ¿Por qué habrían de derrapar así?
Número cuatro: Arquitectura contemporánea pedorra. Perdón,
pero no se me ocurre otro nombre. Los/as alemanes/as -almenos los de estos paos- parecen tener una fascinación por los edificios modernos bajos y amplios. Salvo
el “Dresdner World Trade Center” no hay grandes edificios vidriados. Sí hay
muchos de cuatro, cinco o seis pisos con mucho concreto y poco criterio (¡y
menos onda!). Son el típico edificio que ya parece viejo dos años después de su
construcción. En Berlín también abundan. Noventosos, del dos mil y más acá. Parecen
ser el eje del negocio inmobiliario actual.
Número cinco. Espacios verdes. Hay infinidad de plazas y placitas,
plazoletas y demases. Pero también hay grandes parques como el GrossenGarten y
una mega extensión de reserva forestal en el norte de la ciudad.
Número seis. Los nombres de las calles. Muchas tienen nombres de
personas o ciudades. Las que tienen nombres de persona cuentan, cada tanto, con
una placa que explica quién fue esa persona y en qué época vivió. Lo negativo
es que las calles cambian de nombre con demasiada facilidad. Una curva y
empieza otra calle. En una rotonda, todas las calles terminan, o te topás con un
ensanche de la calle y cambia el nombre. Y ni hablar de las calles que cruzan
ríos y canales.
Número siete. La numeración. Cada edificio tiene número. De una mano los
pares, de la otras, los impares. Hasta acá, todo igual. Pero… al lado del
edificio dos, está el cuatro, al lado de este, el seis, luego el ocho, más allá
el diez. Si hay una plaza de una mano, la numeración retoma en el número que
había dejado. Como resultado, no es posible calcular por cuadras “cuál es la
altura”. A veces, frente a un edificio que tiene el número 32 se encuentra el
95. O el 27. Y si se construye un nuevo edificio entre el 2 y el 4, recibe el
número 2a.
4 comentarios:
Sin dudas, lo de la numeración podría ser la característica más incómoda, al menos inicialmente. Lindo siempre vivir en una ciudad con muchos espacios verdes.
Al menos digamos que requiere salir preparado para nunca saber cuánto exactamente habrá que caminar, salvo que se cuente con alguna herramienta de la modernidad que te prevenga de antemano. Es obvio que ése no suele ser nuestro caso.
Siempre me gustó eso de que cada ciudad tenga su propio sistema para nombrar calles, numerar edificios y cambiar o no cambiar nombres. Está bueno eso de aprender, sobre todo cuando uno habita un lugar, la lógica que define el espacio.
Reconozco que me gustan las calles con nombres antes que con números. Aún cuando no se sepa nada de los orígenes de cada una.
Totalmente. Con el perdón de platenses (y berazateguenses) las calles numeradas parecen un poco ... impersonales. Lo mismo podrían estar en una punta del mundo que en la otra.
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