jueves, 2 de noviembre de 2017

Una semanita en Inglaterra: Bath

Tal parece que antes de que los romanos llegaran, se establecieran y gozaran de las bondades de los baños termales (por algo Bath se llama así) los lceltas ya habrían disfrutado de las mismas. De hecho, se supone que el lugar estaba consagrado a Sulis, algo así como la Palas Atenea céltica. De allí que los romanos se refirieran al lugar como Sulis Aquae, que vendría a ser, el agua de Sulis. Pero como en otras cosas, los/as historiadores/as ingleses/as no se ponen de acuerdo y mientras algunos le ponen la firma a la hipótesis, otros/as la niegan rotundamente.
Lo que sí sabemos es que entre los años 60 y 70 después de Cristo los romanos comenzaron a construir los baños, que fueron sucesivamente ampliados. La obra continuó por cerca de trescientos años. En forma paralela se construyeron templos y murallas para defender el pueblo. Como tantas otras cosas, caida del imperio romano e invasiones anglosajonas mediante, los edificios fueron abandonados y dejados a su buena suerte.
Acá la historia deja paso un poco a la leyenda. El colapso del imperio romano no significó en absoluto una enorme emigración de vuelta a Roma. Las ciudades de las provincias conservaron por algún tiempo cierta inercia que le dio vida a reinos y administraciones locales donde los antiguos britanos y romanos convivieron (en relativa paz) por algún tiempo. Al menos hasta que llegaron los anglosajones desde el otro lado del canal de la Mancha.
 Los baños romanos. De fondo, la abadía de Bath

Si le hacemos caso a la leyenda, cuando los anglosajones llegaron a la actual Inglaterra, luego de conquistar parte del sur y del este, tuvieron que vérselas con el rey Arturo, que se encargó de poner a los invasores en su lugar y expulsarlos de su reino. La más decisiva de las batallas habría tenido lugar en las afueras de las murallas de Bath, y se la conoce, por obvias razones, como la batalla de Badon. En ella, el tal Arturo (que no siempre es rey en las distintas crónicas) habría dado muerte a 960 anglosajones él solo. Sí, novecientos sesenta, ni uno más, ni uno menos. Definitivamente el director del Señor de los Anillos ni inventó nada nuevo.

Haciendo a un lado la leyenda (pero no mucho porque ya no se sabe qué es real y que no), Bath se salvó –al menos por medio siglo- de los anglosajones. Por los siguientes años las ruinas pasaron de mano en mano. Claro que por entonces el pueblo estaba abandonado. Y si se molestaban en ocuparlo era porque, gracias a sus (cada vez más desvencijadas) murallas era un punto estratégico importante.

El siglo IX marcó el resurgimiento del lugar luego de que se establecieran una serie de monasterios y de que la ciudad contara con una guarnición suficiente como para defenderla. Igual, el resurgimiento vendría sin prisa pero sin pausa.
Para el siglo XI se instaló el primer hospital del lugar, aprovechando unas termas que habían sido redescubiertas. Hoy diríamos que se trataba casi-casi de un spa. Por la misma época se construyó la primera catedral de Bath, aunque luego de una de las tantas rebeliones de las que la ciudad fue testigo a duras penas quedaron piedra sobre piedra.
Durante los siglos XII a XVI volvió a dormir la siesta hasta que en la época isabelina las aguas termales estuvieron nuevamente de moda. De termas y baños a la ciudad le sobraba experiencia. Pronto se convirtió en un reducto de nobles ingleses. Justo lo que necesita cualquiera para relajarse un finde, un montón de cortesanos conspiradores y señores semi feudales, todos juntitos urdiendo sus planes para hacerse con el palacio, las tierras, el título o lo-que-fuera de alguien más.
Durante los siglos XVII y XVIII la infratestructura de la ciudad tuvo que ponerse a tono con el mayor número de visitantes. Además, como a los sátrapas aristócratas ingleses se sumaban ahora los burgueses, el lugar necesitaba dar una imagen apropiada para acoger a viejos y nuevos ricos por igual.
Podríamos decir que ya se estaba gestando el Bath que iba a ver Jane Austen, que vivió (y escribió) en la ciudad. Por lo visto de allí le vino la necesidad de llevar a sus heroínas a Bath. Lamentablemente, al igual que ella misma, sus protagonistas no suelen pasarla del todo bien en Bath. 
 El señorito no perdió oportunidad para hacerse un festín de fotos de puertas incluyendo (abajo a la izquierda) la de la casa de la Jane Austen.
Para el siglo XIX la ciudad ya estaba llena de jóvenes solteras de familias burguesas esperando que un buen partido las sacase a bailar. Claro que con la superpoblación femenina que había, las chances eran relativamente bajas. Pero bueno, por suerte para nosotros Jane Austen no escribía sobre ellas sino sobre las afortunadas que se cruzaban al señor Darcy a cada paso.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡¡Fotazas!!

Nicolás dijo...

¡Gracias! De a poco vamos mejorando el ojo. Igual, todavía falta...