jueves, 1 de marzo de 2018

Dos semanitas en Italia: Florencia II

Lorenzo de Médici fue el tercer Médici que gobernó Florencia y suele ser retratado como un estadista hábil e ingenioso. Su sucesor, Piero II, definitivamente no estuvo a la altura de las circunstancias. Se enfrentó al rey de Francia para luego rendirse en condiciones sumamente perjudiciales para la ciudad. Terminó siendo echado y tuvo que exiliarse. Liberados momentáneamente de los Médici, los florentinos se dedicaron a experimentar con la democracia. Es la época de Maquiavelo y Savonarola. Las aventuras y desventuras de Savonarola son un buen espejo para ver el camino transitado por la democracia florentina del renacimiento.
Savonarola justificó el exilio de los Médici, acusándolos de ser responsables de la decadencia de las costumbres como así también del poder de la ciudad. Defendió el gobierno democrático y denunció la corrupción. Hasta acá, todo bien. Pero Savonarola aprovechó el clima de la época para denunciar la corrupción del papa de turno. Y si hay algo que no le gusta(ba) a la iglesia católica eran este tipo de situaciones. Savonarola fue excomulgado y buena parte de la población florentina que había escuchado sus sermones y arengas un día asistió a la Plaza de la Señoría, la plaza principal de Florencia, para ver como el pobre Savonarola ardía en la hoguera que le tenían preparada. Podría decirse que así se acabó lo que se daba y aprovechando la volteada, los Médici regresaron a Florencia.
La de los Médici es una historia de idas y vueltas. Mientras que su cuenta bancaria parece haber ido creciendo, su historial político tiene unos cuantos altibajos. Luego de su regreso volvieron a ser expulsados y luego fueron reinstalados, esta vez como “grandes duques de Toscana”, dando comienzo al período de conquista de las repúblicas vecinas que terminaría dándole a Toscana las dimensiones que le conocemos hoy en día.
Claro que como todo tiene un final y todo termina, eventualmente los Médici se extinguieron… no como los dinosaurios, claro está, pero hubo un cambio de jugadores en el trono de Toscana, que por algún tiempo estuvo gobernada por los omnipresentes Habsburgos y, por ende, el ducado terminó aliado a Viena. Al menos hasta la llegada de otro conocido, el viejo y (no siempre) querido Napoleón Bonaparte.
En el congreso de Viena se agarraron de las mechas para ver qué pasaban con Toscana. Los Habsburgo la querían, pero ya habían recibido el Véneto y la Lombardía (ambas regiones antiguas aliadas de Napoleón) por lo que los otros países no querían darle a los austríacos más territorios. Finalmente Toscana cayó en las manos de los Borbones, pero -para evitar tener que elegir si se la daban a los Borbones franceses o a los españoles- una tercera línea (la de Parma) se quedó con el ducado.
Retrospectivamente sabemos que la familia Borbón-Parma recibió una bomba de tiempo. Los ánimos estaban bastante caldeados en la península y el sentimiento nacionalista (a veces aliado al republicano, otras veces no tanto) comenzaba a sentirse aquí y allá de vez en cuando.
Quizás no lo sepas, pero entre 1865 y 1871 Florencia fue la capital del recién nacido reino de Italia mientras los Saboya, el conde de Cavour (su primer ministro), el Papa y Napoleón III discutían para ver qué iba a pasar con Roma. El Papa seguía ocupando la ciudad y, siendo honesto, tenía CERO ganas de que Roma se incorporase a Italia. Por su parte, los piamonteses (que son los que llevaron adelante la unificación italiana) con Cavour a la cabeza decían que Roma debería incorporarse al nuevo reino (por la razón o por la fuerza) y que un reino de Italia sin Roma no sería Italia. Finalmente, en esta ensalada en la que todos tenían algo que opinar, los franceses y los austríacos decían que Roma debía seguir siendo la capital de los estados pontificios y que, llegado el caso, ellos iban a defender al Papa. Más allá de la veta chupacirios católica de ambos gobiernos, lo cierto es que no querían una Italia fuerte unificada que disputara el statu-quo.
La situación no se iba a solucionar hasta bastante después pero, en el medio, Florencia fue la primera capital del reino de Italia y el Palazzo Pitti (que no tiene nada que ver con el alicaído solista y ex cantante de intoxicados) la primera residencia real de los reyes del naciente reino.

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