Si hay algo que nadie sabe de Barcelona es, exactamente,
su origen. Es buenísimo porque hay un par de hipótesis y leyendas, cada una más
divertida que la otra. Empiezo por la realidad y después vamos a las cosas
divertidas. Se sabe que Barcelona existía como ciudad antes de la llegada de
los romanos a España. Cuando la ciudad fue conquistada por Roma recibió la
pavada de nombre de “Colonia Iulia Augusta Paterna Faventia Barcino”. Casi casi está para
pelearle el título de ciudad con el nombre más delirante a la “Ciudad de la
Santísima Trinidad y Puerto de Santa María del Buen Ayre” o a la “Reducción de
la Exaltación de la Santa Cruz de los Indios Kilme”. Bueno, al igual que en
Buenos Aires y en Quilmes, la economía lingüística se encargó de despojar a la
ciudad de cuanto adorno sobrase y quedó en Barcino. De Barcino a Barcelona ya
no hay tanto camino por recorrer.
Claro que la historia nos deja con un interrogante. Si los
romanos dotaron al pueblo de un nombre ridículo luego de conquistarlo,
mínimamente significa que ahí había algo. Un pueblo, una aldea, algo. ¿De dónde
había salido? Ahí terminan los datos históricos y empiezan las leyendas.
Leyenda número uno. El
fundador de la ciudad fue el general cartaginés Amílcar Barca. De Barca a
Barcino no hay mucha distancia y suena plausible y todo.
Leyenda número dos.
Aníbal, el hijo de Amílcar, fundó la ciudad mientras iba con su ejército en
dirección hacia Italia para enfrentarse con los romanos. De algún lugar los cartagineses
sacaron la loca idea de, en lugar de desembarcar en Italia y pelear in situ con
los romanos podían planear un ataque que
los sorprendiera. Siguiendo esta consigna, decidieron desembarcar en España con su ejército –que en teoría incluía
elefantes- cruzar los pirineos, pasar a Francia, luego atravesar los Alpes y
atacar a los romanos desde el norte.
Leyenda número tres
(para mí la mejor). En la búsqueda del mítico vellocino de oro, Jasón encabeza
una expedición que constó inicialmente de nueve barcos. Como en toda la
mitología griega, la navegación del Mediterráneo parece un poco más complicada
que la actual y tormentas y dioses mediante, la expedición termina acercándose
a la costa de Cataluña. Mientras andaban por allí se toparon, cuando no, con
una tormenta, que dispersó las naves. Cuando el mar se calmó faltaba una barca,
la novena, precisamente, la Barca nona. El encargado de buscarla fue ¡sorpresa!
Hércules.
Hércules encontró los restos de la nave y a los
sobrevivientes del naufragio que enamorados del paraje al que habían llegado
decidieron quedarse y fundar la ciudad de… Barca Nona (o sea, la novena
embarcación). Por razones de teatralidad, encanto literario y cholulismo,
cuando Barcelona organizó los juegos olímpicos de 1992, la ceremonia de
apertura representó una versión aproximada de esta última variante.
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