Volviendo a la historia documentada, los romanos ocuparon la
zona en el 218 antes de Cristo. Tras hacerse con el control del pueblo, los romanos establecieron la colonia como una fortificación militar y un enclave comercial. La ciudad
romana prosperó y se enriqueció.
Como gozó de cierta prosperidad, a medida que el
imperio romano empezó a desintegrarse, la ciudad atrajo la atención de diversas
tribus de invasores. En el siglo V llegaron los visigodos. Y se quedaron, al
punto de hacer de Barcelona su capital. Pero, por motivos estratégicos, luego
la trasladaron a Toledo. Cuando los territorios visigodos fueron conquistados
por los árabes, Barcelona corrió la misma suerte, pero en el 800 los francos se
hicieron con la ciudad y la región, incorporándola al imperio carolingio como
la “marca hispánica”. Una Marca era un territorio fronterizo que por su
posición estratégica tenía un gobierno militar semi-independiente. En este
caso, era la frontera con la España musulmana. Árabes van, francos vienen, la
ciudad fue atacada y reconstruida más de una vez a lo largo del siglo X.
Cuando los árabes empezaron a retroceder en la península y
comenzaron a surgir los primeros reinos ibéricos (Castilla, León, Aragón)
Barcelona terminó cayendo en la esfera del reino de Aragón. En realidad,
primero fue un condado semi independiente. Luego, lo de siempre. Los herederos
del condado de Barcelona y del reino de Aragón se casaron y sumaron sus
territorios.
Tras incorporarse a Aragón Barcelona reforzó su
importancia. Con el tiempo se convirtió en una de sus principales plazas
fuertes. Su puerto creció y si bien nunca estuvo a la altura de Venecia o
Génova, poco a poco la ciudad se transformó en centro comercial especialmente
activo. Las murallas romanas pronto comenzaron a asfixiar a la ciudad más que
protegerlas y tras haber cumplido su función por más de ochocientos años fueron
derribadas, aunque han logrado sobrevivir aquí y allá.
Entre las glorias medievales de Barcelona se encuentran
una infinidad de iglesias, la catedral y unos cuantos edificios románicos y
góticos del centro, con sus patios y escalinatas. Las construcciones de esta
época que se las arreglaron para sobrevivir están esparcidas a lo largo del
Barrio Gótico, que –imaginarán- no en vano lleva semejante nombre.
Arriba y abajo a la derecha, la catedral de Barcelona. |
Si algo es típico en el gótico además de sus edificios son
sus callecitas. Un laberinto de calles angostas, callejones y pasillos que se
cruzan entre sí. Está bien la clara la diferencia entre el Gótico y el
ensanche, como se llama a la ampliación de la ciudad que se diseñó en el siglo
XIX y que sigue las normas del urbanismo de la época: diseño en damero y calles
amplias. Pero bueno, me estoy adelantando casi cuatrocientos años.
Plaza del Rey |
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