lunes, 7 de noviembre de 2016

Quién te ha visto y quién te ve

¿Quién no ha usado la frase alguna vez? Un día te sorprendes haciendo algo que jamás habías imaginado. Quizás un amigo que cambia de hábitos o tu familia te demuestra que a pesar de lo que creías, ninguna costumbre es tan inamovible.

Pues para nosotros aplica también. Mientras nos acercamos a nuestro primer año en Alemania (¡un año!) los cambios de costumbres van siendo cada vez más evidentes. Algunos son forzados. Otros, plenamente voluntarios. Algunos fueron adoptados casi desde nuestra llegada. Otros van ocurriendo poco a poco.

Número uno. El desayuno. Nos levantamos con tiempo, nos sentamos y desayunamos. Comemos y tomamos lindo. Yogurt, cereales, té, tostadas. Por razones de fuerza mayor el mate quedó relegado a los desayunos de fin de semana. El precio de la yerba acá hace que cuando decidimos tomar mate tratemos de sacarle todo el jugo (¡y el sabor!) posible. 

Número dos. La cena. Siempre cenamos tempranito, pero… estamos cenando tipo 20 o 20.30. Normalmente después nos queda tiempo para leer, mirar un capítulo de algo o comernos un chocolatito. Puede que sea un poco de abuelo pero es un hábito que me encanta.

Número tres. La bolsita de la ensalada. Yo la miraba con desconfianza. Un sobre de plástico que trae lechuga, zanahoria, repollo, berro, lechuga colorada, a veces recula, ya cortadita y lavadita. No hace falta hacer mucho; abrís el sobre, aderezás y yastá. Obvio que a la tercera semana de estar acá ya compraba la dichosa bolsita de ensalada. Rápido, barato y fácil.

Número cuatro. El paraguas. Volvió a nuestras vidas. Por si alguien no lo sabe, teóricamente en Bariloche no se usa paraguas. Algunos dicen que es por el viento, que los rompe. Otros dicen que por la calidad de las porquerías que importamos. También están quienes señalan que simplemente no va con el espíritu local y más de un ejemplo que ha demostrado que si se quiere, se puede. Pues bien, en Dresden el paraguas no es tabú ni algo en desuso sino un aliado que va siempre en la mochila, listo para salvarnos de cualquier apuro.

Número cinco. Las servilletas de papel. En Bariloche solemos usar las de tela. Me parece un poco un despropósito generar infinitas cantidades de papel-basura… La producción de papel requiere celulosa, esto vine de la madera, no tengo que explicar el proceso. No sé, además es un poco más hogareño. Pero bueno, al precio ridículamente bajo de las servilletas de papel y el costo delirante de las de tela hay que sumar la practicidad. Y bueno, perdón.

Número seis. Viajes y escapadas. Praga, dos horas de micro. Berlín, dos y media. En una hora y media ya estamos en la frontera con Polonia. El Parque nacional de la Suiza Sajona, media hora de tren. Meissen, veinte minutos. Y la lista de lugares accesibles para un finde sigue y sigue.  Y sin una casa de la que hacerse cargo o un jardín que absorba horas de trabajo como si fuera una esponja temporal, las posibilidades no son pocas.

Número siete. La radio. Por mucho, muchísimo tiempo levantarse fue sinónimo de encender automáticamente la radio y escuchar noticias, pronósticos, pavadas o un poco de música y desayunar al mismo tiempo. Bueno, ya no. Aunque quizás en breve esto esté por cambiar. Pero dejando los spoilers de lado, el hábito de la radio matinal es uno de los que más extraño. Claro que en alemán no creo que sea lo mismo.

Número ocho. El jardín, falta de.  Lo extraño. Lo extrañamos. Salir, andar por el pasto, podar, regar, hacer un asadito o tirarse al sol y tomar un licuado. Sí hay sol, pasto y licuados en Alemania, pero no los tenemos a la salida de la puerta. Sin terapia jardinera -y las uñas un poco más limpias- lo que se ha multiplicado es el tiempo. El tiempo para hacer otras cosas. Ya lo dije, de algún lugar sale todo el tiempo que tenemos para irnos de escapada.

Número nueve. El mate. Se acabó tomar mate a la mañana, a la tardecita, a la hora de la siesta y a la tarde. Tampoco estamos para hacernos los exquisitos a la hora de andar cambiando la yerba. El mate quedó para los desayunos de fin de semana y para las tardes en los que los dos coincidimos temprano en casa. El resto, reducido a su mínima expresión, que hay que cuidar la yerba. Tampoco hace falta aclararlo pero los últimos mates se toman lavados.

Número diez. La conversión a pesos. Para irritación de Diego, apenas habíamos llegado, me pasaba haciendo la consabida conversión a pesos de los precios de todo. Hasta me ideé un sistema para hacerlo fácil. Con el tiempo dejó de tener sentido. No sólo por el hecho de cobrar y pagar siempre en euros. Sino que, además, la conversión dejó de tener sentido por falta de referencia... Inflación mediante ya no sé ni cuánto cuestan las cosas. Así, el resultado de la conversión es un número misterioso que no sé si me dice algo útil o un panorama del pasado.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelentes contrastes. Muy bueno eso de cambiar y adaptarse a nuevos lugares y tiempos. También entiendo lo que es añorar el espacio propio. Siempre es cierto que no se puede todo al mismo tiempo.
En donde vivo se llevan los paraguas sin complejos. Diré más, muchas veces los sacamos a pasear ante la amenaza de lluvia ¡¡¡para evitar que llueva!!! Y, algunas veces, da resultado.

Nicolás dijo...

Debo confesar que más de una vez yo también saqué a pasear el paraguas con la esperanza de que, precisamente por eso, saliera un sol que rajara la tierra. ;