Muy
frecuentemente tengo la loca idea de aprender algo del idioma de los
lugares a los que vamos a viajar. Obviamente me refiero a aprender
cosas ultra básicas. Saludar, agradecer. Después pienso un poco...
quizás también nos vendría bien alguna que otra cosa más del
estilo; cómo pedir una pizza en en húngaro, cómo comprar boletos
de colectivo en polaco. Inmediatamente se disparan mil preguntas. O
no mil pero sí bastantes. ¿Hablarán inglés los/as mozos/as?
¿servirá más el alemán? ¿habrá máquinas para comprar boletos o
hay que pedírselos al chofer? Y así, ad infinitum.
Claro
que, a la larga, siempre pasa lo mismo. Llega la fecha del viaje y el
tiempo destinado al aprendizaje de los rudimentos lingüísticos es
de cero horas con cero minutos. O sea,
ni siquiera busqué como decir hola.
Fue lo que ocurrió antes de la vuelta por Europa oriental. Mejor dicho, la que iba a ser nuestra gran vuelta pero que al final se convirtió en una vueltita. Pese a no haber dedicado ni cinco minutos a interiorizarme con el polaco, a nuestra llegada al hostel de Cracovia tuve -lo que en ese momento pensé- sería una excelente idea:
Hola,
buen día, dice la recepcionista.
¡Buen
día! -respondo y mientras le entrego a la recepcionista el
papelucho con nuestra reserva agrego- Tenemos una reserva por
dos noches...
Sí,
perfecto. Por dos noches.
Exacto.
Muy
bien. Aquí están sus llaves, la habitación es la número XX.
Perfecto,
muchas gracias.
El
desayuno se sirve en la cocina y blablabla… y también blablabla…
¿algo más en lo que los pueda ayudar?
Sí (sonrío)
¿cómo digo hola en polaco?
Cześć
¿tchiesta?
mmm…
más como tschest. Cześć!
¿y
gracias?
Dziękuję!
¿cómo?
Dziękuję
¿tchin-kuie?
Sí,
sí…
Perfecto,
muchas gracias. Sonrío
y pongo a prueba mis recién adquiridos conocimientos: Dziękuję!
La
recepcionista me sonríe y pone una cara que bien podría
significar qué simpático o -igualmente
posible- pobre flaco, no entiende nada. Acto seguido
responde algo que asumo significará de nada (aunque
bien podría haber dicho casi cualquier otra cosa) y me siento
realizado.
Habiéndome provisto
de mis nuevos amuletos lingüísticos, salimos del hostel con rumbo a
la plaza del mercado. Para no olvidar las palabras que acabo de
aprender las voy repitiendo por la calle mientras camino.
Tchin-kuie. Tschest. Tchin-kuie. Tschest.
Tengo
que acordarme, me digo,
mientras me repito una y otra vez las palabras, como si fueran una
invocación mágica. En realidad, más que recitando un mantra, me
siento como una especie de Pokemón condenado a comunicarme
únicamente repitiendo lo mismo infinitas veces. Al poco tiempo dejo
de repetir las palabras. No sólo el efecto Pokemón me incomoda.
También me imagino a los/as polacos que caminan a nuestros alrededor
oyéndome decir: ¡hola!
¡gracias! ¡hola !¡gracias! en
un auténtico diálogo monólogo
de locos.
Tras
una pausa de cinco minutos lo miro a Diego y le pregunto:
¿Te
acordás de cómo se decía gracias?
¿qué?
¿ya te olvidaste?
Emmmm…
creo que sí. Pero una de las dos sonaba como t-siesta
Jajaja
¿siesta?
Bueno,
o algo parecido.
Claro
que no me acordé hasta bastante después. En ese momento tomé una
decisión. Cuando llegáramos a Budapest, mejor no preguntar palabras
que después no puedo recordar.
2 comentarios:
Es comprensible que te olvidaras esas palabras. Ni siquiera consigo leerlas. Esas combinaciones me dejan la mente en blanco y no puedo asociarlas a sonido alguno.
Igual, admirable la buena intención y el intento.
:)
Saludo
En general suelo pensar que ver las palabras escritas ayuda a recordarlas pero en este caso, ni eso. Sólo percibo una casi interminable sucesión de consonantes que no me ayudan a memorizar nada :( Y muy a mi pesar debo reconocer que hace poco volví a cometer el mismo error en la República Checa, con la misma (y notable) falta de éxito.
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