Como es la primera semana parece que todos somos relativamente
puntuales. Palabra clave: relativamente.
A las nueve empieza la clase y para las 9:10 ya estamos todos sentados y
trabajando. O eso es lo que creemos.
A las diez menos veinte se escucha un taconeo que se
acerca a la puerta. Estamos a finales de verano pero el calor aún se siente,
así que hacemos la clase con la puerta y las ventanas abiertas de par en par.
Al escuchar el ruido levanto la mirada. Zapatos fucsia, pollera corta floreada,
negra, roja y blanca, bastante por encima de la rodilla. Musculosa amarilla.
Carterón fucsia, haciendo juego con los zapatos. El pelo de color rojo pasión. La
facha general de la señora me hace pensar en Amy Winehouse si hubiera llegado a
los cincuenta.
Se detiene junto a la puerta. Mira dentro. Mira una hoja.
Vuelve a mirar dentro y como si fuera lo
más natural del mundo, cruza el aula y se sienta en último lugar que quedaba
libre. Ni hola, ni perdón. Nada. Abre la cartera y empieza a sacar cosas. La
profesora la mira sorprendida y le dice hola, bienvenida, pero la señora de la
cartera fucsia está tan ocupada sacando cosas de su cartera que jamás registra
que la saludaron. O si lo registra, se encarga de disimularlo.
Nos miramos todos y alguno/a hasta se sonríe. Hacemos un
segundo de silencio para ver si la señora de cartera fucsia dice algo, pero no.
Ahora ya está copiando cosas del pizarrón y buscando en su diccionario… Así las
cosas, la clase continúa. En ronda vamos preguntándonos si alunas vez habíamos
visitado este o aquel lugar. La dinámica es simple; cada uno/a le pregunta algo
a quien tiene sentado/a a su izquierda, este responde y a su vez pregunta al
siguiente. Así hasta llegar al último. En este caso, la última, la señora de la
cartera fucsia. Claro que ella parece no notar nada de lo que está ocurriendo.
Y cuando finalmente le preguntan ni responde ni vuelve a preguntar. A alguien
se le escapa alguna risa y luego de un segundo la clase vuelve a continuar.
Diez minutos más tarde la señora de la cartera fucsia
sigue copiando, buscando palabras en el diccionario, frunciendo el ceño y
guardando silencio. La profesora continúa la clase y mientras explica algo la
cartera fucsia cobra vida. Una melodía olvidable comienza a salir de ella
mientras su dueña comienza a vaciar su contenido en busca del teléfono. Cuando
finalmente da con el aparato pone cara de qué
increíble que esto haya pasado, ¿a quién se le ocurre un teléfono que suene en
medio de la clase? Pero, claro, el teléfono es suyo, así que se para y
mientras la profesora le echa en silencio una mirada que podría haber derretido
el Glaciar Perito Moreno, la señora de la cartera fucsia sale del aula para
atender su llamado. Acto seguido escucho una carcajada y el resto de la clase
se contagia. Con la notable excepción de nuestra profesora.
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