jueves, 30 de noviembre de 2017

Noviembre y diciembre pero a principios de junio

Es cierto que en el mundo del revés en el que ahora vivimos, el verano (de Alemania) es el invierno (de Argentina) y viceversa. Es una obviedad que lo diga pero nunca está de más. Incluso alguna vez tuve que explicárselo a alguien que se sorprendió por tamaña novedad.

Así las cosas, ciertos hábitos o costumbres adquieren (un poco más de) sentido. Ahora que Pascuas cae en Primavera es posible entender un poco el tema de los huevos (ya sean pintados o de chocolate). Muchas aves (especialmente -pero no sólo- las migratorias) se reproducen en primavera para que sus crías nazcan entre finales de primavera y principios de verano. Así para cuando llegue el otoño ya habrán aprendido a volar o serán lo suficientemente autónomas como para arreglárselas solitas. Claro que de allí a comer huevos de chocolate hay una distancia que no puedo explicar. Y si no puedo explicar eso, ni hablar del hecho de que los reparta un conejo. Dicho sea de paso, en alemán (y -por ende- en los países que lo hablan) no es un conejo sino una liebre.

La otra cofiesta con costumbres que adquieren sentido es la Navidad. Y no me refiero únicamente a la nieve de la decoración, las botas y las medias de lana. También a la comida. El otoño (que termina pocos días antes) es una estación de recolección de frutos secos, por lo que comer nueces en Navidad parece bastante apropiado. Y por supuesto, con temparaturas que rondan el cero, la ingesta de calorías al por mayor propia de la parafernalia alimenticia de Navidad y Año Nuevo tiene muchísimo más sentido.

Pero, con todo, es difícil ir en contra de años de hábitos que nos (me) han enseñado a asociar determinados eventos con ciertas variables climáticas. ¿De qué estás hablando Willis? Por ejemplo, es típico del hemisferio sur asociar Navidad - fin de año – vacaciones – calorcito... ¿Quien no recuerda que los primeros calores del verano también indicaban que el año escolar estaba por terminar? O que la llegada de diciembre suele/solía ser una época de estudio más intensivo (o de trabajo de corrección)... que hay una sensación de cierre del año en el aire y que pronto se acerca el descanso (a veces de forma demasiado lenta) que nos permitirá enfrentar el año siguiente...

Bueno, eso no existe por estas latitudes. La gente llega al fin del año (cronológico) como nosotros a las vacaciones de invierno. Léase, sin la lengua afuera, la cabeza quemada, una pila de cosas por terminar ni ilusiones de ir a la playa... Con la (gran) diferencia de que en general, poseedores de sus cinco semanas de vacaciones, muchos alemanes/as se reservan alguna para el invierno.

Estas asociaciones entre clima y calendario también se extienden a cuestiones personales. Por ejemplo, los cumpleaños. No sé si el resto de las personas asocian su cumpleaños con una época del año determinada. Para mí siempre ha sido el verano. Con notables excepciones, en general para mi cumpleaños hace calor. Incluso en Bariloche. Comer afuera, hacer algo a la parrilla, estar al aire libre (tanto en Quilmes como en Bariloche). Es una fecha que normalmente transcurre con calorcito. Y diciembre suele ser un mes para disfrutar fuera de casa. Pero, hemisferio norte mediante, acá ocurre precisamente lo opuesto. Diciembre no se siente como el diciembre del hemisferio sur. Emponchado y rodeado de bufandas y gorros de lana, mi cumpleaños no se siente como mi cumpleaños. Se ve que para volver a sentir que diciembre es -efectivamente- diciembre hay que estar en el hemisferio que corresponde

1 comentario:

Anónimo dijo...

'fetivamente! Es como vivir cabeza abajo... Ah! Y FELIZ CUMPLE (para cuando sea)