Lorenzo
de Médici fue el tercer Médici que gobernó Florencia y suele ser
retratado como un estadista hábil e ingenioso. Su sucesor, Piero II,
definitivamente no estuvo a la altura de las circunstancias. Se
enfrentó al rey de Francia para luego rendirse en condiciones
sumamente perjudiciales para la ciudad. Terminó siendo echado y tuvo
que exiliarse. Liberados momentáneamente de los Médici, los
florentinos se dedicaron a experimentar con la democracia. Es la
época de Maquiavelo y Savonarola. Las aventuras y desventuras de
Savonarola son un buen espejo para ver el camino transitado por la
democracia florentina del renacimiento.
Savonarola
justificó el exilio de los Médici, acusándolos de ser responsables
de la decadencia de las costumbres como así también del poder de la
ciudad. Defendió el gobierno democrático y denunció la corrupción.
Hasta acá, todo bien. Pero Savonarola aprovechó el clima de la
época para denunciar la corrupción del papa de turno. Y si hay algo
que no le gusta(ba) a la iglesia católica eran este tipo de
situaciones. Savonarola fue excomulgado y buena parte de la población
florentina que había escuchado sus sermones y arengas un día
asistió a la Plaza de la Señoría, la plaza principal de Florencia,
para ver como el pobre Savonarola ardía en la hoguera que le tenían
preparada. Podría decirse que así se acabó lo que se daba y
aprovechando la volteada, los Médici regresaron a Florencia.
La
de los Médici es una historia de idas y vueltas. Mientras que su
cuenta bancaria parece haber ido creciendo, su historial político
tiene unos cuantos altibajos. Luego de su regreso volvieron a ser
expulsados y luego fueron reinstalados, esta vez como “grandes
duques de Toscana”, dando comienzo al período de conquista de las
repúblicas vecinas que terminaría dándole a Toscana las
dimensiones que le conocemos hoy en día.
Claro
que como todo tiene un final y todo termina, eventualmente los Médici
se extinguieron… no como los dinosaurios, claro está, pero hubo un
cambio de jugadores en el trono de Toscana, que por algún tiempo
estuvo gobernada por los omnipresentes Habsburgos y, por ende, el ducado terminó aliado a Viena. Al menos hasta la llegada de otro conocido, el viejo y
(no siempre) querido Napoleón Bonaparte.
En
el congreso de Viena se agarraron de las mechas para ver qué pasaban
con Toscana. Los Habsburgo la querían, pero ya habían recibido el
Véneto y la Lombardía (ambas regiones antiguas aliadas de Napoleón)
por lo que los otros países no querían darle a los austríacos más
territorios. Finalmente Toscana cayó en las manos de los Borbones,
pero -para evitar tener que elegir si se la daban a los Borbones
franceses o a los españoles- una tercera línea (la de Parma) se
quedó con el ducado.
Retrospectivamente
sabemos que la familia Borbón-Parma recibió una bomba de tiempo.
Los ánimos estaban bastante caldeados en la península y el
sentimiento nacionalista (a veces aliado al republicano, otras veces
no tanto) comenzaba a sentirse aquí y allá de vez en cuando.
Quizás
no lo sepas, pero entre 1865 y 1871 Florencia fue la capital del
recién nacido reino de Italia mientras los Saboya, el conde de
Cavour (su primer ministro), el Papa y Napoleón III discutían para
ver qué iba a pasar con Roma. El Papa seguía ocupando la ciudad y,
siendo honesto, tenía CERO ganas de que Roma se incorporase a
Italia. Por su parte, los piamonteses (que son los que llevaron
adelante la unificación italiana) con Cavour a la cabeza decían que
Roma debería incorporarse al nuevo reino (por la razón o por la
fuerza) y que un reino de Italia sin Roma no sería Italia.
Finalmente, en esta ensalada en la que todos tenían algo que opinar,
los franceses y los austríacos decían que Roma debía seguir siendo
la capital de los estados pontificios y que, llegado el caso, ellos
iban a defender al Papa. Más allá de la veta chupacirios católica
de ambos gobiernos, lo cierto es que no querían una Italia fuerte
unificada que disputara el statu-quo.
La
situación no se iba a solucionar hasta bastante después pero, en el
medio, Florencia fue la primera capital del reino de Italia y el
Palazzo Pitti (que no tiene nada que ver con el alicaído solista y
ex cantante de intoxicados) la primera residencia real de los reyes
del naciente reino.
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