Así las cosas, Dover fue por siglos la puerta de acceso a Inglaterra. Hoy es más bien alguno de los quichicientos aeropuertos de la ciudad de Londres. Igual la imagen del barco que se abre paso entre aguas y bruma hasta vislumbrar los acantilados, llegar a la orilla opuesta y desembarcar en el puerto de Dover parece ligeramente más romántica que la cola interminable del aeropuerto, los formularios de migración y la señora que te pregunta que por qué vas a Inglaterra, que dónde te vas a hospedar, que cuánto tiempo vas a estar...
Volviendo a Dover, aquí también los romanos estuvieron en su día. De hecho, el castillo de la ciudad cuenta con una capilla construida junto al antiguo faro romano, que se mantiene aún en pie con bastante más dignidad que las columnas del foro de Roma.
A esta altura ya adelanté que hay un castillo en Dover. Y sí, vale la pena visitarlo. La parte más antigua es del siglo XII y fue una de las tantas residencias que los reyes normandos utilizaban cuando salían de rotation con la corte por el reino.
Muy cerca de esta parte de la fortaleza se encuentran la capilla y el antiguo faro romano, con una vista increíble del puerto de Dover, el canal y la costa de Francia.
Por su importancia estratégica el castillo fue posteriormente ampliado y transformado en fortaleza. Siglos más tarde incluso se contruyó un búnker desde donde se enviaban, recibían, interceptaban y decodificaban mensajes durante la segunda guerra mundial.
Cerca del castillo (pero con acceso desde un sector cercano al puerto) se encuentra el parque de los acantilados blancos. No hace falta tener mucha imaginación. La costa inglesa termina en buena parte de forma abrupta en el canal de la Mancha, dejando a la vista acantilados de piedra caliza que se extienden por kilómetros.
1 comentario:
¡Qué hermoso lugar!
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