Me voy a ahorrar un
esfuerzo enorme al saltearme la historia de Roma y los Estados
Pontificios, como se conoció al territorio controlado por los Papas.
Bastará con decir que se trató de uno de los tantos estados
italianos que controló una buena porción de la península y que, como
el resto, tenía su ejército, su policía, sus impuestos... todo
bastante terrenal, es cierto. Y como el resto de los poderes
terrenales, se inmiscuía en las cuestiones internas de otros
estados. Esta historia vino a terminar gracias a la unidad italiana, un
preoceso por demás complejo que terminó en 1871 con el Papa
considerándose “prisionero” dentro de Roma cuando el rey de
Piamonte Italia dio el golpe de gracia y se quedó
con lo (casi) último que le faltaba para completar la unificación
de la península.
Desde entonces
tuvieron que pasar casi cincuenta años para que el Papa de turno se
sentara con el gobierno italiano para llegar a algún tipo de
acuerdo, normalizar las relaciones y, básicamente, reconocer quién
tenía la batuta y cómo estaban las cosas. Lamentablemente para la
historia italiana el acuerdo en cuestión fue logrado por el primer
ministro italiano de aquel entonces, Benito Mussolini. Podría
hacerme un festín con este dato. Sólo diré que, entre toda la
gente con la que podrían los Papas para sentarse a negociar, que eligieran
hacerlo con Mussolini resulta, cuando menos, bastante esclarecedor.
Fin del paréntesis.
Los acuerdos se
conocen como “El Pacto de Letrán”. Como en tantas ocasiones, el
pacto tomó el nombre del lugar en el que fue firmado; Letrán o, en
italiano, Laterano. Más exactamente, el palacio papal de Letrán, una de las
tantas residencias de los Papas en la ciudad. Bueno, no una de las
tantas sino, más bien, una de las más importantes (entre las
tantas).
¿La razón?
Bastante simple. Junto al palacio se encuentra la Archibasílica de
San Juan de Laterano que es ¡sorpresa! la catedral de Roma. ¿Cómo?
¿y la basílica de San Pedro? San Pedro es la mayor iglesia de la
ciudad, la más visitada, la más fomosa y un largo etcétera. Es
dónde se realizan la mayoría de los actos papales por su proximidad
con la residencia de los pontífices, su valor simbólico, su mayor
capacidad pero no, no es ni sede del Papado ni la primera basílica
de Roma.
De hecho, Letrán
ostenta el (rimbombante) título oficial de madre y cabeza de
todas las iglesias de la ciudad y el mundo enteros. O
sea, catedral de Roma y principal iglesia del cristianismo.
Alimentando
la confusión generalizada, desde la época barroca en que la
basílica fue remodelada, presenta una apariencia demasiado
bastante similar a la de San Pedro aunque, claro, la escala y las
dimensiones sean otras.
Hoy Letrán sigue siendo parte del Vaticano, o sea, pertenece a ese micro estado que cuenta con -tan sólo- ochocientos habitantes y cuya superficie es, al fin de cuentas, tan reducida que la Plaza San Pedro y la basílica representan el 20% del total.
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