sábado, 8 de julio de 2017

Barcelona (Primera parte)

Volviendo a la historia documentada, los romanos ocuparon la zona en el 218 antes de Cristo. Tras hacerse con el control del pueblo, los romanos establecieron la colonia como una fortificación militar y un enclave comercial. La ciudad romana prosperó y se enriqueció.
Como gozó de cierta prosperidad, a medida que el imperio romano empezó a desintegrarse, la ciudad atrajo la atención de diversas tribus de invasores. En el siglo V llegaron los visigodos. Y se quedaron, al punto de hacer de Barcelona su capital. Pero, por motivos estratégicos, luego la trasladaron a Toledo. Cuando los territorios visigodos fueron conquistados por los árabes, Barcelona corrió la misma suerte, pero en el 800 los francos se hicieron con la ciudad y la región, incorporándola al imperio carolingio como la “marca hispánica”. Una Marca era un territorio fronterizo que por su posición estratégica tenía un gobierno militar semi-independiente. En este caso, era la frontera con la España musulmana. Árabes van, francos vienen, la ciudad fue atacada y reconstruida más de una vez a lo largo del siglo X.
Cuando los árabes empezaron a retroceder en la península y comenzaron a surgir los primeros reinos ibéricos (Castilla, León, Aragón) Barcelona terminó cayendo en la esfera del reino de Aragón. En realidad, primero fue un condado semi independiente. Luego, lo de siempre. Los herederos del condado de Barcelona y del reino de Aragón se casaron y sumaron sus territorios.
Tras incorporarse a Aragón Barcelona reforzó su importancia. Con el tiempo se convirtió en una de sus principales plazas fuertes. Su puerto creció y si bien nunca estuvo a la altura de Venecia o Génova, poco a poco la ciudad se transformó en centro comercial especialmente activo. Las murallas romanas pronto comenzaron a asfixiar a la ciudad más que protegerlas y tras haber cumplido su función por más de ochocientos años fueron derribadas, aunque han logrado sobrevivir aquí y allá.
Entre las glorias medievales de Barcelona se encuentran una infinidad de iglesias, la catedral y unos cuantos edificios románicos y góticos del centro, con sus patios y escalinatas. Las construcciones de esta época que se las arreglaron para sobrevivir están esparcidas a lo largo del Barrio Gótico, que –imaginarán- no en vano lleva semejante nombre.
Arriba y abajo a la derecha, la catedral de Barcelona.
Si algo es típico en el gótico además de sus edificios son sus callecitas. Un laberinto de calles angostas, callejones y pasillos que se cruzan entre sí. Está bien la clara la diferencia entre el Gótico y el ensanche, como se llama a la ampliación de la ciudad que se diseñó en el siglo XIX y que sigue las normas del urbanismo de la época: diseño en damero y calles amplias. Pero bueno, me estoy adelantando casi cuatrocientos años.
Plaza del Rey

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