En pocos lugares el
nombre de un arquitecto tiene una dimensión semejante a la que Gaudí tiene
en Barcelona. Alguna vez dije que en (casi) todos los destinos turísticos
siempre hay un personaje histórico importante que encabeza el marketing del
souvenir. Pues bien, no caben dudas, en Barcelona el ícono indiscutido es
Gaudí. Aunque –por increible que parezca- Messi lo sigue desde no muy lejos.
Como arquitecto, el de
Gaudí fue un camino bastante singular. Estudió en la Escuela de Arquitectura de
Barcelona, en la que tuvo como profesor, entre otros, a Lluís
Domènech i Montaner. Ya desde su época de estudiante estaba claro que el
trabajo de Gaudí iba a dar que hablar y cuenta la leyenda que sus profesores
solían bromear con el hecho de que cuando se recibió no sabían si le estaban
dando el diploma a un genio o a un loco.
Fiel al estilo
catalán, los inicios de Gaudí estuvieron muy ligados al estilo neogótico y a la
influencia árabe y mudejar (que es como se conoce al estilo de inspiración y
técnica árabe que utilizaban los cristianos de la época de la
reconquista).
Uno de los ejemplos
más claros es la Casa Vicens que, para variar, estaba tapiada y llena de
andamios por los trabajos de renovación y mantenimiento.
Otro de los ejemplos
de este primer período es el Palau Güell, la residencia urbana del que fuera
uno de los principales mecenas de Gaudí. Los Güell eran una de esas ricas
familias de industriales que se benefició enormemente con la industrialización
y la modernización de la economía catalana.
Claro que a pesar de
su exterior sobrio, el Palau Güell esconde en sus techos el gérmen de lo que
iba a ser uno de los sellos característicos del trabajo de Gaudí. Se trata de
las chimeneas y sistemas de ventilación transformados en esculturas y en formas
que rompen con la monotonía de las terrazas y azoteas. En este caso, cubiertas
también con trencadís, el nombre que
dio Gaudí a la técnica de recubrir estructuras con cerámicos y azulejos rotos.
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