lunes, 10 de julio de 2017

Barcelona (Segunda parte)

Regresando un poco en el tiempo, durante unos cuántos siglos el interés del reino de Aragón había estado volcado hacia el mediterráneo. Conquistaron (o, llegado el caso, adquirieron por vía de matrimonio) el reino de Nápoles, el de Sicilia, las islas Baleares, Cerdeña y hasta tenían algún que otro ducado en Grecia. De hecho, los aragoneses tenían una política muy activa en Italia que los hacía chocar a menudo con Francia y el emperador de turno. Claro que cuando Fernando de Aragón se casó con Isabel de Castilla las cosas empezaron a cambiar.
El Puerto viejo, hoy sólo funciona como puerto comercial y para embarcaciones pequeñas.
El naciente reino de España estuvo principalmente enfocado en la conquista (y saqueo) de América mientras que en Europa se dedicó a enfrentarse alternativamente con Francia e Inglaterra. Siendo que Barcelona estaba volcada al comercio con el Mediterráneo, el cambio de política supuso un golpe importante. Las posesiones en Grecia se perdieron y el comercio con América se hacía principalmente a través de Cádiz y otros puertos sobre el Atlántico.
Además, el hecho de que la corte de los reyes católicos y sus sucesores se estableciera en territorios castellanos no hizo más que aumentar cierta sensación de incomodidad. Cuando la capital se estableció de forma definitiva en Madrid el descontento se hizo bastante claro en Aragón en general y Cataluña en particular. A pesar que desde entonces ha corrido bastante agua bajo el puente, el recelo aún existe.
De hecho, las primeras revueltas relativamente autonomistas ocurrieron ya en el siglo XVII. Claro que en esa época no usan semejante nombre. Y tampoco planteaban la independencia absoluta. En general por muchos años Aragón y Barcelona habían gozado de cierta autonomía en el gobierno local. Claro que absolutismo mediante los reyes empezaron a recortar este margen de autogobierno. Igual los que participaban del autogobierno eran los nobles y los comerciantes, se entiende que no era un régimen democrático ni mucho menos.
Como suele ocurrir en estos casos, a medida que Madrid recortaba la autonomía local el descontento iba en aumento, hasta que, finalmente, la cosa se puso seria. En el siglo XVIII los barceloneses (o al menos los ricos) se rebelaron y expulsaron a las autoridades designadas por los reyes de España. Por su parte, las fuerzas realistas tuvieron la ciudad sitiada por meses y cuando lograron contener la revuelta, actuaron con el tacto con el que lo hicieron en América. Fusilaron a los líderes, prohibieron el uso y enseñanza del catalán y decidieron eliminar cualquier vestigio de autonomía.
Plaza de Toros Monumental de Barcelona. Abajo, la playa en la Barceloneta.
Recién a finales del siglo XVIII y sobre todo, en el XIX, la ciudad se sacudió un poco la modorra  y comenzó el proceso de desarrollo económico que habría de posibilitar, en tantas cosas, el resurgimiento de la cultura catalana y el modernismo. Ahora sí, se realizó en ensanche, el trazado de la ciudad más allá de sus murallas, que dicho sea de paso, fueron derribadas en esta época.
Industrialización mediante, Barcelona en particular y Cataluña en general se convirtieron en una de las zonas más modernas y ricas de España. Y, claro, ¿de qué sirve el dinero sino para ganar más dinero y ostentar? El ensanche proveyó ambas posibilidades. Las familias ricas proyectaron edificios que les permitieran mostrar su nuevo estatus económico y, de paso, participaron de un lindo negocio inmobiliario, ya que preservaron la propiedad de sus edificios y alquilaron las viviendas a ricos menos ricos o, eventualmente, a los cada vez más numerosos/as trabajadores/as que llegaban a Barcelona en busca de empleo.
Arriba, arco del Triunfo de Barcelona, construido en 1888 con motivo de la Exposición Universal.  Abajo, la fuente del parque de la ciudadela, también construida para lucirse durante la exposición.
A finales del siglo XIX y luego a principios del siglo XX ocurrieron dos eventos importantes que enriquecieron el patrimonio arquitectónico de la ciudad: La Exposición Universal de Barcelona y la Feria Mundial. Se trataba de grandes muestras en las que las principales potencias se auto celebraban, despilfarraban dinero, alardeaban de sus capacidades industriales o, eventualmente, trataban de hacerlo.
Arriba, Plaza de España, construida en 1929. Al fondo se ve el viejo Palacio de Exposiciones, hoy Museo Nacional de Arte de Cataluña, que también está en la foto de abajo.
En el caso de Barcelona ambas exposiciones sirven para enmarcar el período en el que floreció el estilo que, a falta de nombres más poéticos, lleva el de modernismo catalán. Obviamente no todo lo que se construyó en este período es modernista. Prueba de ello es el actual Museo Nacional de Cataluña.    

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Qué hermosos lugares!
Además, el título de la primera entrada: Barcelona, la leyenda; excelente.
Se ve que ha sido un lindo paseo.
Saludos