Segunda parada en nuestro tour de fin de semana
largo: Bamberg. Llegamos temprano el domingo por la mañana y nos vamos el
domingo a la tarde. Así que con las mochilas a cuestas hay que meterle pata al recorrido de la ciudad
mientras el clima acompañe. A primera vista, la ciudad es bastante más pequeña
que Nürnberg. Sin embargo, no hay que dejarse engañar, no sólo es más antigua
sino que en su día también fue más importante. Claro que eso fue hace más de
setecientos u ochocientos años
Esta zona de Alemania (norte de Baviera y
alrededores) forma parte de la región histórica de Franconia. Franconia fue
tempranamente poblada por diversas tribus eslavas ya desde finales del imperio
romano. Continuó siendo una zona fronteriza entre germanos y eslavos hasta que
los emperadores alemanes decidieron pisar fuerte en la región. La primera
mención histórica de Bamberg es del año 902. El pueblo creció a la sombra de
las murallas del castillo Babenberch.
No hace falta imaginar mucho para suponer como el nombre fue mutando poco a
poco hasta convertirse en Bamberg.
Cien años después
el pueblo había crecido y el emperador Enrique II decidió transformarlo en un
obispado, de modo de tener una presencia religiosa más fuerte en la región.
Cuentan la leyenda y el guía del palacio que la mañana siguiente a su noche de
bodas, el emperador Enrique II y la emperatriz Cunigunde (sí, Cunigunde es un
nombre…) salieron a caminar y llegaron a Bamberg, ciudad de la que se
enamoraron. Por qué se enamoraron de la ciudad, dónde celebraron la noche de
bodas y demás detalles no se saben. Sea como fuere, la cuestión es que Enrique
quería asegurarse de que los habitantes de Franconia fuesen convertidos al
cristianismo y se mantuvieran alejados de las ideas malignas que difundían los
herejes de las distintas vertientes del cristianismo. (De donde yo vengo a eso
también se le llama control social). Para 1012 el obispado estrenó catedral con
la presencia estelar del matrimonio imperial, que a esta altura eran ya
considerados por los locales como una especie de hadas madrinas.
La catedral es de estilo románico, tiene 94 metros de largo y algo
no tan típico, cuatro torres. En una de ellas, para variar, había una cubierta
de andamios… Para la época fue
construida en tiempo récord. La planta principal demoró sólo ocho años. Como era de esperarse, hubo algún incendio parcial
y unos cuantos agregados. Con todo, desde el siglo XIII se ve igual.
En 1017
-nuevamente- el emperador visitó la ciudad para fundar la Abadía de
Michaelsberg. Ahora que tenían un obispado necesitaban rápidamente llenar la ciudad con curas, aprendices y monjes. Bueno, para eso estuvo la abadía.
En 1020 el emperador y el Papa se reunieron para tratar algunos
asuntos mundanos y jurisdiccionales ¿saben dónde lo hicieron? ¡En Bamberg! Así
que la ciudad alojó por cierto tiempo a las autoridades del Sacro Imperio y
también a las del Vaticano. Por si a alguien le quedaba alguna duda, el
emperador Enrique II y su esposa (en serio, no sé cómo pudieron llamarla
Cunigunde) otorgaron beneficios y tierras a la ciudad y, especialmente, a su
obispo. Con el tiempo los obispos de Bamberg devinieron señores de la ciudad.
No en términos metafóricos. El gobierno de la ciudad y sus alrededores
correspondió por cerca de ochocientos años a su obispo, tanto en materia
espiritual como en los asuntos más terrenales. De esa época data el castillo viejo, la primera
residencia de los obispos de Bamberg.
A esta altura
quizás a nadie le sorprenda el dato, pero Enrique II y la Cunigunde fueron enterrados
en esta catedral. También el Papa Clemente II, otro fanático de Bamberg y que
es, orgullo de la ciudad, el único Papa enterrado al norte de los Alpes.
A las mentes creativas y sagaces les comento que la
ciudad medieval se extendía sobre siete colinas. Por esta razón –y alguna que
otra visita papal- la ciudad fue apodada como “la Roma de la Franconia”. Parece
que tampoco falta el bromista que dice que Roma es en realidad, la Bamberg
italiana.
No contentos con
su autoridad, los obispos de Bamberg fueron ampliando su área de influencia y
poco a poco fueron acumulando poder y territorios. En Austria, en el Danubio,
en el centro de Alemania. También decidieron agregar el título de “Príncipe” al
de Obispo. De modo tal que al ser la cabeza de la diócesis de Bamberg se
convertían en “Príncipe-Obispo”. Cuentan las malas lenguas que una de las
tareas fundamentales de los príncipes obispos fue combatir la brujería en todas
sus formas. Como resultado, solamente en el siglo XVII hubo más de mil víctimas
de juicios por brujería.
Cuando los
emperadores del Sacro Imperio dejaron de utilizar el castillo de Nürnberg para
sus visitas a la región, el Príncipe-Obispo de Bamberg tuvo una idea genial. Construir un nuevo palacio,
más lujoso y al último grito de la moda, para recibir a su majestad. Y de paso, cañazo, un lugar sencillito
para vivir que incluyera un sistema de calefacción a la altura de las
circunstancias. Así surgió la Nueva Residencia, con un ala para que los Habsburgo
pudieran estar de visita y otra para el señor obispo y su corte.
En 1802 se acabó
lo que se daba y Bamberg perdió sus privilegios. La ciudad y la región, al
igual que Nürnberg, fueron incorporadas a Baviera. Un año más tarde, Napoleón
mediante, la iglesia católica perdió la administración política de la región.
Apenas terminada
la primera Guerra Mundial, Bamberg hizo las veces de capital de Baviera. ¿Cómo?
¿Y Munich? Por esa época unos pequeños asuntos domésticos impedían asentar allí
el gobierno del estado. Resulta que en Munich hubo un intento de república
socialista, por lo que mientras las fuerzas de Baviera trataban de reprimir la
revolución, el gobierno se instaló en Bamberg. Y parece que les gustó, ya que
se quedaron por dos años, hasta asegurarse que no había ni medio revolucionario
suelto por las calles de Munich.
En la actualidad
–y desde hace unos cuantos cientos de años- cada una de las siete colinas de
Bamberg está coronada por una iglesia. Como es Domingo de Pascuas y la ciudad tiene una larga tradición católica
hay misa en todas ellas. Y para nuestro asombro, a sala llena. Y no una sino
dos veces.
Bajando desde las
colinas, se llega al corazón del pueblo viejo. Un poco más allá hay ríos y
canales. En lo que sería el centro del pueblo hay una serie de puentes y
puentecitos que los cruzan aquí y allá. El más famoso de estos puentes es el
Obere Brücke. Sobre este puente, en un islote, se encuentra la Rathaus, también
conocida como la muni. Lo que hoy se
ve del edificio es la reforma que hicieron, en el siglo XVIII.
Y si nos disculpan, aún tenemos que tomarnos el colectivo que nos lleva a Bayreuth, así que mejor que apuremos un poquito el paso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario