Como
corresponde, nuestro primer viaje a Italia está plagado de ciudades
con fundaciones míticas, columnas romanas, campanarios de iglesias,
revueltas medievales, conflictos con Papas y glorias renacentistas. Y
Pisa no es la excepción.
Pareciera
haber dos o tres hipótesis principales para la fundación de Pisa y
son, más o menos las mismas que hemos encontrado en tantos otros
lugares en este viaje: griegos, etruscos o galos. Así están los/as
arqueólogos/as, agarrándose de las mechas cada vez que alguien
encuentra alguna evidencia que sustente una u otra teoría. En todo
caso la ciudad se sabe antigua y se estima que fue fundada poco
tiempo después de la guerra de Troya.
Originalmente se encontraba (casi) en la costa. Sorprendentemente, gracias a los
sedimentos que aportaban (y aportan) los ríos que la atraviesan, la
costa se fue alejando y hoy Pisa está a casi 10km del mar
Mediterráneo. Hace 600 años probablemente estaba a 7 kilómetros y
a principios de la era romana esa distancia debe haber sido bastante
menor.
Como
en buena parte de Toscana, tenemos una serie de conocidos que
participan una y otra vez de los mismos procesos. La ciudad conoce
años de esplendor en la era romana, luego las invasiones bárbaras la ponen en jaque. La toman los lombardos, se la sacan los
bizantinos, vuelven los lombardos y finalmente llega Carlomagno.
Hasta aquí, cartón lleno.
Para
el siglo X Pisa ya era una de las principales repúblicas marítimas.
Las otras eran Amalfi, Génova y una ciudad que por entonces recién
se incorporaba al club: Venecia. Por aquella época, la ciudad
controlaba una gran cantidad de rutas que estaban en constante jaque
por los piratas sarracenos (léase, del norte de África) que habían
ocupado por aquella época Córcega, Cerdeña y partes de Sicilia. Ya
sé que normalmente cuando pensamos en musulmanes en Europa
normalmente pensamos en Andalucía y el sur de España pero lo cierto
es que sus correrías los llevaron a varios puntos del continente. De
esta época viene la pablabra corsario, porque salían de puertos
corsos, es decir, de Córcega.
En
fin, entre los siglos X y XI Pisa se alió con Génova para expulsar
a los sarracenos de Córcega y Cerdeña. La alianza tuvo éxito y a
lo largo de cien años ambas ciudades se las arreglaron para
conquistas y colonizar las islas, echar a los árabes de sus bases
sicilianas y emerger como potencias comerciales. Gracias a la toma de
Palermo, la plaza fuerte de los musulmanes en Sicilia, los pisanos
financiaron la construcción de su catedral, ya que se hicieron con
la mayor parte del botín.
Hablando
de botines, parece que los pisanos pronto le fueron tomando el gustito
al saqueo y, junto al comercio, comenzaron a dedicarse a a ocupación
de bases, colonias y puertos enemigos. A lo largo del siglo XI
participaron de las cruzadas y establecieron bases en medio oriente,
además de aliarse con los condes de Barcelona para expulsar a los
moros de las islas Baleares. Con cada campaña exitosa Pisa ampliaba
su riqueza y la Piazza del Duomo se engalanaba con algún nuevo
edificio destinado a simbilizar la gloria de la república.
Claro
que esta política tenía un problema. O tres, para ser exactos. La
expansión en Medio Oriente hizo que Pisa chocara con Venecia. Los
intereses de Pisa en el Mediterráneo occidental la hacían
enfrentarse con Génova. También en Toscana la ciudad mantenía
relaciones cada vez más tensas con Florencia, la otra potencia
regional emergente. Imaginarán lo que pasó: “el enemigo de mi
enemigo es también mi amigo”. Las tres ciudades se aliaron. Para
colmo la corona de Aragón comenzó a disputarle a Pisa el control
sobre Cerdeña. En el lapso de ciento cincuenta años los pisanos
tuvieron que retroceder en todas sus posesiones a tal punto que para
comienzos del siglo XV habían perdido tdas sus colonias y tenían a
los florentinos sitiándolos. Definitivamente, su cuarto de hora ya
había pasado.
1 comentario:
...l'historia vuelv'a repetirse... (dice el tango)
Publicar un comentario