En su lugar hoy podría estar el elefante del triunfo, una escultura de casi cincuenta metros de alto que debía echar agua por su trompa pero cuya construcción fue finalmente desestimada por Luis XV. Medio siglo después, Napoleón Bonaparte encargaba la construcción en el mismo lugar de otra obra triunfal. Se trata del arco del triunfo, otro de los edificios icónicos de una ciudad rica -si las hay- en monumentos.
¿Qué triunfo? El que el emperador obtuvo sobre los austriacos y los rusos en Austerlitz, en 1805. Cuenta la leyenda que cuando estuvo claro que los franceses iban a imponerse luego de nueve horas de combate, Napoleón prometió a sus soldados que entrarían a París bajo un arco triunfal.
Claro que, demoras de construcción mediante, Napoleón jamás pudo entrar a París por su dichoso arco. De hecho, no estuvo terminado hasta 1836, treinta años después del comienzo de la obra.
Como buen monumento francés, hoy para entrar hay que gatillar un dinero pero bien vale la pena. Desde sus cincuenta metros de altura se tiene una muy linda vista de París en cuatro direcciones, incluida la no siempre visible torre Eiffel.
Alineado con el Arco del Triunfo se encuentra el Arco de la Defénse, el edificio cúbico del distrito financiero y barrio futurístico del París de finales del siglo pasado.
Y, como para no ser menos, hasta Montmartre llega a verse a lo lejos.
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