Una tarde cualquiera de un domingo cualquiera. En la vaga frontera que separa la primavera que no llega del invierno que no se quiere ir...
- Che, ¿soy yo o ahí dice clínica de Porcelana?
- Dice eso.
- ¿y qué harán?
- Lo que hacen en las clínicas, pero con pacientes de
porcelana
- ¿con tazas y cacharros?
- Imagino que sí.
Definitivamente, la Neustadt de Dresden es el lugar donde te podés
encontrar de todo. La Neustadt-Neustadt, la Neustadt alternativa, el barrio en
el que conviven hipsters, estudiantes, punks, anarquistas, inmigrantes y
diseñadores/as. Y, por si fuera poco, también médicos y médicas que atienden aquí a sus pacientes de porcelana.
Había de todo. Chucherías, cacharros y estatuitas. Algunas cosas ya reparadas, otras producidas para la vitrina y alguna que otra expuesta ya sin esperanza.
Como pueden apreciar la vidriera no tenía desperdicio.
7 comentarios:
Que bueno!! Me
Encanta! Al
Viejo hospital de los muñecos... Llegó el
Pobre pinocho mal herido... Un cruel espantapajaro bandido lo sorprendió dormido y lo atacó 😂😂😂😂
Todavía más sorprendente que una clínica para cerámicas, sería encontrarse uno mismo un día llevando un paciente apropiado a ser atendido en ese lugar.
No sé qué me da más miedo, si verme llevando un paciente a la clínica de la porcelana (con cara de ¡dónde está la sala de primeros auxilios!) o imaginarme al espantapájaros bandido acechando a sus víctimas...
jajaja, ¡Es verdad! Nada tan digno de película de terror o de locación para leyenda urbana como una clínica de cerámica
Y no puede faltar la escena en la que la víctima entra y se ve como a su paso algún muñeco de cerámica ubicado en la estantería gira lentamente la cabeza siguiendo los movimientos del recién llegado...
MUÑECAS SUICIDAS
Jordi Cebrián
Compré una preciosa colección de muñecas de porcelana, con sus vestidos exquisitos, sus originales sombreros, sus rostros únicos. Las puse en fila sobre sus soportes en lo alto de una estantería, y al día siguiente vi que una de ellas había caido, destrozándose. Comprobé que las demás permanecieran estables, pero por la mañana otras dos se habían suicidado. Intenté afianzarlas con alambres, pero fue inútil. Ya sólo me quedan dos. Esta tarde, mientras las aseguraba a sus soportes, capté por un instante la mirada fugaz de una de ellas, y supe, con certeza indemostrable, que no se trataba de suicidios.
Me encantó. Pero, a todo esto, creo que jamás voy a poner un pie en la clínica de porcelana.
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