Desde tiempos ya inmemoriales (¿fines de
marzo? ¿principios de abril?) veníamos posponiendo sistemáticamente nuestra
primera salida al parque nacional de la Suiza Sajona. Que la lluvia, que el
viento, que el frío. Hasta que se produjo el milagro. No, no era un pronóstico
de ensueño. Era tan sólo la promesa de un día medianamente nublado, ligeramente fresco aunque no tan feo (léase, sin lluvia). A
abril no se le puede pedir más.
Volviendo a la excursión, primero,
lo primero. A definir opciones… Revista del Parque Nacional de la Suiza Sajona en mano, buscamos
qué caminatas podíamos hacer en un día, empezando y terminando cerca de
estaciones de tren o paradas de colectivo. Afortunadamente el archifamoso sendero del parque, el Camino del Pintor, tiene un par de
etapas que bien se ajustaban a nuestros deseos. ¿El camino del pintor? Sí, el camino del pintor. ¿Qué tienen que ver los pintores con el parque? Mucho.
Al parecer las
caminatas en la zona siempre estuvieron bastante vinculadas al arte (Para más
información podés leer El Elba, las montañas y la Suiza (¡sajona!)). Y así como fueron dos suizos que estaban en la Academia
de Música quienes le dieron el nombre a la región, otros tantos artistas han
hecho de las suyas… Carl Maria von Weber –una de las glorias de la música
local- era bastante afecto a salir a caminar por aquí. Tanto que ambientó una
de sus óperas en la región. Otro de los visitantes que al parecer se inspiró en
la Suiza Sajona para componer fue otro viejo conocido nuestro, Richard Wagner.
Pero la Suiza Sajona no es tierra únicamente de músicos. Los pintores también
han sido de la partida. Y en pleno romanticismo no fueron pocos los que
vinieron a buscar inspiración por estos pagos. Como resultado existe “El Camino del Pintor”, una senda que
recorre buena parte del parque (propuesta para hacer en cinco o seis días)
pasando por todos los lugares que fueron pintados por alguno de los popes de la
Academia Sajona de Artes Plásticas.
Con el destino ya definido sólo faltaba prepararse.
Con el destino ya definido sólo faltaba prepararse.
- Che, ¿qué decís? ¿tendríamos que comprar un mapa de sendas del parque?
- No, no creo… tenemos el mapita de la revista del parque
- Es cierto…
- Pero si querés…
- No, no, está bien… con el de la revista tiene que alcanzar. Es llegar a la senda del camino del pintor y seguirla. Tiene que estar bien señalizada, si es super famosa.
- Supongo que sí
ERROR. O no del todo. Pero error al fin.
Es cierto que el Malerweg (camino del
pintor en alemán) es la senda más
famosa. Pero ni es la única ni todos sus tramos se encuentran tan bien
marcados… En fin, como decía Alanis Morisette allá lejos y hace tiempo; you live, you learn.
Fuimos en tren hasta Pirna y desde ahí,
a empezar a caminar. Cruzamos el río, pasamos por
Copitz y en dirección a otro pueblo nos encontramos con algo inesperado. Al parecer
muchas de las rutas alemanas carecen de banquinas o de lugar para caminar. No es que haya un pedacito angosto o no
muy cuidado. En este caso, simplemente, no hay nada. N-A-D-A. Así que en lugar de ir
a Lohmen encaramos para otro pueblo que sí tenía una senda. Y de ahí a otro
pueblo. Mejor dicho, un micropueblo, porque ni siquiera figuraba en nuestro
“mapa”. Nota mental, HAY que comprar una
guía de sendas del parque.
Con más intuición que conocimiento
certero decidimos tomar otro camino en dirección a otro pueblo que -según
nuestro vapuleado entender- debería estar en la dirección correcta. Sobra decir
que me acordé de todas las situaciones vividas a lo largo de sendas y
vacaciones en las que me o nos encontramos en situaciones semejantes. (Alguna vez incluso
fuimos salvados por cierto afamado instinto bovino
a la hora de seguir huellas ¿Alguien se acuerda?).
Y mientras empezábamos a pensar que
éramos dos inconscientes incapaces de localizar nada, mirácolo,
un rayito de luz. Para ser honestos, dos rayitos de luz… luz solar y luz metafórica. Además de disfrutar de cierta mejoría climática, de repente vimos aparecer un
grupo de gente que se dirigía en dirección a algo que nos pareció ser lo más cercano a una senda que hayamos visto en lo que llevábamos pateando. Obviamente fuimos hacia
allí antes de que el hechizo se desvaneciera y los caminantes se esfumaran.
Primero, hasta el comienzo de la senda y luego hasta un cañadón. Allí nos
esperaba la claridad. Ya no la del día sino la otra.
Primer descubrimiento del día. Sí existe
el Malerweg, pero también existen mil
millones más de sendas y caminos. Ergo, más nos vale comprar la dichosa guía y
prestar atención a señales y cartelitos.
Lo primordial ya estaba. Habíamos
llegado a la primera referencia del Malerweg. Al menos ya estábamos en el
camino. Y eso hicimos, seguimos la senda que empezó a bordear el arroyo que
habíamos visto. Mientras avanzábamos de pronto empezamos a escuchar algo que
parecía ser música clásica, una orquesta o algo. Qué raro. ¿Quién vendría hasta acá con un equipo de música? Claro,
realmente nadie lo haría. Pero como aquí se encuentra uno de los quichicientos
memoriales de Wagner, panel solar mediante, la opertura de Lohengrin suena informándonos que este es el mismísimo lugar en el que habría sido compuesta.
Desde allí el camino da una vuelta
larguísima para rodear el dichoso pueblo de Lohmen. Ése mismo al que no
habíamos podido llegar por la ruta. Más tarde se cruza otro arroyo y se ingresa
al Parque Nacional propiamente dicho.
La zona es famosa por sus montañas de arenisca. Rocas y
paredes de piedra caliza que en esta parte del parque encajonan el Malerweg y lo hacen parecer una trampa digna de película al mejor estilo del Señor de los Anillos. Como -afortunadamente- nadie jamás ha visto un orco (no al menos en las
inmediaciones) decidimos adentrarnos.
Se supone que la senda recorre esta parte del parque por cerca de dos
horas avanzando entre las paredes de piedra y llegando a claros aquí y allá.
Sobre el final se llega otro arroyo y comienzan a aparecer algunas casas. Más
tarde se realiza un pequeño ascenso y desde allí se ven el Elba y Stadt Wehlen,
nuestra primera escala técnica.
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