¿Quién
no ha usado la frase alguna vez? Un día te sorprendes haciendo algo que jamás habías
imaginado. Quizás un amigo que cambia de hábitos o tu familia te demuestra que
a pesar de lo que creías, ninguna costumbre es tan inamovible.
Pues
para nosotros aplica también. Mientras nos acercamos a nuestro primer año en
Alemania (¡un año!) los cambios de costumbres van siendo cada vez más
evidentes. Algunos son forzados. Otros, plenamente voluntarios. Algunos fueron
adoptados casi desde nuestra llegada. Otros van ocurriendo poco a poco.
Número
uno. El desayuno. Nos levantamos con
tiempo, nos sentamos y desayunamos. Comemos y tomamos lindo. Yogurt, cereales,
té, tostadas. Por razones de fuerza mayor el mate quedó relegado a los
desayunos de fin de semana. El precio de la yerba acá hace que cuando decidimos
tomar mate tratemos de sacarle todo el jugo (¡y el sabor!) posible.
Número
dos. La cena. Siempre cenamos
tempranito, pero… estamos cenando tipo 20 o 20.30. Normalmente después nos
queda tiempo para leer, mirar un capítulo de algo o comernos un chocolatito.
Puede que sea un poco de abuelo pero es un hábito que me encanta.
Número
tres. La bolsita de la ensalada. Yo
la miraba con desconfianza. Un sobre de plástico que trae lechuga, zanahoria,
repollo, berro, lechuga colorada, a veces recula, ya cortadita y lavadita. No
hace falta hacer mucho; abrís el sobre, aderezás y yastá. Obvio que a la tercera semana de estar acá ya compraba la
dichosa bolsita de ensalada. Rápido, barato y fácil.
Número
cuatro. El paraguas. Volvió a
nuestras vidas. Por si alguien no lo sabe, teóricamente en Bariloche no se usa paraguas. Algunos dicen que es
por el viento, que los rompe. Otros dicen que por la calidad de las porquerías
que importamos. También están quienes señalan que simplemente no va con el
espíritu local y más de un ejemplo que ha demostrado que si se quiere, se
puede. Pues bien, en Dresden el paraguas no es tabú ni algo en desuso sino un aliado que va siempre en la mochila,
listo para salvarnos de cualquier apuro.
Número
cinco. Las servilletas de papel. En
Bariloche solemos usar las de tela. Me parece un poco un despropósito generar
infinitas cantidades de papel-basura… La producción de papel requiere celulosa,
esto vine de la madera, no tengo que explicar el proceso. No sé, además es un
poco más hogareño. Pero bueno, al precio ridículamente bajo de las servilletas
de papel y el costo delirante de las de tela hay que sumar la practicidad. Y
bueno, perdón.
Número
seis. Viajes y escapadas. Praga, dos
horas de micro. Berlín, dos y media. En una hora y media ya estamos en la
frontera con Polonia. El Parque nacional de la Suiza Sajona, media hora de
tren. Meissen, veinte minutos. Y la lista de lugares accesibles para un finde
sigue y sigue. Y sin una casa de la que
hacerse cargo o un jardín que absorba horas de trabajo como si fuera una
esponja temporal, las posibilidades no son pocas.
Número
siete. La radio. Por mucho, muchísimo
tiempo levantarse fue sinónimo de encender automáticamente la radio y escuchar
noticias, pronósticos, pavadas o un poco de música y desayunar al mismo tiempo.
Bueno, ya no. Aunque quizás en breve esto esté por cambiar. Pero dejando los spoilers de lado, el hábito de la radio
matinal es uno de los que más extraño. Claro que en alemán no creo que sea lo
mismo.
Número
ocho. El jardín, falta de. Lo extraño. Lo
extrañamos. Salir, andar por el pasto, podar, regar, hacer un asadito o tirarse
al sol y tomar un licuado. Sí hay sol, pasto y licuados en Alemania, pero no
los tenemos a la salida de la puerta. Sin terapia jardinera -y las uñas un poco
más limpias- lo que se ha multiplicado es el tiempo. El tiempo para hacer otras
cosas. Ya lo dije, de algún lugar sale todo el tiempo que tenemos para irnos de
escapada.
Número
nueve. El mate. Se acabó tomar mate a
la mañana, a la tardecita, a la hora de la siesta y a la tarde. Tampoco estamos
para hacernos los exquisitos a la hora de andar cambiando la yerba. El mate
quedó para los desayunos de fin de semana y para las tardes en los que los dos
coincidimos temprano en casa. El resto, reducido a su mínima expresión, que hay
que cuidar la yerba. Tampoco hace falta aclararlo pero los últimos mates se
toman lavados.
Número
diez. La conversión a pesos. Para irritación de Diego, apenas habíamos
llegado, me pasaba haciendo la consabida conversión a pesos de los precios de
todo. Hasta me ideé un sistema para hacerlo fácil. Con el tiempo dejó de tener
sentido. No sólo por el hecho de cobrar y pagar siempre en euros. Sino que,
además, la conversión dejó de tener sentido por falta de referencia... Inflación mediante ya no sé ni cuánto
cuestan las cosas. Así, el resultado de la conversión es un número misterioso
que no sé si me dice algo útil o un panorama del pasado.
2 comentarios:
Excelentes contrastes. Muy bueno eso de cambiar y adaptarse a nuevos lugares y tiempos. También entiendo lo que es añorar el espacio propio. Siempre es cierto que no se puede todo al mismo tiempo.
En donde vivo se llevan los paraguas sin complejos. Diré más, muchas veces los sacamos a pasear ante la amenaza de lluvia ¡¡¡para evitar que llueva!!! Y, algunas veces, da resultado.
Debo confesar que más de una vez yo también saqué a pasear el paraguas con la esperanza de que, precisamente por eso, saliera un sol que rajara la tierra. ;
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